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Su casa-estudio de Bolnuevo (Mazarrón) mira a un mar plano e infinito. Es el mismo Mediterráneo de su infancia en la vecina Puntas de ... Calnegre (Lorca), donde se crio, feliz, recorriendo en bicicleta las calas vírgenes. Esa convivencia con la naturaleza la intenta plasmar en sus proyectos la arquitecta Pepa Díaz Calvo (42 años), madre de Saúl y Aarón, y creadora de algunas de las viviendas de diseño contemporáneo más llamativas de este punto de la costa regional. La autora de 'Casa Elvira', el mercado Cresta del Gallo y 'Casa dos lenguajes', entre otras intervenciones, considera que ha llegado el momento de dejar a un lado el hormigón y el ladrillo para apostar por el barro y la piedra. Encandilada por las casas mallorquinas de Jorn Utzon y seguidora del artista Olafur Eliasson, del que destaca su juego con el paisaje, defiende los espacios versátiles y adaptados al entorno. Su último reto, por encargo del Ayuntamiento de Mazarrón, es convertir unas antiguas escuelas de los años 60 en el nuevo centro de interpretación del medio natural.
–¿Lo suyo es pura vocación?
–Recuerdo que de niña jugaba a hacer casitas con plastilina. Pero en mi familia nadie se ha dedicado antes a esta profesión; soy la primera. Mis padres, que eran agricultores, nos inculcaron que teníamos que estudiar. En eso no había opción. Mi hermana se decantó por Medicina, y yo cursé Arquitectura en la Universidad Politécnica de Valencia.
–¿Resulta más complicado desarrollar este oficio desde un estudio situado en un núcleo de apenas mil habitantes?
–No me lo parece. Bolnuevo es un sitio muy inspirador, y el estudio funciona a un ritmo adecuado para el ser humano, nada frenético. A mí me viene muy bien porque soy un torbellino, y este lugar me calma. Hoy en día, gracias a internet y a las nuevas tecnologías, estamos en todos lados, ya no es tan importante el estudio físico en sí.
–¿Cuánto pesa la inspiración en su trabajo?
–La arquitectura que nos gusta es todo inspiración. Pero en muchas ocasiones el cliente que llega al estudio solo necesita resolver una cuestión técnica, por ejemplo, adaptar una cubierta. La arquitectura es poesía, pero también es precisión, técnica...
–Ha diseñado varias de las casas más espectaculares de Mazarrón, ¿teme que la encasillen?
–Mucho. Lo de la imagen de marca no va con el estudio ni lo siento en la arquitectura; yo no soy una marca ni me interesa serlo. Me gusta que la obra hable por sí sola y tiene que hablar del lugar, del habitante, pero no del arquitecto. Siempre me ha interesado adoptar soluciones contemporáneas combinadas, me gusta que haya cierto eclecticismo. La que tiene que hablar es mi obra, no de quien viene; debe hablar del habitante, del lugar, del momento en el que se ejecuta.
–¿Hasta qué punto tiene importancia el entorno donde se alzará su obra?
–El lugar resulta esencial para la arquitectura de nuestro estudio: colores, materiales, orientaciones, soluciones pasivas dependiendo del clima... Es una de las claves del proyecto.
–¿Es cara la buena arquitectura?
–No, aunque con matices. En ocasiones, no siempre, conlleva algo más de gasto que la 'no arquitectura', pero está compensado con creces a lo largo de la vida. De eso se trata. No tiene por qué ser mejor un proyecto que haya requerido más dinero, pero, eso sí, es más fácil trabajar. A veces lo sencillo funciona mejor.
–¿Resulta más sencillo diseñar un proyecto cuando el presupuesto es un cheque en blanco?
–Al estudio no nos llegan encargos con presupuesto ilimitado. Unos clientes tienen el tope en cien mil euros y otros en un millón, pero todos tienen un límite. Con todo, no podemos negar que cierta flexibilidad permite casi siempre mejorar el proyecto. Yo reivindico la obra. Los proyectos no se acaban cuando entregas el plano; luego hay que construirlos, y sin una buena dirección, un adecuado seguimiento y una coherente adaptación resulta imposible conseguir un buen resultado arquitectónico.
–¿Su oficio es un mundo de hombres? ¿Ha encontrado más obstáculos en su carrera por su condición de mujer?
–Por parte de mis compañeros de profesión no he sentido ningún tipo de machismo. Y a pie de obra creo que, por mi carácter, no doy lugar: soy muy seria, intento ser una profesional. En cuanto a si he podido perder alguna oportunidad por ser mujer, si ha ocurrido no he sido consciente. Los obstáculos aparecen relacionados con la conciliación en el caso de la maternidad. El sistema todavía no está preparado. Estamos intentando adaptar a la mujer al mundo capitalista que creó el hombre, digamos, y esto es el error. La solución no es la que se está ofreciendo; está muy simplificada con respecto a la realidad.
–¿Se ha sentido incomprendida con alguna de sus obras?
–Sí, reconozco que en alguna ocasión me ha ocurrido. A veces no llegamos al resultado arquitectónico deseado, porque el cliente no acaba de encajar lo que presentamos y nos quedamos en soluciones más intermedias.
