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Hay quien opina que el mejor estado del patrimonio sumergido es tal cual está. Otros señalan el pasado desconocido que perdemos al desdeñarlo, como un ... enorme libro del que nadie levanta las tapas. Luego están los expoliadores, que desmenuzan y disgregan el patrimonio y, por tanto, las huellas de los siglos.
Sin campañas de búsqueda submarina actualmente en marcha en la costa murciana, la historia duerme silenciosa incrustada en unas rocas de la costa cartagenera o bajo capas de fango en el Mar Menor. «Hay para investigar todo lo que quieras y más», afirma el arqueólogo submarino Juan Pinedo, quien dirigió la excavación del yacimiento sumergido del siglo VII antes de Cristo en el Bajo de la Campana, frente a la costa de La Manga.
El Museo Nacional de Arqueología Subacuática Arqua, en Cartagena, expondrá antes de que acabe el año los 53 colmillos de elefante &ndashdiez de ellos con inscripciones fenicias y tres con marcas de devastación&ndash hallados frente a isla Grosa. El hallazgo permitió documentar por primera vez el comercio de marfil por vía marítima en la península ibérica, pero sobre todo constata la trampa mortal que suponían los vientos cruzados y las cordilleras submarinas de las proximidades del litoral murciano. Sin contar los barcos que cayeron hundidos por fuego enemigo, bien desde tierra o procedente de otros buques con bandera hostil. «Todos venían a por el mineral de las minas de La Unión, porque el metal ha sido siempre lo más apreciado», confirma el arqueólogo. Los restos hallados bajo las calas de la escarpada costa de Cartagena transportan a un escenario belicoso, en el que las ambiciones se dirimían a bombazo limpio. «Cañones hay muchos, sobre todo en el entorno de isla Grosa, y algunos están ya en el Museo de Artillería», explica Pinedo.
Desentrañar la memoria del mar sale caro, y los fondos para rescatarla suelen ser escasos o inexistentes. «Casi todo lo que se hace es por alguna obra o porque se va a remodelar algo y exigen un informe arqueológico», confirma el experto, que recibió financiación en 2007 de la Universidad de Texas para extraer uno de los únicos cinco pecios fenicios documentados del Mediterráneo: tres de ellos en la Región (los dos de Mazarrón y el de La Manga) y los dos de Israel (Tanit y Elissa). Entre los hallazgos de la excavación, figuran una cama de bronce, ungüentarios, diez piedras de ámbar del Báltico, cuchillos con mango de marfil y un pedestal para ritos religiosos, tal vez a Isis.
A lo largo del brazo de arena de 21 kilómetros yacen más de 22 barcos romanos, pero nada más se sabe de su tamaño o cargamento. Los fondos del Mar Menor son, aún más que el Mediterráneo, el gran misterio. «Tiene que haber muchos restos hundidos bajo las capas, pero habría que utilizar un penetrador de fango», explica Pinedo. Señala el yacimiento de Los Nietos, datado de los siglos V a IV antes de Cristo con cráteras &ndashvasijas cerámicas de gran capacidad para contener agua o vino&ndash griegas de figuras rojas a unos cuatro metros bajo el sedimento. O el yacimiento romano de la isla Perdiguera. Cuántos buques con enseña imperial o republicana zozobraron junto al promontorio volcánico puede que nunca se sepa con certeza, aunque sus naufragios derramaron ánforas, tégulas y lucernas por sus orillas.
La laguna salada debió ser fondeadero habitual de cuantas civilizaciones llegaron al sureste por mar. El equipo de Julio Mar desentrañó parte de lo que calla el Mar Menor, cuando halló ánforas romanas utilizadas para salazones por las inmediaciones del Estacio.
Desde la playa de La Llana (San Pedro del Pinatar) hasta la aguileña isla del Fraile, los buceadores encuentran todo un parque temático de diferentes culturas sumergidas. El transatlántico Sirio, el vapor inglés Stanfield o el yate holandés Sylphe dormitan junto a buques antiguos, rendidos al silencio del abismo y cubiertos por cigalas y liebres de mar. Mercantes cargados de lingotes de plomo, joyas y vajillas africanas que muestran la fragilidad encubierta del empeño humano. Cómo un soplo de levante malintencionado puede acabar con la vanidad.
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Así se desbocó el urbanismo en La Manga
Fernando López Hernández
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