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Veranos de ayer y de hoy
Motos ruidosas: nos hacemos mayores, pero no desaparecenEl aire acondicionado y las ventanas cerradas son la civilización. Nos habrían privado de la moto ruidosa que se mete en el cerebro una noche ... de verano, una siesta. La tranquilidad y el silencio masacrados. Pero no por una Harley-Davidson (a veces disculpas el sonido de una Harley o un Ferrari). Tampoco por la Honda CBR 1000, considerada la moto más ruidosa de toda España. No. Las peores eran las motos mil leches con mala combustión. Esas con falta de cambiar el pistón y los anillos y que no llegaban ni a 75 centímetros cúbicos. El ruido era tan molesto como el que Quint hace en la pizarra cuando aparece en 'Tiburón'. Ese momento interminable, aunque fueran unos segundos. El equivalente sonoro al sol que deslumbra a Katherine Hepburn cuando en 'Historias de Filadelfia' amanece en la puerta con resaca.
Jean de La Fontaine, el de las fábulas, decía que la gente que no hace ruido es peligrosa. Claro, pero no pensaba en los ceporros con moto y acné (nunca iba una mujer encima de esos cacharros endemoniados).
Claro que los ruidos molestos no han desaparecido al hacernos mayores y disfrutar de coquetas legislaciones anti-ruido. Ayer pasé al lado de una radial cortando una baldosa. Señor, qué horror. Y lo mismo un martillo neumático abriendo el suelo. Esos inventos no han mejorado. Pero hay uno nuevo. O al menos yo no lo veía de pequeña: el maldito soplador de hojas y su olor a gasolina.
He leído que España es el segundo país más ruidoso del mundo detrás de Japón. No sé. Contaminación acústica le llaman ahora. La OMS considera ruido cualquier sonido superior a 65 decibelios. Si pasa de 75 se considera dañino. El martillo neumático suena a 110 decibelios.
La única vez que he llegado a un hotel y sobre la cama había unos tapones para los oídos fue en Edimburgo durante el festival. Tampoco recuerdo que me los tuviera que poner. Mucho más ruido soporté navegando por el Amazonas con la Ruta Quetzal. Viajábamos en un barco carguero y dormíamos en hamacas, en chinchorros. El barco sonaba a todas horas como el interior de una resonancia magnética. Ahora en las resonancias te ponen cascos. Me ponía para dormir en el barco el iPod (qué tiempos) con buen sonido. Me solía dormir con María Dolores Pradera a todo volumen en los auriculares. Serían muchos decibelios, pero bonitos.
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