!['Las asambleístas (las que tropiezan)': no hay feminismo sin hipnotismo](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2024/08/10/193597223--1200x840.jpg)
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Llenazo total en el auditorio Parque Almansa para ver 'Las asambleístas', una versión megalibre de la obra de Aristófanes, que el verano pasado se estrenó en Mérida. Las caras conocidas de Silvia Abril y Pepa Rus, la dirección de José Troncoso, y los medios que ... proporciona una coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y El Terrat, imantan las taquillas. El tema del género, pues también despierta interés, pero igualmente lo hacían las 'Matrimoniadas'. Era de esperar un humor algo más inteligente y chisposo con el tema de los sexos a estas alturas de la historia, veinticinco siglos después de que la obra se representara en Atenas, ya no solo porque nos hemos plantado en el 8M, sino porque hemos conocido a Molière, a Woody Allen, a Rabelais, a Emilia Pardo Bazán, a Tom Sharpe e incluso a Juan Carlos Ortega, Henar Álvarez, Victoria Martín, Carolina Iglesias, etc. Al menos se espera que, en una función de campanillas mediáticas y dinero para financiar vestuario fucsia y escalones a lo Hollywood, si el guionista piensa embutir la palabra 'chumino' en una frase, tenga una gracia inusitada como para reírte incluso cuando mucho después lo recuerdas. De ahí para abajo, ya lo superamos todo con Fernando Esteso.
Esta versión loca de la obra del humorista griego reúne a un grupo de mujeres que, hartas de tropezar siempre con los mismos pedruscos-limitaciones-imposiciones, deciden robar las ropas de sus maridos para disfrazarse de hombres y llegar a la asamblea para cambiar las leyes a su favor. «Es que te miro, y pareces el de Vox cuando se enfada», le dice la líder Praxágoras (Silvia Abril) a Geométrica (Gabriela Flores) camuflada con bigote. También sale por ahí a relucir el ya pasadito Roldán.
Una diosa con acento germano las dirige hacia la igualdad formal, pero antes las tiene que hipnotizar para que se infundan de ímpetu feminista y se lancen a la lucha. Alguna va a necesitar más voltios en el hechizo, como es el caso de Lacia (Pepa Zaragoza), que se acobarda en la fría noche de la revolución y termina por llamar a gritos a su novio, Cipoteo, que hace honor a su nombre y exige peaje: «¿Es que no ves cómo me has puesto? Ahora terminas lo que has empezado», la acosa el machirulo (Silvia Abril transmutada) con la escopeta enhiesta. «Yo lo cambiaré», «es culpa mía», «vas buscando guerra», «para cuándo los hijos», «anda y búscate un novio» y todas esas lindezas que circulan todavía, son los pedruscos -y bien gordos- que las asambleístas se encuentran por el bosque oscuro antes de llegar al estrado. «Acabarás envuelta en plástico», le advierten las otras.
Cada una tiene su cruz y su pedrusco. Serviciala (Olga Hueso) se topa con su afán de cuidar, cocinar y priorizar a los suyos. Por ahí afloran también la desigualdad salarial, el edadismo femenino, o la exposición a la violencia sexual y a la condena social de las mujeres, como le pasa a Lanzada (Pepa Rus).
La comedia aprovecha la estructura de arquetipos de los personajes, propia de las obras griegas, para tirar de tópicos eternos. La liberada que se va de juerga casualmente es andaluza, y la cerebrito tiene acento catalán. En fin. Los números musicales son olvidables, deslavazados y sin gracia. El irónico y seductor texto del farolillo que escribió Aristófanes se convierte en un número de gimnasia soez. Solo la voz en 'off' de Julieta Serrano pone un poco de encanto a la función.
Y para remate, un fingido referéndum: las actrices instan al público a votar las leyes igualitarias mostrando el lado verde (a favor) o el rojo (en contra) de la tarjetita que se les entregó en la puerta. Pues las más de dos mil almas que llenaron el auditorio votaron a favor de repartir las tareas del hogar, entre otros buenos propósitos. Allá cada uno con su conciencia.
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