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Aún conserva el color de las tierras de Camarón de la Isla, donde ha pasado «11 días con amigos maravillosos». Antes de Cádiz también pudo ... adentrarse en el desierto tunecino con su hermana pequeña. La historiadora totanera María Martínez es, además de catedrática de Historia Medieval de la Universidad de Murcia y subdirectora de la cátedra Arturo Pérez-Reverte de la UMU y la Fundación Cajamurcia, autora del libro 'Entre la Historia y la novela. Sidi de Arturo Pérez-Reverte', y madre de tres hijos.
-¿Cómo encontró Túnez?
-Nos fuimos después del atentado [un agente de la Guardia Nacional en proceso de despido quitó la vida a dos judíos, un francés y un tunecino-israelí, y a otros tres policías antes de ser abatido el 9 de mayo en la sinagoga de Ghriba, en la isla de Yerba] y nos explicó el guía que había estado de alerta ante un golpe de Estado porque hay dos facciones del Ejército enfrentadas. Hay mucha pobreza. Me sorprenden siempre las maravillosas medinas y el aspecto rural, que la gente desconoce. Yo he recorrido el país de norte a sur, y debo decir que, como hicimos la ruta en autobús durante 12 días, había bolsas de plástico azul colgadas de todos los arbustos en las cunetas. Se nota que hay un retroceso económico del país por la inestabilidad política.
-¿Qué le habría gustado ser?
-Muy aventurera, pero decidí ser profesora de universidad y eso me restringió mucho. Hoy no volvería a serlo, pero no me arrepiento. Me habría gustado ser bailaora de flamenco, algo artístico. Incluso empecé en la escuela, pero es que la música y el oído se me dan regular. Don Adolfo Suárez dio diez becas para toda la Universidad de Murcia, y yo estaba la número 11 y al final entré. Cuando me jubile lo que haré será ir a bailar por 'hobby' para desfogarme, porque el deporte no es lo mío. El tango también, pero no he tenido oportunidad de bailarlo, y cuando leí 'El tango de la vieja guardia' de don Arturo [Pérez-Reverte] me dije: '¡Madre mía!'.
-¿Qué conoce de América?
-De América solo conozco Cuba, Sao Paulo y Río de Janeiro, algunas zonas de México como Distrito Federal, Tlaxcala y Puebla, y Nueva York. Es un continente todavía virgen para mí. Mi sueño de viaje desde los 17 años es la India, un objetivo fuerte porque tenía un amigo místico que iba 'pa'llá' y nos traía camisas de colores.
-¿Especializarse es también renunciar a ciertos mundos?
-¡Hiperespecializarse es horrible! Yo no era buena estudiante, estuve hasta los 17 años en un colegio maravilloso de las monjas de la Milagrosa de Totana, y un profesor en 4º ya le dijo a mi padre: 'Paco, tu hija olvídate de que estudie'. Mi padre estaba horrorizado. Pero luego me gustó la historia del arte, y acabé con el gusanillo de las letras y me ficharon aquí en la UMU para hacer medieval y una tesis. Y bueno, ya está.
-Y no le ha ido mal.
-No me ha ido mal. Tengo grandes compañeros en la Universidad de Murcia, no solo en los de mi área. Y tengo tres hijos. Si no me hubiese arraigado como profesora no sé qué habría pasado.
-¿A qué se dedican sus hijos?
-El mayor tiene 35, es profesor de la Universidad de Ciencias del Deporte y se recorre el mundo dando cursos teórico-prácticos. Por cierto, le dio unas clasecitas a Carlos Alcaraz cuando era muy crío, en mi casa son muy tenistas los tres. Tengo otro hijo dentista que trabaja en una clínica de reconocido prestigio, y el tercero, del que estoy orgullosísima también, es guardia civil, un idealista pero con mucha sensatez.
-¿Cómo ve la situación política?
-Yo soy muy visceral con la política, no porque sea radical, sino por las situaciones que voy viendo. Pienso que hay una perversión del sistema democrático. Hay líneas de fuego que no se pueden cruzar, y cualquier cosa tiene que tener una ética, y la política mucho más. El utilitarismo de Mill no es lo más convincente siempre.
