Secciones
Servicios
Destacamos
Éramos no más de una docena de valientes los que escogimos el bachillerato de humanidades, que entonces se llamó «letras puras», y nos metieron en un cuartucho sin pupitres, teníamos esas ortopédicas sillas con alero, profesores repes en alguna materia y nada de climatización porque nuestra opción no reunía el atractivo ni el futuro que los ineptos que dirigen la educación en este país consideran suficiente para invertir en ella.
Los que veníamos de descubrir Ética en Primaria con Pilar de Larios Vega, sabíamos que en Secundaria nos iban a dar palos hasta en el DNI. Por pensar, por tener criterio y, sobre todo, por preguntar. Preguntar ha sido siempre el mayor de los insultos al poder, a cualquier poder.
Luego llegó la cultura clásica con Mª Amada Patiño y su margarita en la solapa, y también la filosofía, el arte, latín y griego, la historia del mundo, llegaba la certeza de que no ibas a convertirte en un zopenco cuando a los dieciocho te dieran la patada porque ya estabas en la mayoría de edad y tenías que buscarte la vida. Eran los primeros recortes para las humanidades y ya entonces nos parecía un escándalo, el mismo que deberíamos armar por ver cómo se vende la educación al interés corporativo.
Escándalo es también una palabra que proviene del griego y que quiere decir «piedra con que se tropieza». Las piedras son, como lo fueron entonces, los claustros de maestros y profesores que de manera numantina se resisten a que el aborregamiento general se esparza en la sociedad y por cuya labor podemos tildar de gentuza infumable a aquellos que señalan como delincuentes a niños que duermen solos en un albergue o a los que se juegan la vida para venir a España porque no tienen donde volver.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.