
Desde el faro
Un poeta en cabo de palos ·
Secciones
Servicios
Destacamos
Un poeta en cabo de palos ·
josé luis martínez valero
Martes, 17 de agosto 2021, 02:10
Durante el verano, cuando el sol lento comienza a perderse en una mancha roja y nos encontramos entre un grupo de amigos o en soledad, ... se recuerdan algunos de los escritores que, por sus libros o en persona, hemos conocido en estas calas. La semioscuridad, el ritmo marino, aportan esa serenidad que parece un encuentro. Los nombres que figuran a continuación no comprenden la totalidad de los que podrían tratarse, la memoria es caprichosa y engaña u oculta. Esta es la razón por la que los amigos se reúnen de nuevo y tratan otra vez sobre las obras que ayer olvidaron. Casi todos han incluido esta punta de tierra en sus escritos.
Si es verdad que podemos ver a través de sus libros, he aquí algunos de esos recuerdos.
Gabriel Miró, de niño quizá vivió en el faro. Su padre, ingeniero de Obras Públicas, tenía acceso a estas residencias. Si, es cierto, que el oriolano Antonio Ferrer, hermano de su madre, médico de prestigio en Cartagena, tuvo una casa en la playa de Levante, donde Gabriel, mujer e hijas pasaron algunos veranos. El testimonio de estas estancias permanece en 'El ángel, el molino y el caracol del faro'.
Puede que la admiración que sintió por sus textos Andrés Cegarra tenga su base en la minería y proximidad entre La Unión y Cabo de Palos, al menos así se comprueba en 'La Gaviota'. María Cegarra, por el camino de subida al faro, tuvo una casa a la que llamó 'Cristales míos', título de su primera obra. Frente a esa casa alguien en su jardín plantó un tetraclinis articulata o ciprés de Cartagena, no sé si como homenaje a la Sierra Minera o a la obra de los hermanos. María tendrá relación epistolar con Clemencia Miró a la que se sumarán Carmen Conde, Antonio Oliver y Asensio Sáez.
El amor al libro se instala en La Barra, cerca de la antigua iglesia, donde los feligreses a veces en domingo seguían la ceremonia con los pies en el agua, hablo de la casa del bibliófilo Antonio Pérez Gómez, que forma parte de la colonia ciezana, asentada en el Cabo, probablemente gracias al esparto, especie de Juan Guerrero Ruiz para los libros raros y olvidados, incluidos aquellos pliegos de cordel que acompañaban a la revista Monteagudo del profesor don Mariano Baquero, donde era un honor publicar los primeros textos.
Con sus Misiones Pedagógicas y alguna excursión de la Universidad Popular de Cartagena, llegaron Carmen Conde, Antonio Oliver y aquel Miguel Hernández, joven deslumbrado por la sabiduría y resignación de María Cegarra.
Todos ellos, escribieron poemas o prosas sobre el faro, los montes y el mar. María Cegarra y Carmen Conde hablaron de un temporal de nieve y el rayo, febrero de 1934, que, según cuenta José María Paredes en la historia del faro, lo mantuvo inutilizado durante quince días. Imaginad aquellos barcos sin guía avanzando temerosos entre los escollos, con la pequeña luz del faro de Las Hormigas.
Asensio Sáez durante los veranos vivía en una casa sobre la Punta de los Saleros, Cala Reona, desde la que durante años contempló el paso de los cargueros que abastecen el Mediterráneo. Desde su terraza siguió la ruta minera que bordea la montaña hasta Punta Espada y Cala Dorada.
Salvador Rueda, el humilde poeta y bibliotecario, invitado por algún señor de Cabo de Palos, también anduvo por aquí mientras buscaba un lugar desde el que contemplar el mar, cuando por fin lo encontró fue en La Nueva Tabarca. No hay que olvidar que aquel modernista tiene en Murcia una calle, estrecha, pequeña, recoleta, como un verso inacabado.
La Manga durante siglos permaneció virgen, sus arenas, sus dunas, a veces rotas por el temporal, tal como ocurrió en aquel diciembre de 1949 que derribó los balnearios del Mar Menor.
Se cuenta que entre las dunas a veces se descubría agua potable, cristalina, muy apreciada por los pescadores de Los Nietos. Fue en los sesenta cuando se comenzó a construir y se hizo con tal intensidad que, como una ola gigantesca, acabaría cubriendo hasta la gran duna del Monte Blanco. Sin duda el hombre se podría definir como animal que modifica el paisaje. No trataré sobre los errores, otros dicen horrores, junto a los aciertos, pocos, que han procedido en su urbanización.
