![Playa de Torre de la Horadada, este domingo.](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202105/09/media/cortadas/latorre-kmVH-U140315187473GvD-1248x770@La%20Verdad.jpg)
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Lo primero que hacía el Papa Juan Pablo II cuando llegaba al país que visitaba y se bajaba del avión era posar sus labios sobre el asfalto que pisaba, un gesto de cariño por la tierra que le acogía. Es la misma sensación que experimentó este domingo la murciana Rosario Martínez cuando abrió la puerta de su casa en Torre de la Horadada, dos años después, y le embriagó tamaña sensación de alegría que estuvo a punto de arrodillarse y «besar el suelo, como el Papa».
Como miles de paisanos suyos de la Región, esta asesora fiscal aprovechó el final del estado de alarma para disfrutar de la «libertad» de «tomar una caña de domingo» en el lugar donde ha «veraneado toda la vida». Una sensación que no se puede describir con palabras, pero que se podía atisbar en la mirada y en la indisimulada sonrisa de Rosario, por mucha mascarilla obligatoria que llevara.
Todos los transeúntes a los que LA VERDAD aborda por el paseo marítimo de la localidad, todos, proceden de la Región de Murcia. Pleno al 15. Y todos tienen la misma sensación de «libertad» que Rosario. «Ya nos han dejado salir», agradece irónico Antonio, que pasea junto a su mujer María del Carmen, del mismo barrio de San Antón y desde el verano sin pisar su playa favorita, la de los Jesuitas de Torre de la Horadada. Amparo, Tomi y la perrita 'Peki' toman el fresco sentadas tranquilamente en uno de los bancos del paseo. También tienen casa propia aquí, a menos de 60 kilómetros de su domicilio en el centro de la capital de la Región. «Me ha parecido un sinsentido tener mi casa de vacaciones tan cerca y no poder venir. Pero bueno, los madrileños tampoco podían venir», empatiza. «Han sido muchos meses, pero la casa estaba perfecta. Verla bien nos ha dado tranquilidad, y ahora ya nos vamos a comer», despacha Tomi al periodista. Las horas parecían correr más rápido de lo normal en el primer domingo sin estado de alarma desde hace casi 300 jornadas de pandemia.
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Poco después de la una de la tarde, los 'murcianos de la Torre' apuraban el último momento de la soleada mañana antes de lanzarse al preciado deleite del aperitivo y la comida dominical. «Dos trozos de pulpo, y unas almejas, que esto hay que celebrarlo», pedía un matrimonio en la Cervecería Moya, a unos pocos pasos de la playa. Hasta el 90% de los clientes de este establecimiento proceden de la Región, así que ayer no tenían una sola mesa disponible. «Está todo reservado. Y todo por murcianos, claro», explica José Alberto, uno de los camareros del local.
«Esto ya parece otra cosa. Vemos algo más de vida», define José Antonio en otra calle de Pilar de la Horadada, a unos pocos kilómetros. José Antonio también es de Murcia , y también fue uno de los muchos vecinos de la Región que este domingo invadió la costa alicantina después de muchos meses sin atravesar una frontera demasiado cercana. «No lo entiendo, pero había que acatarlo», asume a las puertas de un bar donde sí se podía detectar cierta aglomeración. Poca distancia social. Mucha más distancia, por el contrario, se podía encontrar en la 'autovía del bancal', que conecta la Región y la costa alicantina, por la que solo transitaba algún arriesgado conductor intentando sortear las múltiples trampas en forma de baches de esta mayúscula chapuza. El coronavirus mata, pero estos caminos de cabras también matan.
Por suerte para la seguridad y la vida de nuestros vecinos y la imagen de la Región, la mayoría de los ciudadanos de la provincia de Alicante que emularon el éxodo murciano y realizaron el trayecto a la inversa lo hicieron por otras vías. Fue el caso de la familia Martínez-Choez, de La Nucía, que volvió a pisar la Región de Murcia 14 meses después para comprar «una cocina entera» en IKEA. En sus planes iniciales de este domingo posterior al estado de alarma también entraba pasarse por San Pedro del Pinatar, su lugar habitual de vacaciones, para recuperar las sensaciones de su vieja normalidad. Pero a ellos también se les echó el tiempo encima. Horas que parecían minutos. Mucho tiempo que recuperar para 24 horas que sigue teniendo cada día.
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Eduardo Ribelles Pilar Benito
Días en los que la factura de la compra se puede subir, por ejemplo, hasta los 800 euros. Es lo que les ha costado a Benito y a Noemí todo el menaje de la cocina, del baño, y mil cacharros más para la casa que acaba de estrenar esta pareja en Alicante. «Nos llevamos media tienda, pero es que no hemos podido venir antes», se justifican. Ahora solo les falta cargar todos los bártulos en el coche, si es que caben, y emprender el camino de vuelta. Un camino que ya podrán repetir muchas otras veces, pandemia mediante. Como Olga y José, de Orihuela, que echaron la tarde en Nueva Condomina para «comprar unas camisetas» y «comer unos helados». Y saborear con gusto el final del estado de alarma.
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