-¿Le han tentado para la política?
-Sí. Yo me considero liberal de mente y de vida, pero a los 22 años terminé la carrera, sin trabajo, y mi íntima amiga Henia, con la que coincidí en el colegio mayor Azarbe, era novia del secretario general del PSOE. En mi pueblo había un alcalde socialista, que me tenía mucho cariño, y me propusieron hacer campaña política a cambio de tal y cual... algo interesante: una plaza de funcionaria. Y dije que solo tenía un carné, que era el de identidad, y así sigo. La independencia se paga, y la he pagado cara.
En tragos cortos
Un sitio para tomar una cerveza Bangalore de Mazarrón. Y también los arroces, cada cual más rico. En invierno en Murcia me gusta Drexco o el café del Arco.
Una canción 'Venecia sin ti', de Charles Aznavour.
Un libro para el verano Los cuentos de Scott Fitzgerald.
¿Qué consejo daría? Vive el instante.
¿Cuál es su copa preferida? Vino blanco muy, muy, muy frío.
¿Le gustaría ser invisible? Depende de para qué, le he dado clase a más de 20.000 alumnos y a veces un poco invisible sí.
Un héroe o heroína de ficción La protagonista de 'Rebeca'.
¿Qué le gustaría ser de mayor? Mayor.
¿Tiene enemigos? Sí, pero nunca me ha preocupado.
¿Qué es lo que más detesta? La soberbia.
Un baño ideal En alta mar en un velero, pero como no es posible en Mazarrón en la playa de Bahía.
-¿Pensó que el 'enchufismo' era un modus operandi habitual?
-En ese momento yo no sabía que funcionaba así. La vida me ha ido abriendo los ojos. Y todo es a cambio de algo. No quiero decir que no me venda, porque todos tenemos un precio. Pero en aquellos momentos posiblemente no era mi precio. Yo seguiré siendo independiente, mientras pueda.
-¿Qué representa en su vida la literatura de Pérez-Reverte?
-¡Es que tengo su obra interiorizada! He leído casi todo. En tierras de Camarón leí el libro que me faltaba de la serie de Alatriste, 'El puente de los asesinos'. ¡Buah! Ambientado en Venecia, una ciudad para mí interesantísima, amorosa. Soy romántica, me gusta el romanticismo decadente y hubiera deseado nacer en el siglo XIX.
-¿A qué lugares asocia sus mayores momentos de felicidad?
-Todo lo que he vivido en Italia. Venecia, indiscutiblemente. He sido feliz en muchos sitios, pero siempre lo asocio a donde el corazón me ha llevado, a las personas que en esos momentos han estado en mi vida, que no han sido muchas.
-¿Qué le llevó tiempo entender?
-Ahora mismo estoy, digamos, tranquila. Hay cosas que ya me dan pereza. Enamorarte, rehacer tu vida... todo eso son palabras grandilocuentes para mí. ¿Eso quiere decir que el corazón me vibra todavía? Sí. Pero los folios en blanco los puse una vez, ya no. Ahora entiendo muchas cosas de pensar con la cabeza. Mi matrimonio fue bien mientras duró. Muy bien. Y, de hecho, conservo muy buena relación, y para mí el padre de mis hijos es de mi familia. Pero ya es un amor transformado, y aunque llevo mucho tiempo separada me lo han dicho, que qué suerte tienen mis hijos de poder celebrar con sus padres cumpleaños y nochebuenas juntos. Eso pese a que una ruptura matrimonial es dura.
-¿Tuvo dependencia emocional?
-Sí, mucha. Ahora ya la edad te vuelve mucho más sabia, y sabes que las cosas tienen un alfa y un omega, y se pasa mal. A los 63 años me pueden romper el corazón, pero voy protegida por si acaso. Las cosas efímeras también tienen su punto. ¡Qué bruta soy, madre mía! [dice riendo «cuando en la Universidad me ven tan fría como una Señorita Rottenmeier»]. Ahora bien, si sé que me queda poco tiempo de vida me fumo un cigarro. Ya no fumo, y es cierto que se olvidan los amores, pero el tabaco no.
-¿Cuándo piensa poner fin a su trayectoria en la universidad?
