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La irreconocible Monica Lewinsky: «Siempre supe que aquello no era una agresión sexual»

La exbecaria del escándalo Clinton

La irreconocible Monica Lewinsky: «Siempre supe que aquello no era una agresión sexual»

A sus 51 años, la mujer que coprotagonizó el escándalo sexual que marcó la presidencia de Bill Clinton estrena pódcast, siente que ha recuperado el control de su vida y ajusta cuentas con el pasado.

Viernes, 07 de Marzo 2025, 10:53h

Tiempo de lectura: 4 min

Más de dos décadas de lucha contra la imagen que el mundo tiene de ella. Así se puede resumir la vida de Monica Lewinsky desde que su nombre quedó asociado para siempre al expresidente Bill Clinton tras ser parte de uno de los mayores escándalos político-sexuales del siglo XX. Ocurrió en 1998, cuando se supo que, siendo ella becaria en la Casa Blanca, ambos habían realizado actos sexuales en el Despacho Oval.

El episodio a punto estuvo de costarle la presidencia a Clinton, sometido a un proceso de impeachment, iniciado por la Cámara de Representantes y culminado con un juicio en el Senado, tras ser acusado de perjurio (negó públicamente, ante los medios y ante el Congreso, su relación con Lewinsky) y obstrucción a la justicia. Clinton fue absuelto, pero la exbecaria, que creyó que mantenía una relación amorosa con su jefe, se convirtió de la noche a la mañana en una solicitada celebridad de la cultura pop hasta que acabó sobrepasada por la repercusión de aquel turbio asunto y por su propia fama.

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No era lo que parecía. Clinton y Lewinsky, entonces becaria en la Casa Blanca, posan juntos en 1997. El escándalo estalló al año siguiente, pero ambos ya mantenían entonces una relación, consistente en encuentros de índole sexual en el despacho oval. Aunque Lewinsky, aseguró más tarde, creyó que se trataba de una relación amorosa.

Contó su versión en una larga sucesión de entrevistas, biografías y documentales —«No recomiendo escribir sobre tu periodo más traumático antes de que este acabe»—, además de participar en todo tipo de programas televisivos, incluido el humorístico Saturday Night Live, haciendo de si misma en dos sketches que satirizaban su relación con Clinton.

Ganó miles dólares con todo ello –buena parte se los gastó en abogados–, además de aprovechar su notoriedad para lanzar una línea de bolsos llamada The Real Monica, hacer publicidad de una empresa de dietas y prosperar en la escena social de Manhattan. Hasta que no pudo más. Un buen día, se dio cuenta: se sentía completamente perdida. «Fui una ingenua: ‘Si la gente me escucha, lo entenderán’, es lo que pensaba. Pero no pasó nada de eso».

Han pasado 36 años desde el estallido de aquel escándalo y Lewinsky asegura hoy que, finalmente, siente que tiene el control de su vida. Lo hace en una entrevista a la revista Rolling Stone en la que, con respecto a todo aquel torbellino que vivió, admite: «Aún sufro estrés postraumático por cosas de entonces, pero siempre supe que no era una agresión sexual; yo quería estar allí. Eso sí, ¿entendí lo que implicaba? No. Hoy, a mis 51 años, la idea de estar con alguien de 24 me parece una locura».

Lewinsky, de hecho, pagó un alto precio. «No conseguía recuperar mi privacidad». Empezó a tomar el control de si misma y de lo que la rodeaba en 2005. Y su primera decisión fue dejar atrás todo aquello, alejarse. Marchó a Londres a estudiar un curso de posgrado en Psicología Social, en la London School of Economics. Su plan al dejar su país tenía un triple objetivo: descansar de su extrema exposición, reflexionar sobre todo lo que había vivido y construirse una nueva identidad profesional. «Pero no funcionó», admite sobre esta última cuestión.

“Yo aún tengo miedo de perderlo todo, de no tener apoyos. Siento que mis traumas y temores todavía están más cerca de la superficie de lo que a veces creo que están”

Habían pasado diez años desde el impeachment a Clinton, pero, de nuevo en casa, comprendió que la gente en su país nunca iba a olvidarse de aquello. Tampoco ayudó que, justo por aquel entonces, Hillary Clinton lanzara su candidatura por la nominación demócrata para las elecciones presidenciales, que acabaría ganando Barack Obama. «El estigma me perseguía. Quería dedicarme al marketing para organizaciones benéficas, pero fue imposible conseguir un trabajo». Según revela Lewinsky, las empresas o entidades que se mostraban interesadas en sus servicios le pedían siempre alguna garantía contra posibles demandas judiciales. «Quería desesperadamente volver a ser una persona privada».

Y así transcurrió su vida hasta que, en 2010, el suicidio de Tyler Clementi —un joven que sufrió ciberacoso— le hizo replantárselo todo. «Pensé: ‘Aunque no esté prosperando, al menos he sobrevivido. Así que es posible’». Tras publicar un ensayo titulado Vergüenza y supervivencia, sobre la humillación pública, rehizo su vida como un símbolo de resiliencia, activista contra el ciberacoso e, incluso, figura del #MeToo. «El mundo había cambiado –explica ahora–. Y había una nueva generación que no había vivido el lavado de cerebro mediático de los años 90».

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La acusación seminal. En 1998, Lewinsky testificó ante el gran jurado. Como prueba, entregó un vestido azul manchado con semen del entonces presidente. Lo había guardado por consejo de Linda Tripp, una compañera de trabajo que grabó en secreto sus conversaciones con Lewinsky, base de las acusaciones contra Clinton.

Ahora tiene su propio pódcast: Reclaiming With Monica Lewinsky (Recuperando con Monica Lewinsky), significativo título para su nuevo camino. «Quiero trabajar con una definición muy flexible del concepto de ‘recuperación’; de recuperar algo que era tuyo, que se perdió o que te robaron».

En ese camino, Lewinsky cuenta desde hace unos años con la ayuda de una psiquiatra especializada en trauma. «Me dice que sus ecos son muy persistentes y que nuestra psique necesita de mucho tiempo sintiéndose segura para aflojar ante ciertas cosas. Yo aún tengo miedo de perderlo todo, de no tener apoyos. Siento que mis traumas y temores todavía están más cerca de la superficie de lo que a veces creo que están».

Siente en todo caso que, de un modo general, ha cambiado la percepción hacia ella. «Creo que la gente ve hoy mi historia de otra manera. Hay una especie de entendimiento. Muchos me dicen que desearían haber tomado decisiones diferentes sobre los chistes que contaron o la forma en que pensaron sobre todo aquello. Todo lo positivo que recibo borra, de algún modo, lo negativo del pasado».

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