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Nuevas evidencias ponen de manifiesto la necesidad de que la investigación y la atención clínica sea distinta para hombres y mujeres. Como en el infarto ... de miocardio y tantas otras patologías, el ictus afecta a la población femenina de modo distinto a la masculina. Existen diferencias marcadas que ellas deben tener muy en cuenta. No solo porque los accidentes cerebrovasculares tengan una altísima capacidad de cambiar la vida del paciente de un momento a otro, sino porque entre las mujeres tienen consecuencias mucho más graves.
En ellas esta fatal circunstancia cobra especial relevancia porque uno de los rasgos que distingue sus ictus es la edad tardía a que se producen. Generalmente, llegan en la última etapa de la vida, más allá de los 75 y de los 80 años. No se trata, por tanto, sólo del riesgo que entraña una sacudida para la salud del tamaño de un infarto cerebral, más grave por definición en ellas, sino de las altas posibilidades de que ocurra en un momento en que se encuentran solas, según recuerda la neuróloga Covadonga Fernández Maiztegi, que hace unos días habló sobre esta circunstancia ante un grupo de mujeres de la localidad vizcaína de Getxo. Es decir, suelen padecerlos muy mayores, cuando ya están debilitadas y, con frecuencia, sin gente cerca que actúe rápido para ayudarlas.
Un estudio reciente de la Fundación La Caixa estimó que el 70% de las personas mayores que viven solas tiene nombre de mujer. A esa edad, lo normal es que los hijos se hayan ido de casa, a lo que se suma el hecho de que la posibilidad de que sean viudas es muy elevada. La esperanza de vida de los hombres en España es, de media, casi seis años menor (79,5 años frente a 82,2). «El desafío es enorme, ante una enfermedad como ésta en la que el tiempo es vida, cuenta cada minuto», destaca la especialista vasca, jefa de sección de Consultas Externas de Neurología del hospital de Cruces.
Frente al ictus es importante no perder ni un solo minuto, porque cuanto más avanza el reloj las posibilidades de supervivencia o de sufrir mayores daños cerebrales aumentan. Nuevas medicaciones y la puesta en marcha de programas de intervención urgente, como el Código Ictus, un plan de acción inmediata que favorece una rápida intervención, han permitido mejorar los resultados clínicos de manera notable. Pero aún así, cada segundo cuenta.
El tiempo en el que hay que intervenir y resolver un infarto cerebral se estima en cuatro horas y media. Los minutos comienzan a contar desde el momento en que se desata el ictus. Entre la población, destaca la especialista, está muy extendida la idea de que si alguien, un familiar o un vecino, traslada a la víctima al hospital se ganará tiempo. No es cierto. Esa creencia constituye un error mayúsculo.
Es posible que la ambulancia necesite tiempo para acudir al lugar donde se encuentra el paciente que ha de ser trasladado y que el coche particular llegue antes a las Urgencias hospitalarias. Pero alguien se tendrá que poner a la cola de la ventanilla y cuando explique en recepción lo que sucede la situación sorprenderá al servicio con una urgencia inesperada. Si se acude en ambulancia, cuando llegue la enferma, todo un equipo especializado estará ya esperando para recibirla y atenderla de manera inmediata.
Otro error muy frecuente en las mujeres, más aún entre las de una edad avanzada, es el de priorizar las necesidades ajenas frente a las propias. Frente al ictus no vale decir 'no estoy bien, pero voy a terminar lo que tengo entre manos y luego llamo a la ambulancia'. Se está perdiendo tiempo.
Los servicios sociales suelen ofrecer a las personas mayores de 75 años que viven solas un servicio de teleasistencia, que supone una ayuda determinante ante un ictus. Es una medalla con un pulsador conectado a una centralita telefónica. El personal que la atiende, debidamente cualificado, sabe que si suena se está produciendo una emergencia y que hay alguien que atender.
Es más que posible, según explica Covadonga Fernández Maiztegi, que en el plazo de diez años el ictus de las mujeres sea más similar al de los hombres. La paciente tipo de hoy responde a un perfil de mujer que ha dejado de ser mayoritario. Pertenecen a una época en que la mayoría no trabajaban fuera de casa, ni fumaban ni bebían como los hombres. Y muchos varones, además, ejercían trabajos que hoy han desaparecido.
Así, resulta que hombres y mujeres de 60 a 65 años se han expuesto prácticamente a los mismos riesgos (y los de menor edad, aún están más igualados). Las enfermedades, para bien y para mal, evolucionan con la sociedad.
Existen dos tipos de accidentes cerebrovasculares. Los servicios de Neurología se ocupan de atender los que se conocen como infartos cerebrales, idénticos o muy similares a los que se producen en el corazón. Un bolo de grasa que va acumulándose en las arterias se desprende y bloquea una de ellas. En Urgencias tratan de disolverlo. Cuando se trata de un derrame cerebral, que implica la rotura de un vaso, la situación se complica. El ictus hemorrágico requiere cirugía y la intervención de neurocirujanos. Pero los ictus que suelen poner en juego la vida de las mujeres son los llamados embólicos: el trombo se produce en cualquier parte del cuerpo, viaja por el torrente sanguíneo y ocluye una arteria cerebral.
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