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La actriz y activista social Begoña Iriarte es una mujer de contrastes. Nació en Donosti en 1979 y acabó viviendo en Murcia, donde lleva casi ... la mitad de su vida; aprendió euskera a la perfección y estudió Filología Hispánica en Barcelona; lo dejó todo para dedicarse al teatro y el teatro la llevó por un nuevo camino, el activismo social. Ahora, explica, busca el equilibrio, eso sí, sin deshacerse de su compañía Terranova, ni de sus títeres, que la acompañan y andan como Pedro por su casa de la huerta.
-¿Dónde nace su titiritera?
-Creo que en la infancia. De pequeña vivía en una casa muy grande, con jardín, y pasaba mucho tiempo sola jugando con los animales, en un entorno natural, y con muñequitos; un juego solitario y creativo, muy distinto al exceso de estímulos de hoy.
-¿Qué recuerda de esos años?
-El conflicto que había en Euskal Herria. Estaba muy presente, también en mi colegio de Zarauz, pegado a un cuartel militar y en alguna ocasión lanzaron alguna bomba. En el instituto estaba todo muy politizado. Eran habituales los paros por víctimas de ETA y por otras cuestiones políticas; siempre te tenías que posicionar y no era fácil. Aún hoy lo estamos viendo, cómo se utiliza a las víctimas de ETA de forma inaudita y absurda como arma política. Eso llegaba al instituto también.
-¿Qué decidió?
-Había una cosa horrible, en el instituto te hacían elegir si querías continuar tu educación en euskera o en castellano. Y yo decidí castellano. No sé si fue buena o mala opción, pero lo decidí porque siempre pensé en irme de Euskadi; siempre he tenido un espíritu aventurero.
-¿Habla euskera?
-Tengo una cuenta pendiente. Me da mucha vergüenza. Hace tanto que no lo hablo y el euskera no se parece a nada... Pero me encantaría retomarlo. Lo hablaba perfecto. Es un idioma muy bonito.
-¿Qué le dijeron y acertaron?
-La verdad es que tuve unas profesoras maravillosas que me recomendaron no estudiar Filología y hacer teatro. Me decían, Begoña, que te vas a aburrir, y tenían razón, me aburrí enseguida y luego me fui a estudiar teatro, sí. Primero en Madrid y, a partir de 2002, en la ESAD de Murcia.
-¿Qué ha perdido?
-Pues un montón de complejos, de miedo a caer mal, a equivocarte. Se han disipado. Pero no es una cuestión de edad, es cuestión de empoderamiento femenino.
-¿Cómo empieza con los títeres?
-Fue una mezcla de atrevimiento y necesidad. Me contrataron en Periferia Teatro. Dije que sí. Necesitaba trabajo. Y, después, te da unas posibilidades plásticas que no tienen otra disciplina.
-Ahora, ¿compagina la faceta teatral con la inclusión social?
-No es fácil. Este año he tenido poca actividad teatral y me he tirado más a la inclusión social. Y, aunque tengo los espectáculos, soy mala comercial; no se puede ser buena en todo [bromea].
-¿Piensa dejarlo?
-Estoy en un punto de reflexión. Adoro el teatro, te da momentos de brillantez que no te da nada, pero hay cosas de la industria teatral que no sé si me interesan. El entretenimiento por sí mismo es legítimo y necesario, pero siento que la producción artística está muy alejada de una realidad social que clama justicia; lo mismo que se critica al mundo de la política y al académico. Es cierto que quizá es una exigencia demasiado fuerte para un sector precario.
-¿Qué echa en falta en el teatro?
-Me falta lucha. Por los derechos de los trabajadores del sector, pero también vinculada a las luchas que hay en la calle.
-¿Qué le preocupa?
-No encontrar el equilibrio, porque necesito esa parte de creación y expresión. En artes escénicas, toda tu vida gira en torno a la profesión y, cuando desaparece, te sientes un poco perdida... Y la censura tan fácil y casi impune sobre las artes escénicas da señal de que es un sector debilitado. De hecho, solo manifiesta su desacuerdo con el poder la gente con el plato asegurado. Pero hay que levantar la cabeza, si no nos la cortan.
-¿Qué aprendió?
-A diversificar. Y, trabajando con la Fundación Yehudi Menuhin en barrios marginales de la Región, aprendí muchísimo del teatro como herramienta de cohesión social. El juego escénico permite que se olviden las diferencias y que muchas de estas personas se sientan capaces por primera vez. Esos triunfos son insignificantes pero muy emocionantes.
