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Hay viajes que no terminan nunca. Gilbert y Stephanie Soulier decidieron no volver jamás al puerto de salida. En 1999 zarparon de Le Pouligen (Francia) ... con destino a Vigo y se dijeron «seguimos adelante». En realidad, la aventura comenzó mucho antes, cuando Gilbert navegaba ya en el vientre de su madre por los lagos franceses. No tardó en entender el lenguaje de los vientos y la gramática del mar para doctorarse en la navegación a vela. Ganaba competiciones sin esfuerzo, pero en realidad se estaba forjando un marino, un maestro en la carpintería de ribera y un entrenador deportivo de alto nivel.
«Él me transmitió el amor por el mar», le sube Stephanie a lo alto de su podium. Ella, crecida en la isla de Ré, con aroma atlántico y sabor a ostras, entendió enseguida su idioma. Con solo 17 años ella y 20 él, fundieron en uno sus sueños: construir su propio barco y zarpar sin destino definido. «Nunca imaginamos la vida que íbamos a tener», cuenta Gilbert de su singladura aún lejos de concluir.
Diario de a bordo
«Hay un océano de peces sin agua vagando por los pasillos del aeropuerto» Carlos Catena
Propuesta Apoya las propuestas de conservación de la naturaleza, no tires colillas en la playa, no dejes residuos y evita los envases de plástico.
Sabor a mar Arroz con plancton, en Bonobo Playa (La Manga).
Vecinos raros del sótano El pez piedra es un maestro en el arte del camuflaje. Permanece camuflado en las rocas, es carnívoro y muy peligroso.
En tres años había construido el barco que iba a ser su hogar. No más de 5,5 metros de velero, el 'Otoño', fabricado palmo a palmo con sus manos. Los vientos del Cantábrico y la felicidad les llevaba hacia adelante, uniendo la línea de puntos que forman los puertos de la península.
Se encontraron con los alisios, que les ayudaron a descender por la cornisa de Portugal, y con los vientos del norte que se encabritaron en cabo San Vicente. «No mires atrás», le decía él a ella la noche que el acantilado se hizo eterno y les negó refugio del temporal.
En puerto Sherry, Gilbert le dijo a Stephanie: «Te voy a preparar una noche de lujo», sin saber que España había organizado una huelga general sin contar con la pareja de navegantes. «Vivimos de todo: orcas en cabo Trafalgar, delfines en Barbate, niebla en Gibraltar, el parto de la gata Shipy, un pulpo gigante que nos pasó por debajo en Aguadulce y una invitación a una casa de lujo en cabo de Gata», cuentan al alimón.
Al alcanzar La Manga, les sorprendió un temporal de levante, que les obligó a refugiarse en la laguna salada. Stephanie se enamoró de las islas volcánicas y Gilbert vio Los Nietos como un hogar, con sus casitas de madera.
El Mar Menor los abrazó. «Cuando entras, ya no quieres salir», dice el entrenador. Enseguida halló trabajo en la construcción de barcos y, poco después, como monitor de vela. Su prestigio le ha facilitado equipos de competición en varios clubes murcianos.
Un día, hace 18 años, amarraron en el puerto de Tomás Maestre su 'Otoño', en el que aún viven «mejor que en una casa». Con el ruido permanente de las botavaras, Stephanie lee y cocina 'poulet' con verduras, mientras Gilbert diseña nuevos barcos. «Cada uno tiene su alma», cree. Su historia de amor dura ya tanto como su periplo. Como Florentino y Fermina, los inmortales personajes de Gabo, no dan otra respuesta cuando les preguntas hasta cuándo seguirá su viaje: «Toda la vida».
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