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El empresario Gregory Peters mandó abrir un acceso en la montaña en los setenta para que su mujer se bañara en el mar. «No hay otro lugar igual», dice el chef de La Cala, Eusebio ValeroComo el Taj Mahal, la cala mediterránea en la que desembocan los caminos de La Manga Club se puede contemplar tal como es ahora por obra de un hombre enamorado. Cuando el fundador del exclusivo complejo residencial, el empresario californiano Gregory Peters, trajo a su mujer por primera vez en los años setenta, cuando ya había construido dos de los tres campos de golf y el primer hotel, le preguntó qué más le gustaría tener en este idílico entorno. La señora Peters demostró una visión de estadista al comentar que le encantaría bañarse en el mar sin tener que salir del 'resort', y eso que aún nadie imaginaba lo que se fraguaba en el Mar Menor. El magnate americano no lo dudó. Ni siquiera una montaña se interponía en los deseos de su mujer. Mandó abrir la roca y trazar un camino hacia una de las calas más bellas de la costa murciana, hasta entonces solo accesible en barco y, muy probablemente, usada como refugio de navegantes perdidos y piratas en tiempos turbulentos.
Hay que atravesar todo el complejo residencial y ese último tramo de tierra y piedras, que te hace sentir como Núñez de Balboa cuando divisó el Pacífico. Puede que el azul que le invadiera los ojos fuera similar al añil intenso que te golpea la cara al remontar la pequeña cumbre de llegada a la cala. A ambos lados, rocas como esculpidas por un escenógrafo de película de aventuras. Y una pequeña alfombra de arena que la costa le tiende al mar para que la acaricie día y noche sin descanso.
Visita recomendada La Cala, en La Manga Club.
Qué hacer Contemplar el paisaje de rocas y aguas azules, darse un baño salado y comer o cenar en el restaurante especializado en arroces y pescados frescos.
El guía perfecto Eusebio Valero, chef de La Cala desde hace 24 años.
En pleno julio no hay aglomeraciones, aunque los fines de semana se intensifica la llegada de bañistas. Con mirar y respirar sería suficiente para reconciliarse allí con el mundo. Pero además la cala guarda una grata sorpresa en el único restaurante que la corona en lo alto, convertido en un mirador excepcional con poder para hacerte sentir privilegiado. Allí reina el chef Eusebio Valero desde hace 24 años. Los turistas extranjeros, que engrosan el 90% de la clientela, son los más fieles admiradores de sus pescados frescos y arroces de todos tipos y sabores. «Les hago el arroz que me pidan, de marisco, de campo, arroz negro, caldero, y también sopas y zarzuelas de marisco, que les encantan», despliega el cocinero granadino. Mano experimentada no le falta.
Desde los 13 años lleva saltando por decenas de fogones de la costa española desde Cambrils a Marbella, desde Salou a La Manga, donde llevó dos restaurantes antes de desembarcar en este transatlántico de lujo amarrado a la costa de Cartagena. «He trabajado de sol a sol en muchas cocinas, pero en La Cala he echado el ancla», comenta el chef mientras despeina unas hebras de cebollino para decorar un atún barnizado en la parrilla de carbones. Eusebio amansa las llamas como un domador de leones en su cocina al aire libre, enrejada cual santuario de montaña. Mientras recuerda sus inicios gastronómicos, coloca con mimo un crujiente de jamón y yuca en su último plato. Lo excepcional de su mesa y sus vistas obligan a reservar con tres días de adelanto como mínimo.
A esta experiencia 'delicatessen' le han hincado el diente los pudientes clientes del hotel de cinco estrellas. Cuentan que una excéntrica turista hizo que la llevaran en helicóptero hasta el comedor para no ensuciar de arena sus sandalias de Swarovski. Otro ostentoso visitante llegó en su Cadillac con dos bellezas femeninas. Comieron langosta y bebieron champán como si se acabara el mundo, y al arrancar el cochazo se le encalló en la arena y tuvo que pedir ayuda. Lo bueno de la cala es que es igual de bella para quien llega en utilitario. «No hay otro lugar igual», se queda Eusebio de centinela.
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