Dionisia García, nuestra poeta, junto a Salvador Montesinos, su marido, decidieron pasar los meses de veraneo en La Manga. Desde su ventana ha contemplado ese ir y venir constante del mar, el faro, la isla Grosa. A veces sus poemas tienen un aire salino, han captado la brisa de aquel paraíso entre dos mares del que el ingenio popular daría su particular versión. No obstante se mantendrá esa atmósfera que origina el intercambio entre la tierra y el agua.
Entre tanto, el pintor Ramón Alonso Luzzy, discípulo de Vicente Ros, se dedicó a trasladar a sus telas esos fragmentos de arena, plantas autóctonas, la espuma y el agua. Todo ocurrió lentamente, primero fueron miles de fotografías, atardeceres infinitos con puestas de sol, después compuso en equilibrio el mar y las pequeñas dunas; y poco a poco eliminó anécdotas. Como Juan Ramón fue desnudando su pintura hasta conseguir la abstracción de tal modo que, lo que fue y lo que es esta franja de arena, se salvó para las generaciones venideras en sus óleos.
Dionisia que tiene el don de reunir a los conocidos, de convertirlos en amigos, supo de Emma Egea en Cartagena, mujer de Eugenio Martínez Pastor, hermano de Manuel y de Javier, marino, todos escritores. Y conoció a Joaquín Ortega Parra, que de niño, durante la guerra, pasó una larga temporada en el faro, poeta, también fue vecino de La Manga en uno de esos pequeños paraísos que permanecen semiocultos. Allí recuerdo a María Teresa Cervantes, Antonio Marín Albalate, Jeannine Alcaraz y al pintor Melero.
No olvidemos a Agustín Meseguer, y sus 'Versos de Las Amoladeras', ese rincón prehistórico de las primeras pisadas sobre la playa de Levante, alumno que fue de Jorge Guillén.
A veces descubrimos en esa misma playa al poeta José María Álvarez y a Carmen, otras los encontramos en una cala solitaria.
Desde el faro contemplamos esa línea irregular que cierra el paisaje, este lugar que fue un paraíso, aún rodeado por las aguas del Mar Menor y el Mayor, con sus islas y puestas de sol insuperables. Cerca se encuentra el Miral, monte de San Ginés de la Jara, donde ermitaños y monjes se retiraban para hacer una vida ascética, sobre minas de plata y manganeso, con la Cueva Victoria en el extremo que parece una catedral gótica alumbrada por el rosetón que abrieron los barrenos. Este paisaje aparece a veces cubierto por sábanas de plásticos que cubren cultivos, como si sobre el suelo verde oscuro, amarillo y gris pizarra de plantas espinosas, albardín, esparto, barrillas, esparragueras, lentiscos... hubiese caído una mancha gigantesca de pintura blanca. No es el blanco de Malevich, pero podría recordarlo.
Ya he comentado que Dionisia concierta relaciones, así ocurrió con Jorge Cela Trulock y María, su mujer, quienes encontraron junto al canal de El Estacio el placer del aire, la luz y el mar. Uno de sus libros, 'El engañoso bien de las palabras', es un endecasílabo prestado por Dionisia. Jorge puede que echase de menos las olas y los rompientes del Atlántico, ya que el Mediterráneo es más suave, doméstico casi siempre y, desde arriba, se percibe como un chapoteo hipnótico. Las razones por las que se elige una casa, un lugar u otro, nunca son definitivas, pero si se trata de aguas cálidas, seguro que sería una buena razón. ¿Qué vio entre estas casas que pueblan la arena? Quizá fue el guiño lejano del faro, los atardeceres lentos con un sol rojo que va cayendo entre montañas que se confunden con nubes a punto de desaparecer.
Jorge, autor de más de veinte libros y cientos de artículos, ahora, que nos ha dejado, sin duda permanecerá entre sus páginas y sus amigos. Colaboró en la Sierpe y el Laúd, con su libro: 'Anochece, Platero'. Vuelve de nuevo esa relación con Cieza al fondo entre esos montes y pozos de minas donde crece el esparto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El mastodonte de Las Contiendas y las diferencias con un mamut
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.