El vigía del cementerio de barcos
FARO A LA VISTA ·
La linterna del islote La Hormiga, testigo de un sinfín de naufragios, también sufrió en sus muros la furia de las olasSecciones
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FARO A LA VISTA ·
La linterna del islote La Hormiga, testigo de un sinfín de naufragios, también sufrió en sus muros la furia de las olas«Iban todos felices, cantando, hasta que una roca horrible golpeó el 'Sirio', que desapareció entre las olas del mar». Con cierto toque poético quedó ... recogido en la letrilla de una popular canción italiana el mayor naufragio del siglo XX en España. Pese al tiempo transcurrido, la tragedia del mítico trasatlántico, aquella calurosa tarde del 4 de agosto de 1906 frente a las costas de la Región, continúa todavía hoy envuelta en el misterio. El próximo miércoles se cumplirán 115 años.
No se sabe con certeza la cifra exacta de pasajeros ni por qué el buque, que cubría la singladura de Génova a Buenos Aires, se desvió de su trayectoria. Encalló en el Bajo de Fuera –renombrado desde entonces como la Roca del Vapor– pese a la experiencia de su veterano capitán, Giuseppe Picone, y a que la cadena de montañas submarinas donde se registró la colisión, a poco más de dos millas de los acantilados de Cabo de Palos, es de sobra conocida por los riesgos que entraña para la navegación.
Del peligro de estas aguas avisa desde hace casi 160 años la señal luminosa que corona La Hormiga, uno de los peñascos que forman este archipiélago de islotes y elevaciones rocosas convertido desde 1995 en reserva marina. Inexplicablemente nadie en el 'Sirio' pareció percatarse, y el faro se convirtió en testigo mudo de tanto dolor y muerte.
Su importancia para la seguridad marítima ya se recogía en el plan de alumbrado de las costas de 1847. El documento marcaba ese punto –y no Cabo de Palos, cuyo faro es posterior– para levantar una torre de «suficiente elevación» con el fin de que su luz no se confundiera «con las fogatas que suelen encender los pescadores del Mar Menor».
Su inauguración llegó en 1862, pero los ingenieros erraron en el diseño, pensado más para tierra firme que para una roca en mitad del mar. La planta rectangular del edificio original mostró pronto sus debilidades a la hora de resistir las embestidas del oleaje y en 1869 un fuerte temporal de levante arruinó la construcción. La peor parte se la llevó la familia del farero: murieron ahogados la esposa y tres de sus vástagos. El torrero y otro de sus hijos se salvaron de milagro. Al año siguiente se proyectó la nueva torreta, esta vez con la forma circular que tiene en la actualidad. Pero en 1920 la tragedia volvió a rozarse. Los operadores de la linterna de La Hormiga quedaron incomunicados, sin víveres ni agua, por la mala mar y para su rescate se requirió, ya a la desesperada, la intervención de la Armada.
Con el fin de evitar nuevas desgracias, se optó entonces por modernizar las instalaciones y, ese mismo año, el faro pasó a ser el primero de España en funcionar de manera automática. En la actualidad, su luz, visible a una distancia de 8 millas náuticas, se alimenta de la energía que captan varios paneles solares.
Bajo las aguas que rodean al vigía de La Hormiga (oficialmente una baliza, ya que no llega a las 10 millas de alcance luminoso que como mínimo debe tener un faro), los amantes del submarinismo se encuentran con uno de los mayores cementerios de barcos. El 'Sirio' es el más famoso, pero no el único ni el primero en irse a pique en esta zona del litoral cartagenero. El libro de incidencias de los torreros de Cabo de Palos se estrenó con la inscripción del hundimiento del vapor italiano 'North América', el 9 de enero de 1883, tras colisionar con el Bajo de Fuera. En 1899 zozobró el carguero 'Minerva' y en 1916, en mitad de la Gran Guerra, un torpedo disparado por un submarino alemán envió al fondo del mar al 'Stanfield'. Tres décadas después, el 12 de abril de 1946, una vía de agua hizo naufragar el mercante español 'Isla Gomera'. Con destino a Barcelona, el buque a vapor iba cargado de naranjas, que al día siguiente apareciendo flotando, así que entre los buceadores es más conocido como El Naranjito.
Todos estos pecios, y algunos más, representan un atractivo añadido para los aficionados al buceo que acuden a la reserva marina de Cabo de Palos-Islas Hormigas en busca de una experiencia única. Con una superficie de 1.931 hectáreas, sus fondos albergan «uno de los 'puntos calientes' de biodiversidad del Mediterráneo», en palabras del biólogo marino Juan Carlos Calvín. Sus características orográficas y las corrientes de la zona propician la presencia de una rica variedad de hábitats. «Es un lujo la cantidad de vida que atesora. Sus bosques de gorgonias resultan espectaculares», resume el experto en declaraciones a LA VERDAD.
Ahora, en los meses de verano, las águilas de mar se acercan a las aguas de la reserva para compartir protagonismo con meros, dentones y lechas.
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