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En los últimos tiempos ha trabajado en tres instalaciones sonoras y ha publicado un disco, 'Ámbito Mula', junto a José Joaquín Aroca, grabado en el paraje Pinar Hermoso en El Niño de Mula el 26 de febrero de 2022, entre los almendros en flor, bajo ... la lluvia y sobre el barro, con motivo del 30 aniversario de la Fundación Cristóbal Gabarrón. Antes de ser artista sonoro, la docencia y la paternidad acaparó todo su tiempo libre. Siempre ha trabajado en proyectos con estudiantes. Tal vez sea uno de los profesores de Secundaria más queridos. Es experto en buen rollo. Sus recientes paisajes sonoros para Ababol, inspirados en el texto 'Sentido estético del paisaje' de José Ballester, despertaron la curiosidad de muchos lectores.
–¿Cómo le dio por ahí?
–Cuando se inauguró la fonoteca experimental de Murcia se hizo un taller con Francisco López, 'Murcia materia sonora', para trabajar con los sonidos del entorno, y como yo no tengo vergüenza para según qué cosas, me inscribí. Me interesaba como docente para aplicarlo en el aula. A partir de ahí participamos con los chavales en el primer Alterarte, en 2009.
–¿Cómo era en su adolescencia?
–Aprendí a tocar la guitarra viendo tocar a mis compañeros. Era la época en la que se cantaba en la calle, y yo veía que mis compañeros ligaban mucho, así que era cuestión de ponerse las pilas.
–¿Y ligó?
–Me di cuenta que la cuestión del ligoteo no tenía que ver con la guitarra, sino con otras cosas. Pero, bueno, aprendí a tocar la guitarra y pasé por la Coral Cartagonova, y con vergüenza, porque no tenía ni idea de solfeo.
–¿Qué diría su padre de usted?
–Para mi padre había tres oficios imposibles: minero, pescador y maestro. ¡No soportaba a los críos! Al final, yo me hice maestro, profesor, doctor de universidad... Él veía que algo no funcionaba en el sistema cuando había gente que tenía mucho y gente que tenía muy poco. Un amigo lo salvó de esa rueda y se fue a la Marina en el 47. Se estableció en Cartagena, donde nací yo. Tengo un hermano siete años mayor, que es maestro y pintor, Antonio Yelo. Nos repartimos el arte.
–¿Qué hace en verano?
–Las dos primeras semanas de vacaciones me las tiro frenando. Llego con un volumen de estrés alucinante. Leo mucho, oigo música y me dedico a pergeñar proyectos. Yo he sobrevivido emocional y psicológicamente por los dos meses de vacaciones. Si yo tuviera solo un mes habría colapsado hace años. El desgaste emocional del profesorado es muy grande.
–¿Se tiene por friki?
–Mi familia siempre ha tenido la visión de que hay que dejarme con mis locuras. Soy un friki en muchos aspectos. Cuando surge un proyecto con los alumnos ellos son los primeros que me animan.
–Fue padre joven.
–Sí, yo tengo 59 años y fuimos padres jóvenes, yo tenía 24 años. Mi hijo Arturo toca el saxofón en varios grupos de rock, tiene 35 años, ahora mismo con la helitransportada de los forestales de Albacete. Mi hija Alba tiene 30. Los dos me reconfortan, aprendo continuamente de ellos.
–¿Cómo imagina el futuro?
–No sé si mis hijos me harán abuelo, pero me gustaría seguir en este mundo a través de otros, a través de esa descendencia. Pero, por otro lado, es que pienso que dentro de 60 o 70 años la cosa va a estar muy jodida. Y yo no quiero que mi gente viva ese asunto. A mis hijos les preocupa, por ejemplo, la inestabilidad laboral, no poder aspirar a comprarse ni siquiera un coche... Mi mujer y yo hablamos de estas cosas. Son reivindicativos. Ven que hay un grupo o clase social que lo tiene todo solucionado, y luego estamos el resto de los mortales con tantas precariedades.
–Precoz y vertiginoso para unas cosas y tardío para otras...
–La verdad es que sí. Las canciones románticas con la guitarra no funcionaron, es verdad, pero es que tenía dos opciones: estudiar música ya mayor, con 18 años, o dedicarme a la pedagogía musical, a cómo enseñar música al 100% de la población.
–¿Y qué descubrió muy pronto?
–Que la música es una herramienta pedagógica de primer orden. Estás educando el cuerpo, el oído, aprendes a escuchar, recibes cultura porque las letras tienen unos contenidos, y sacas algo en común con los compañeros cuando estás en un coro. Esa parte fue la que más me gustó, y me dediqué a formarse en esa dirección.
–Hablamos de los cambios sociológicos de un país, y tal vez el instituto sea el espacio donde mejor se ven esas tendencias.
–Para mí un cambio importante fue la introducción del bachillerato de danza, música, arte y escena. Recuerdo llegar al 'Flori' [el IES Floridablanca de Murcia] y empezar a ver gente que pertenecía a tribus urbanas. Y yo me consideraba parte de ellos, porque yo también soy diferente. Veía la personalidad de los alumnos en su manera de vestir, a chicas cogidas de la mano y sin temor a expresarse. Muchos nos lo dicen pasado el tiempo, y emociona muchísimo. Hubo un trabajo bueno del profesorado para mantener las humanidades, la investigación y las artes, el 'Flori' fue el primero en organizar Semanas de la Ciencia.