–¿Le llegan a afectar las críticas?
–Solo si vienen de mis compañeros de profesión, porque se trata de personas muy cualificadas, o si proceden del cliente. Pero también me hacen crecer y aprender. Hay ocasiones en las que no existen soluciones óptimas. La incomprensión de la calle no me afecta.
–¿Algún límite a la hora de escuchar al cliente?
–Ninguno. El cliente es todo para el estudio. Antes de empezar un proyecto, no solo nos quedamos con lo que nos cuenta, sino que le pasamos cuestionarios para que conteste, visitamos su hábitat, queremos conocer todo de él.
–¿Y dónde queda la libertad creativa del arquitecto?
–De partida, es máxima, después ya se va matizando con el cliente. La arquitectura resulta un arte complejo, al que se le suman muchas realidades hasta que es concluida.
Un sitio para tomar una cerveza Una Grana tostada en la terraza de mi casa.
Una canción 'La Salvación' de Arde Bogotá con Bunbury.
Un libro para el verano 'Mujeres que compran flores', de Vanessa Montfort.
¿Qué consejo daría? Ninguno. El ser humano es demasiado complejo y cada uno vive según su circunstancia.
Un aroma Me gusta el olor a tierra mojada.
¿Con quién no cenaría jamás? Con un terrorista, por ejemplo.
¿Quién dejó de caerle mal? Nadie, aunque lo intento. Soy de primeras impresiones.
¿Les gustaría ser invisible? Cada vez me da más igual, excepto para mis hijos.
¿Qué le gustaría ser de mayor? Escritora.
¿Tiene enemigos? Algún constructor al que no le gusta que vaya tanto a la obra.
¿Qué es lo que más detesta? Ver cómo el planeta se va a la mierda, y aquí estamos todos como si nada.
Un baño ideal El Rincón de Bolnuevo o las calas de Calnegre.
–¿Ha tenido que rechazar algún encargo?
–No. Pensamos que siempre podemos aportar algo para mejorar la vida de los habitantes. No todo es arquitectura con mayúsculas.
–¿Alguna obra que le gustaría hacer?
–La que está por venir. Me interesa la obra pública, la disfruto mucho. Y también me gusta bastante trabajar con lo doméstico, con las formas de habitar. Quiero hacer algún proyecto en el que pueda estudiar nuevos sistemas constructivos sostenibles cien por cien.
–¿Qué puede aportar la arquitectura en estos tiempos de incertidumbre?
–Seguridad, en primer lugar, en la vivienda. No se nos puede olvidar lo que dice la Declaración Universal de Derechos Humanos y el artículo 47 de nuestra Constitución. Además, la arquitectura debe fomentar la sostenibilidad, el cumplimiento de la Agenda 2030. Hay dos cuestiones importantes. Una es la arquitectura y otra distinta la construcción. La primera recoge la buena construcción, pero algo construido no quiere decir que sea arquitectura.
–¿Hemos arruinado el paisaje, y, en especial, la costa?
–Sí, y vamos a peor. Nos lo estamos cargando; existe una presión continua sobre los parques naturales. Somos una plaga, vamos dejando restos de edificios, de asentamientos, y seguimos buscando lugares nuevos, paisajes vírgenes, en vez de reutilizar lo que ya existe. Ese fenómeno lo puede ver cualquiera que se asome por la terraza de su casa y mire a su alrededor. Se ha reventado el paisaje. Se han levantado ratoneras; se ha construido rápido, se ha construido mucho y para vender, no para el bienestar; se ha construido a lo loco. Debemos tener un poco de amor propio, dejar como herencia algo digno, algo bueno para la sociedad. La arquitectura debe aportar identidad.
–¿Hacia dónde debe caminar el diseño de nuestras ciudades?
–Hacia la sostenibilidad y la ecología. En ese punto, la peatonalización de los cascos antiguos ha supuesto un gran avance, pese a las reticencias iniciales. Pero todavía queda mucho por hacer: faltan árboles por todos lados, sobra pavimento duro, falta reutilizar suelo. Da la impresión de que al sistema capitalista no le interesa que vivamos en ciudades más habitables, solo le preocupa que produzcamos más.
–Uno de los problemas más acuciantes en las urbes es la falta de vivienda. ¿Qué puede aportar su gremio a la solución?
–Necesitamos más parque público de vivienda. No sé por qué cuesta tanto habilitar zonas, reutilizar antiguos usos para este fin. También, debemos abaratar precios. Existe un desfase enorme con respecto a los sueldos, y sobre todo en el caso de la gente joven que no puede hacer frente a unos costes desorbitados Habría que ir a soluciones en cuanto a materiales: por ejemplo, buscar alternativas al hormigón y al ladrillo, que están por las nubes, y apostar por la madera y la piedra natural. Eso ayudaría a ahorrar en el proyecto. Y necesitamos también constructores cualificados, más formados, que se manejen con diversas formas de trabajar, no siempre recurrir a las mismas soluciones. Los arquitectos podemos proyectar, pero si quien construye no está cualificado, no podemos avanzar.
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