-Me quedan dos cursos. A mí me ha encantado mi trabajo, yo soy carne de cañón, y quien me conoce sabe que doy muchas clases, y no digo que las dé bien. Jamás he tenido un sabático, y he preparado muchas asignaturas. La cabeza la tengo bien, con fallos ya muchos de memoria, pero el cuerpo sí se me resiste. Me estresa mucho el reloj, y quiero jubilarme para pasear a los perros de mis hijos, que no me traen nietos. En mi 'dolce farniente' algo haré, y me preocupa qué haré porque tengo que reinventar un poco mi vida. Lo que sí me da miedo es morirme sufriendo, porque he visto la muerte cerca. Yo tuve un cáncer hace 22 años: 10% de posibilidades de supervivencia, no me tuvieron que hacer ni trasplante de médula. Encontré a alguien que ha sido el Mesías para mí, cuánto lo quiero, y le doy mi sangre si hace falta, que es don Víctor Pérez Rigal, oncólogo, ya jubilado. San Víctor le decían. A él y a su mujer los quiero como de mi familia. Su humanidad en los libros no se aprende.
-¿Por qué nos cuesta llevarnos bien con el pasado musulmán?
-La cultura islámica tiene una gran grieta, por no decir un foso profundísimo, que es la situación de la mujer. Incluso en Jordania, que puedes pensar que es más aperturista por su historia, me quedé perpleja en un hotel de alto 'standing': vi a unas señoras bañarse en burka en la piscina. ¡Me impactó tanto! Lo de Afganistán me parece que Occidente ha girado la cabeza para atrás; allí las niñas no pueden estudiar. Mientras la religión influya en la política o sea un código político, la situación de la mujer por el Corán y por el derecho islámico está en desigualdad manifiesta. Como estudiosa y por las vivencias que he tenido a todos los niveles. Los varones creen que su cultura es la única y verdadera y se sienten superiores a cualquier otra cultura religiosa o no religiosa, esa supremacía cultural les impide su integración, aunque Europa les pongan también trabas. Lo de la alianza de civilizaciones fue un camelo, es casi una utopía. Hay mucha tolerancia, pero de boquilla.
-¿Hay consenso en esa visión?
-En el medievalismo hay dos visiones, yo creo que la que yo doy es una realidad objetiva, sin carácter de xenofobia, basada en la historia y lo que vivimos. Y hay una corriente proislámica que intenta relativizar. No se puede comparar. La mujer occidental tiene aquí una realidad jurídica, y luego hay otras cosas, pero los salarios están en general equiparados y la discriminación positiva ha permitido que las mujeres lleguemos a lo que hoy se dice techo de cristal, y si no te apetece no llegas, pero puedes. Se ha avanzado mucho.
-¿Por qué elogiar la sencillez?
-Mis gustos son sencillos. En verano, más que viajar, desde mi infancia prefiero estar en la orilla del mar debajo de la sombrilla.
-¿Qué ha sido fundamental?
-La amistad, que dura más que el amor. He pasado criando a mis hijos momentos maravillosos en Totana. Me gusta ir con mis amigas a tomarnos la ensaladilla al Drexco, tengo gustos culinarios sencillos, soy menos de la vanguardia.
-¿Qué no salió como quería?
-Organicé un curso de verano en la Universidad del Mar en Totana antes de la pandemia, y conseguí que hubiera 50 alumnos. Tres días antes de que se celebrara el curso, con todo preparado, dimití. Hubo un malentendido con Vicente Lull [codirector de las excavaciones en La Almoloya y La Bastida], y dijo que él cuando saliera de dar su charla en el centro Gregorio Cebrián, para los que no se podían haber matriculado, que valía 60 euros la matrícula, 40 con beca, que él daría su charla para ellos. Me pareció demogógico porque era la universidad la que le traía, le pagaba el viaje y le llevaba 50 alumnos. Luego me enteré que había otras cuestiones, y yo no tuve ganas ya de ir a hacerle la presentación de un currículo maravilloso, que lo tiene. Otra persona lo presentó. Demagogias las 'justicas'.
-¿Ha robado alguna vez?
-La cartilla de escolaridad para matricularme, sin que mi padre lo supiera, en el instituto de Totana.
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