
Me llamo Daria Kovalenko Petrova y estoy 'Desencajada'
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Buenos días, le presento a Daria Kovalenko Petrova, nacida en Ucrania en 1992, cuando aquí estábamos celebrando la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de ... Barcelona, pero trasladada a España siendo una niña. Han pasado los años, hace ya tiempo que tiene la nacionalidad española, es 21 de diciembre de 2019 y está sentada en el aeropuerto de Kiev sin billete alguno en la mano. Pero mejor que hable ella: «He conocido el desarraigo y la nostalgia y he aceptado que no es una etapa, que forma parte de mí. Es hora de dejar atrás la autocompasión. Es hora de librarme de la culpa. Por primera vez en meses siento que el corazón no bombea sangre de forma extraña, que mi cabeza no sufre un dolor violento y que la soledad ya no me oprime la garganta». Justo hacía 20 años que voló a Barcelona en un éxodo familiar que ella no eligió. Ahora sabe bien que «partir es partirse» y que «partir siempre es morir un poco». Eso más o menos.
Daria Kovalenko Petrova es el personaje protagonista de la primera novela escrita por otra que no se llama Fuensanta, precisamente, sino Margaryta Yakovenko, también ucraniana nacida en el 92, apenas producido el colapso de la Unión Soviética, que un día aterrizó en España junto a sus padres emigrantes. Daria Kovalenko Petrova y Margaryta Yakovenko habitan juntas en 'Desencajada', la novela editada por Caballo de Troya que acaba de ser elegida, por miles de jóvenes estudiantes, ganadora del Premio Mandarache 2023, la guinda del Proyecto Mandarache que desde 2004 impulsa la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento cartagenero con el objetivo, este sí que justo y necesario, de «educar en la cultura y promover la cultura del libro».
Cada año nos dan una alegría los singulares miembros de un jurado formado por jóvenes de la Cartagena española, la colombiana de Indias y la Cartagena chilena. Este año lo han hecho impulsando una obra que se abre con estas palabras de Anne Carson: «Es un secreto a voces, entre los peregrinos y otros teóricos de esta vida viajera, que te vuelves adicto al horizonte». A Daria Kovalenko Petrova su padre le decía «hay que moverse» y su madre «pasará lo que tenga que pasar». Ella añadió con el paso del tiempo que «el horizonte es nuestra única promesa de libertad».
Los jóvenes del Mandarache no han premiado lo que sea, sino una narración que habla de la migración y de toda una generación de jóvenes que tiene que lidiar en su mayoría con un estado de crisis, no solo económica, permanente. Y han de saber manejarse con astucia en la fragilidad. 'Desencajada' es también una lección de historia contemporánea que se nos muestra con alma.
Qué bueno, en 2022 el Premio Mandarache fue otra fiesta, reconociendo por vez primera la importancia y la felicidad crítica que te pueden aportar los buenos textos teatrales, en este caso 'La valentía' de Alfredo Sanzol. A este premiado autor y director teatral da gusto escucharle hablar de su pasión por la lectura, que ya es como tocar el cielo cuando a ella se suma el deseo de contar o de escuchar cuentos. A Sanzol le encantaba contárselos a su pequeño Juan, que disfrutaba poniendo imágenes a las palabras de su padre. Pero, ¡atención!, a veces era el pequeño Juan quien le proponía el tema de la historia, o se contaba a sí mismo sus propias historias y se inventaba sus propios chistes.
Sanzol se inventó para su hijo el 'Cuento sin fin', que tiene como protagonista al agua, a la que convirtió en un personaje que va viviendo muchas aventuras porque de fuente se convierte en río, de río en mar, de mar en nube, de nube en lluvia, y así. Juan flipaba. Intentaba también su padre que aprendiese a valorar la suerte que tiene de poder tenerla a su disposición, y la importancia de hacer un buen uso de ella. Ey, en esta Región debería ser obligatorio saberse de memoria este 'Cuento sin fin'.
Tiene razón Clara Sánchez, quien en 2013 ganó también el Mandarache con 'Lo que esconde tu nombre', y que este año ha ingresado tan campante en la Academia de la Lengua: la vida sería mucho más triste si no pudiésemos leer. Ella también se alimenta de historias, que devora en los libros o que inventa ella misma, como Sanzol, siguiendo siempre esa costumbre suya que adquirió en la infancia de observar la realidad, para sorprenderse y para describírsela a otros, con una mirada que intente adentrarse en lo invisible. Y, en parte, ese gusto por observar, imaginar y describir se lo debe a sus padres.
¿Por qué? Pues porque sus padres le pusieron una niñera, sí, pero no cualquier niñera, sino una que no veía ni tres o más en un burro. «Cosas de mis padres, ¡imagínese! Mi niñera era prácticamente ciega, realmente no veía nada, y yo tenía que ir explicándoselo prácticamente todo, describiéndole todas las cosas», te cuenta. Y entablaron una relación cómplice, y de alguna manera se cuidaban la una a la otra, y la escritora aprendió que mejor atravesar todos juntos a una la niebla.
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