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ALEXIA SALAS
Martes, 16 de agosto 2016, 12:46
De botones entró Mauricio Ruiz al Club de Regatas de Santiago de la Ribera cuando solo cumplía 13 años. El chico de los recados era tan tierno que los que ya se afeitaban le apodaron 'Piti', como un rosado y dulce 'Petit suisse', que con el tiempo cuajó una carrera de constancia hasta la gerencia de la institución náutica casi centenaria. Tan apegado lleva al corazón este transatlántico anclado en tierra a perpetuidad que se lo ha hecho pintar en una pared de su casa para no separarse de esa silueta de vela de barco tumbada, que renuncia a zarpar.
Quién.
Mauricio Ruiz Sáez.
Qué.
Gerente del Club de Regatas de Santiago de la Ribera.
Dónde.
Playas de La Ribera.
Valores.
El Real Club de Regatas nació en 1918 a raíz de que los barcos de vela latina que iban a La Manga hacían auténticas competiciones entre ellos a su regreso a la orilla de La Ribera. Los regatistas pioneros formalizaron el Club e impulsaron la creación de la VI flota de Snipe de España en el Club, que ha celebrado campeonatos mundiales y está a punto de cumplir su siglo de vida.
Pensamiento.
«El Mar Menor hay que conocerlo porque sus vientos engañan».
El singular edificio, que en 1972 sustituyó a la entrañable primera sede del universo marinero de La Ribera, ha consolidado hasta hoy el carácter narcisista de la arquitectura de aquella época de los pantalones de campana y los papeles pintados. Monsieur Hulot estaría encantado de embarcarse en su pantalán elitista, burbuja de la burguesía murciana en el Mar Menor.
Su trabajo en este universo de polos a rayas no le hurtó a Mauricio la infancia de bicicleta e ingenio de horas muertas. «Yo he sido siempre prudente, aunque también hacía de las mías. Me gustaba meter petardos en los botes de Cola Cao. Se quedaban hechos añicos», sonríe aún con gozo del estropicio. Recuerdos de aquella infancia sin videoconsolas, en las que la mayor emoción era «tirarse en la bici por las cuestas de tierra que había al final del Barrio de los Pescadores». Aventuras que se acababan cuando la voz materna gritaba su nombre llegando a todos los rincones del pueblo. «La infancia dura más que la vida», decía Ana María Matute para quienes se amarran con doble nudo a la ilusión. «Mi hermano Ángel Marcos era mi referente. Siempre estábamos juntos, aunque yo era más ahorrativo que él. Cuando iba a salir me decía: 'Anda saca lo que tienes guardado'», cuenta la hormiga Mauricio, que ha hecho acopio de sus virtudes de austeridad -tan de moda europea- para llevar a buen puerto el Club de su vida. «Más de setecientos socios y muchísima actividad», muestra orgulloso.
El edificio postmoderno deja ver desde su terraza la abierta bahía de La Ribera, reconocible aún por los ojos de aquel niño, aunque con un pellizco de tristeza por el Mar Menor transparente que fue, el que dejaba ver la danza de las algas en una pista arenosa y las caracolas pegadas en los pilones de los balnearios. Todas esas pequeñas cosas que uno tiene tiempo de ver cuando es niño porque las horas pasan sin reloj en un pueblo con mar.
«El sentimiento ribereño existe y hay que respetarlo», despliega la bandera. «Es un mar que hay que entenderlo, porque tiene tres olas y no puedes descuidarte», explica el hombre de mar, amigo ya de los vientos de levante casi perennes en la laguna. Ni los levantes marinos ni los zarpazos en tierra han doblegado el carácter emprendedor de Mauricio, que se inventa cualquier excusa para volver antes cuando está de viaje: «No puedo estar sin ver el Mar Menor. Es mi vida. Yo soy feliz yendo en mi barquito azul, de cinco metros, hasta el centro para ver los fuegos artificiales de las fiestas de verano. No pido más».
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