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Abrir caminos donde nadie puso el pie fue el sueño compartido de Neil Armstrong y Luis Miralles. El primero pisó La Luna cuando el segundo ... aún corría en pañales, aunque ya debía correrle por las venas eso que él llama 'acuacidad', una especie de querencia por integrarse en la mar, una desenvoltura especial para habitarla, como un híbrido ente hombre y pez.
Este buzo profesional, nacido en Navarra pero avecindado en el agua salada, debe tener las agallas ocultas bajo los tatuajes de marino tabernario. Puede que peine escamas, después de toda una vida sumergido. Bajó a los abismos para trabajar en el Ejército, apuró largas jornadas en los fondos soldando metales y clavando vigas para construir puertos, y se jugó la vida en las granjas de atunes por las costas italianas. «Con respeto al mar, nunca miedo» descendió a ajustar tornillos a las honduras submarinas de una central nuclear.
Los últimos 12 años de su vida laboral ha puesto su experiencia al servicio de la Base Subacuática de Salvamento y Lucha contra la Contaminación (BEC) de Cartagena. Casi nada le ha quedado por hacer en el mar, así que hace 8 años se le metió bajo el entrecejo recorrer el Mar Menor caminando por el fondo. Durante un año hizo pruebas, elaboró una batimetría completa de la laguna, ensayó con lastres y movilizó a un equipo de apoyo. A fuerza de empeño, dio con el equilibrio que le permitía mantener la vertical bajo el agua, como lo hubiera soñado Julio Verne en ese «infinito viviente». Luis se colgó 7 kilos en cada pie, 6 kilos en la espalda y cuatro kilos en cada hombro para convertirse en un peregrino del fondo del mar.
María Ángeles Pérez
A las 7 de la mañana del 1 de agosto de 2016 saltó del muelle de Lo Pagán para cumplir su desafío: caminar las 12 millas náuticas que separan el norte del sur del Mar Menor sin asomar la cabeza hasta Playa Honda, en Cartagena.
Un barco de apoyo dirigía su rumbo, pero sólo él sufrió la caminata en medio de la neblina de la albufera, que pasaba en aquel momento su episodio más triste de turbidez y eutrofización. «Vi colonias de ostras muertas, anguilas, cangrejos azules y doradas», cuenta el buzo. Se tropezó con algún caballito de mar despistado y con varias lubinas en busca de almuerzo. «Y mucho fango», recuerda. «Sobre todo en el centro de la laguna, me clavaba en el lodo hasta las caderas», describe el ecosistema en su peor estado, cuando perdió el 80% de la pradera vegetal. Le sorprendió, a unas tres millas de San Pedro del Pinatar, «una placa roja, como una formación calcárea» sobre la que caminó unos 200 metros.
Sin apenas visibilidad, avanzó a 30 grados de temperatura y con la resistencia de los lastres y de la masa de agua. Para ponerle el reto más empinado, un viento de lebeche de unos 25 nudos, comenzó a arrastrar el barco hacia atrás y, con él, al caminante que desandaba el camino. Cuando recuperó la marcha, se encontró con una gran red repleta de doradas, que tuvo que bordear. «A unas tres millas de la llegada, estuve a punto de abandonar», sintió sus últimas fuerzas el submarinista, que al tocar la meta fue recibido por amigos, familiares y vecinos, para quienes Luis será siempre 'The walking deep'. A los tres días de la gesta, perdió la voz. No recuperó el habla hasta dos meses después. Quien ha visto ballenas, delfines y mantas, se queda con la introspección que provoca la zambullida. Para el buzo, es «como entrar en otro mundo. Te oyes por dentro».
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