–A veces lo vemos con una camiseta que dice 'Floricoro'...
–Sí, hoy no me la he traído. Cuando hacemos orquesta es la 'Floriorquesta'. El proyecto que tenemos desde hace 17 ediciones de hacer el Camino de Santiago con los alumnos es el 'Floricamino'. Es un viaje cultural en 1º de la ESO, que inició un compañero que se jubiló, y se han hecho cargo otros compañeros. He vuelto a hacerlo este curso porque para mí es el último entero de docencia. Si no pasa nada, en marzo de 2024 me jubilo.
–Al borde de los 60, ¿qué piensa?
–Que todo pasa demasiado rápido.
–En su caso, con 22 años ya entró en el sistema educativo... ¡ha tocado bastante la guitarra!
–¡La verdad es que la he tocado mucho! En clase era mi herramienta. Pero se me resisten todos los instrumentos... No sé qué poeta del 27 decía que no era un virtuoso del piano sino un vicioso. Y yo puedo decir lo mismo: yo no soy un virtuoso de la música sino un vicioso. Estuve diez años tocando el fagot en la banda de música de Abarán, pero a un nivel muy básico. Con 35 años no podía hacerme un virtuoso... Conozco las canciones de los 80 y cien mil temas de cantautores. En Blanca, de donde eran mis padres, he estado tocando en el grupo de coros y danzas. Estuve un par de años tocando el bajo con una banda, Pez Dólar, e incluso hicimos conciertillos.
–No ha tenido miedo de vivir.
–No le he visto la parte amarga a la vida. El trabajo con la música me ha dado vida. Quiero pensar que he ayudado a muchos sin saberlo. Tengo que reconocer que soy un profesor al que odias o al que amas profundamente. A mí todo el mundo me conoce en el instituto. Soy «el Yelo», por lo bueno y por lo malo.
–¿Cuándo decidió incorporar las camisas hawaianas a su ropero?
–Reconozco que es mi compañera la que marca el tema, porque mi criterio estético se limita a lo auditivo. Pero es cierto que, por ejemplo, desde que trabajaba como maestro en el colegio, cuando venía el calor yo me ponía pantalón corto. No tengo problemas con ello, pese a que no estaba bien visto con los catedráticos de pata negra. Yo llevaba el pelo largo, rizado natural, y encima en pantalón corto... Poco antes de llegar al 'Flori' hubo un claustro encendido en el instituto sobre si debía permitirse al alumnado ir en pantalón corto. Eso fue en junio. Y yo en septiembre me presenté en pantalón corto. No lo hice por joder, otras cosas sí.
–¿Entiende la manía de mucha gente con el reggaeton?
–Es que del reggaeton tú puedes huir de algunas letras, que son las mismas que te puedes encontrar en el pop o en el rock o en cualquier otro tipo de estilo musical. Hay letras que atentan contra mis criterios éticos y no me gustan. Muchos jamaicanos fueron a trabajar al Canal del Panamá y traían su reggae de Jamaica, que lo mezclaron con ritmos de Centroamérica, como el merengue. Y de ahí sale el reggaeton. Las primeras letras tienen parecido al blues, se quejan de las condiciones laborales. Son como cartas a sus madres.
–¿Qué podemos aprender con la escucha de sonidos ordinarios?
–La música es el arte de descubrir y combinar sonidos. Las notas ya están descubiertas y con ellas trabaja la música «tradicional». Los alumnos pueden construir paisajes sonoros que expresan emociones, ese ha sido mi trabajo en la tesis doctoral. Y hemos compuesto paisajes sonoros con los cuadros del Museo de Bellas Artes de Murcia. Como exposición de arte sonoro en un museo fuimos pioneros. Y hasta el Museo Thyssen ha acabado sonorizando cuadros.
–Si su gata 'Tati' (¡23 años!) hablara, ¿qué diría de su familia?
–Que hemos cambiado todos mucho. El veterinario dice que es increíble esa longevidad. Nos la regalaron con pedigrí, y resulta que era 'mil leches'. La gata se ha vuelto un poco perro. Solo come comida nuestra. ¡Come tortilla francesa!
–¿Para qué le sirve el llanto?
–Para no ir al psicólogo. Yo soy de lágrima fácil no, lo siguiente. Con las películas de Telecinco empiezo muy pronto. El llanto es la válvula de la olla a presión.
–¿A qué alumnos recuerda?
–Un alumno vino a decirme que le habían marcado de por vida mis clases. Se levantó la pata del pantalón y se había tatuado el nombre de los Beatles en el gemelo. Mi peor alumno, a nivel personal, ingobernable, lo vi en un 'talent show' como guitarrista y dijo que había sobrevivido gracias a la música.
Un sitio para tomar una cerveza
En mi casa, así no conduzco.
Una canción
'Polvo en el viento', de Kansas.
Un libro para el verano
'El nombre de la rosa', de U. Eco.
¿Qué consejo daría?
Sé tú mismo.
¿Cuál es su copa preferida?
Gin tonic.
¿Le gustaría ser invisible?
No quiero ser invisible, yo quiero estar en el mundo para los demás.
Un héroe o heroína de ficción
El Hombre Enmascarado.
Un epitafio
Nunca dejó de escuchar.
¿Qué le gustaría ser de mayor?
Niño.
¿Tiene enemigos?
Seguro, pero malísimos no.
¿Qué es lo que más detesta?
La intolerancia.
Un baño ideal
En la playa fluvial El Jarral (Abarán), con mi familia.
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