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Tal cual: cuando vi la película del dramaturgo y cineasta Martin McDonagh 'Tres anuncios en las afueras', protagonizada por una Frances McDormand en estado de gracia a la que se otorgó, con todo merecimiento, un Oscar por su interpretación, pensé que igualmente de bien podía ... haberle dado vida a esa mujer enfrentada a la Policía, y al mundo entero, tras haber quedado arrasada tras violación y asesinato de su hija, la española Victoria Abril. Y me imaginé aplaudiéndola frente al televisor mientras, puestos ya a soñar, Jack Nicholson y Jessica Lange le entregan emocionados, ellos también, el ya citado Oscar, Hollywood mediante rendido a sus pies. Jamás olvidaré a esa Victoria Abril que nos enamoró en 'Átame', de Almodóvar; que nos disparó el deseo y nos descolocó el pulso en 'Amantes', de Vicente Aranda; y, sobre todo, que nos robó el corazón ya para siempre con esa interpretación suya, en carne viva, en 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', de Díaz-Yanes. ¡Victoria Abril, nada menos! Una de las grandes actrices en español de todos los tiempos, cuya ausencia en los últimos años, tanto del cine como de las plataformas de televisión en nuestro país, resulta como mínimo sorprendente, llevaba hasta hace pocos días 40 años sin pisar un escenario en España; cero teatro aquí en... ¡40 años!
¡Noticia bomba! Por fin, llegó el día en que se anunció su regreso a los escenarios, y ese día fue el 31 de julio, cuando se estrenó en el 70 Festival de Teatro Clásico de Mérida, 'Medusa', cuyo cartel ella encabeza por todo lo alto. La expectación era máxima, el rotundo éxito de público estaba garantizado durante varios días en aquel espléndido teatro romano –y después en otros escenarios como el de San Javier–, y la oportunidad de ver a Victoria Abril actuando en vivo y en directo, y poder aplaudirle, de paso, por tantos momentos de su trayectoria artística que han merecido una ovación, se nos brindaba única.
¡Qué decepción, joder! Podría haber regresado al teatro, puestos a seguir soñando, estrenando un texto escrito para ella por el mismísimo McDonagh, o tampoco hubiese estado mal que por Alberto Conejero, autor de esa maravilla que es 'En mitad de tanto fuego', de la que pudimos disfrutar en San Javier 2023.
Su regreso debería haber servido para dejar una lección de interpretación que hubiese alimentado durante años a nuevas generaciones de actrices y actores. No debía regresar para hacer un trabajo de aliño y 'adiós, mundo cruel'. Hay actrices, que la han tenido a ella como un modelo a seguir, que se están comiendo los escenarios con un empuje y un talento que apabullan: Vicky Luengo, María Hervás... ¡bravo, bravo...!
'Medusa' es un espectáculo pretencioso y muy ruidoso que se consume con prisa y se va olvidando sobre la marcha; facilón, inconsistente, infantiloide a veces, por momentos ridículo. Y abonado a todas las modas contestatarias actuales, pero sin la menor profundidad y con un gusto desmedido, ya no por la ironía fina, el music-hall de altura, la revista pícara y desentoxicadora de mareos diarios de cabeza, sino por buscar un humor triunfante que no aparece, y una crítica a los convencionalismos que se queda en una especie de denuncia que parece hecha para que la difundan Pablo Motos & Trancas y Barrancas. Tampoco se acierta con la exhibición de una masculinidad tóxica que, en el fondo, se utiliza de un modo inocuo y puramente estético-hormonal para crear una descarada atmósfera 'a lo Gladiator'. Pero lo que quizá resulte más curioso de todo es que, en esta versión de 'Medusa', el mayor enemigo de la mujer es otra mujer. Finalmente, la tragedia de Medusa es culpa, cierto que con la colaboración del desaforado Poseidón, que la viola, de la diosa Atenea.
Medusa, sí, «el temido monstruo de la antigüedad con cabellos de serpiente y mirada petrificadora para todo aquel que osase mirarla, muere decapitada por el héroe Perseo, quien entrega la cabeza de la gorgona a la diosa Atenea como símbolo de victoria», explica José María del Castillo, autor y director de la obra y, también en la noche del jueves en San Javier, actor dando vida a Perseo en sustitución de Adrián Lastra, cuya ausencia fue anunciada al publico antes del inicio de la representación; vaya, qué mala suerte.
Sigue Del Castillo: «Así nos han contado siempre la historia, pero... ¿y si los hechos nos los narrase la propia Medusa? ¿Sería todo igual?». No, claro que no, y en principio la idea resulta hasta interesante. El problema llega cuando se escucha el texto: ni la reflexión sobre el mito de Medusa «para profundizar en el pensamiento social inducido, las apariencias, el miedo a lo diferente y el valor de la integridad en una sociedad que no ha cambiado tanto a pesar del paso de los siglos», tiene calidad literaria, ni pulsión dramática; ni tampoco tal fin se logra, como dice pretender el autor, «a través del humor y la tragedia, la música, la voz, el movimiento y la plasticidad de una puesta en escena multidisciplinar» que cuenta el mito «desde el lugar del vencido, el antihéroe, revelando así la otra cara de toda moneda, que mantiene su valor sin importar el lado que mires».
Lo que se escucha, lo que se dice, lo que se entona incluso en plan sermón, o sesión de terapia en rebajas, o diatriba solemne, o retahíla de consejos resultantes de un centrifugado de cien libros de autoayuda, no deja de ser lo que se podría escuchar en monólogos sueltos de café-teatro, intervenciones en las mil derivaciones actuales de 'El club de la comedia', o en algunos momentos de una chirigota desencaminada. A la chirigota ayuda la escenografía cero sutil, inmóvil y fallera que ha ideado, aunque parezca mentira, la en otras ocasiones mucho mejor Mónica Borromello; mejor la iluminación de Felipe Ramos, el vestuario de Pier Paolo Álvaro y, desde luego, el trabajo coreográfico de Aleix Mañé. Tampoco ayuda nada la música de Alejandro Cruz Benavides.
A ver: ni el resultado del espectáculo es «mordaz», sino simplón, ni la tragedia se palpa cuando llega el momento por ningún lado, ni surgen las risas sanadoras con la frecuencia prevista, ni mucho menos consigue este montaje darle la vuelta «al orden establecido». Lo que aquí vemos es a Victoria Abril, todopoderosa actriz, dándose un paseo por el escenario con su desparpajo natural, su prodigioso en posibilidades de comunicación aquí desaprovechado, y su encanto de mujer rebelde porque el mundo la hizo así.
¿Y qué decir de Ruth Lorenzo? La cantante y compositora murciana se ha estrenado como actriz en este montaje, y el resultado es prometedor. Tiene fuerza en escena y su voz, tanto cuando clama como cuando canta, es muy valiosa, y eso que ni la música escuchada dejará huella, ni las letras de los temas que interpreta heredarán la Tierra. Ruth Lorenzo cantando 'Piedras', acompañando en su danza a Elisabet Biosca, es de lo mejor de esta 'Medusa', también interpretada por una Mariola Fuentes/Atenea que se pone el mundo por montera, muy a su aire, y por un coro de actores que cumplen con profesionalidad. El público, que no dejó ni un mínimo rincón libre en el Auditorio del Parque Almansa, aplaudió tras la representación sin echar las campanas al vuelo.
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