Un telón prehistórico. Las Gredas de Bolnuevo enmarcan terrazas de ambiente árabe, francés e ibicenco
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Hace ya 26 años que Philippe Martin llegó de París hasta Bolnuevo en viaje de diversión con unos compañeros de trabajo. «El dueño de los ... apartamentos que había aquí era el padre de la que ahora es mi mujer, Francoise», explica el hostelero cómo se encaprichó el destino en atraparlo bajo los hongos gigantes del Plioceno que desafían al tiempo frente a la playa de Bolnuevo. El encanto troglodita del paisaje, donde es posible que viva una colonia de 'ewoks' en secreto, secuestró al francés, que ha completado el complejo turístico con nuevos apartamentos, dos piscinas, y espacios deportivos.
Dónde: Playa de Bolnuevo (Mazarrón).
Qué pedir: Brocheta de presa ibérica, tortita de bacalao, brick de gambas y arroces.
Tener en cuenta: Lo ideal es alojarse en uno de los apartamentos, pero para comer o cenar, reservar dos días antes.
Para escuchar por el camino: 'Ménilmontant', de Ainda. Playlist 'Territorio salado' en Spotify.
En las terrazas de varios ambientes se puede comer, cenar o disfrutar de aperitivos y cócteles. Es posible elegir entre el salón con toque afrancesado por la noche, o el porche de ambientación árabe con chimenea para el invierno, ya que el Oasis de las Palmeras abre todo el año. Todos los viernes a partir de las 10 de la noche, un grupo de jazz o rock & roll anima la velada. A las horas playeras del día se llena antes la terraza ibicenca, con lámparas rústicas de esparto con vistas a ese inmenso manto de arena con telón fósil que es Bolnuevo.
El hostelero ha apostado por sabores mediterráneos para la carta, en la que se puede elegir un brick de gambas, brochetas de presa ibérica y tortitas de bacalao y patatas. «Tanto la carne como los pescados son de producción local», asegura Philippe, que recomienda los productos de mar y los arroces. Para responder a los gustos del público familiar, ha incluido hamburguesas de angus, de ternera o de cerdo, pastas y calamares.
Palmeras, cáctus, pitas y buganvillas refrescan el ambiente y el trasiego de turistas veraniegos. La vegetación que ha integrado en el recinto contrasta con la aridez de la pared arcillosa, que a su espalda encierra todas las tonalidades posibles entre la vainilla y el ron. Si miras fijamente esa ciudad encantada, es posible imaginar al primer hombre arrastrando por allí el saco insondable de sus dudas.
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