La vida en horizontal

Hacía años que no tenía vacaciones en agosto. Siempre he preferido septiembre para salir y conocer el mundo con menos turistas. Pero este año venían impuestas así que he decidido entregarme a las vacaciones de la pereza y la vida en horizontal. Me he comprado 'La ciudad de los vivos' de Nicolas Lagioia y he empezado a ver 'Días mejores' con la inconmensurable Blanca Portillo.

En verano, más allá del imperativo social de hacer mil cosas (y enseñarlas) e ir a mil lugares (y enseñarlos) yo reivindico la pausa. Porque las mejores cosas de la vida no son precisamente cosas. Vivir sin horarios, leer hasta tarde o disfrutar de la compañía sin mirar el reloj también es verano. Son días para frenar, dejar la vida en punto muerto y que la inercia te lleve donde quiera. Ese era el plan: procrastinar.

Sin embargo, es el primer día de vacaciones y el despertador suena a la misma hora de siempre. Hemos alquilado una lancha para pasar el día en el Mayor. Más bultos que personas en una lancha diminuta, porque claro, una no es Georgina. Sin ibéricos y como en los coches de choque salimos hacia Isla Grosa. De camino se va dibujando el perfil de La Manga. Edificaciones monstruosas sin criterio estético alguno. Un sinsentido de ladrillo que te hace pensar lo que pudo haber sido y no fue. El resumen: un día perfecto, risas y amigos, un dedo roto del pie y el culo quemado, la felicidad. Los abrazo como se abraza al verano antes de que se lo lleven las olas.

Ya lo decía Almudena Grandes: «El verano es el tiempo de la felicidad... sean felices, porque la felicidad también es una forma de resistir».