Un sitio para tomar una cerveza. La plaza de la Diversidad, en Murcia.
Una canción. 'Menos mierda', de Miss Bolivia.
Un libro para el verano. 'Lectura fácil', de Cristina Morales.
¿Qué consejo daría? Escucha.
¿Cuál es su copa preferida? Me encanta el tequila, un margarita.
¿Le gustaría ser invisible? Sí, muchas veces.
Un héroe o heroína de ficción. Mafalda.
Un epitafio. No sé. Un chiste fácil que haga reír.
¿Qué le gustaría ser de mayor? Feliz
¿Tiene enemigos? No que yo sepa, pero nunca se sabe.
¿Qué es lo que más detesta? La mentira.
Un baño ideal. Calblanque.
-¿De qué está orgullosa?
-De esos pequeños triunfos, porque lo habitual es fracasar. Es importante decirlo porque en las redes sociales solo vemos las fotos del éxito y para llegar ahí llevas a la espalda un montón de fracasos.
-¿Qué está claro?
-La desigualdad que el capitalismo nos da. Y que los migrantes no forman parte de nuestra cotidianidad. Mira esta heladería, no hay ninguna persona extranjera, ni siquiera trabajando. Están todos en el campo o en fábricas, a 35-40 grados, en unas condiciones laborales inadmisibles.
-¿Qué es de locos?
-Que la gente está pidiendo préstamos para hacer másteres. Pero es que, quién puede pagarse un máster, ir a la universidad, dedicarse a preparar una oposición,... qué locura es esta.
-¿Qué cambió su vida?
-Pedí dinero a familiares y amigos, me puse en contacto con ONG que trabajaban en los campos de refugiados griegos y monté allí un espectáculo, en las calles, en los campos, en los parques y en los 'squads' (edificios okupados, primero por los griegos en la crisis, y luego, tras los movimientos migratorios, por los refugiados sirios, afganos, yemeníes,...). El mundo está panza arriba.
-¿Y...?
-Estuve dudando. Llevaba mucho tiempo queriendo hacer el voluntariado, pero veía muchas contradicciones: que los blancos vayamos a lugares 'subdesarrollados' para explicarles lo que tienen que hacer no es una actitud correcta. Sobre todo porque su mala situación tiene mucho que ver con nuestra buena situación. Cuando quieres cambiar algo, surgen muchas contradicciones que te paralizan, pero me dije: 'Voy a moverme y luego me critico'.
-Eso fue en 2017, ¿cómo está ahora la situación?
-Entonces, era relativamente fácil entrar a los campos de refugiados, les enseñaba la marioneta a los policías y me dejaban pasar. Ahora eso está blindado, son cárceles. Grecia hoy es un lugar hostil para los refugiados; viven en un estado policial.
-¿Y a su regreso?
-Me puse otra vez en contacto con Parem [Asociación para la Ayuda a las Personas Refugiadas y Migrantes]. Siendo una plataforma había mucha libertad para proponer cosas. Y, entonces, yo hice algo tan sencillo como ir al teatro con personas refugiadas. Luego amplié al cine, con la colaboración de la Filmoteca Regional que me cede entradas, y algún centro escénico como La Madriguera y Pupaclown también se unieron. Y fui haciendo una red cultural para las personas refugiadas que ya viven aquí. Le encuentro más sentido a integrar en el tejido social a gente que está aquí. Debemos tener una sociedad más diversa, pero no solo el Día de África.
-¿Qué es la verdadera inclusión?
-Está en que al lado tengas a una persona migrante que se toma un café igual que tú y que no sea una excepción, que vayan al cine o al teatro, que pueda acceder a un trabajo igual que tú. Esa es la idea.
-¿Qué espera como agua de mayo?
-Que se renueve el acuerdo con el Ayuntamiento de Molina para La Casita. Ya me he reunido con el alcalde y con la concejala de Bienestar Social y quieren continuar apoyando el proyecto. Yo he pedido firmar un convenio, que no sea una subvención anual, porque hace falta. Hay mucha gente en la calle, más de lo que pensamos.
-¿Cómo nace La Casita?
-Pues resulta que con quien vas al teatro le faltan camisetas o se le acaba la guardería y, en fin, que vas tapando agujeros, y un agujero muy muy grande es el de la vivienda. Entonces salió la convocatoria de Molina y presentamos el proyecto. Es poco dinero si lo comparas con cualquier ONG, pero somos muy austeras y seguimos haciendo parte del trabajo de forma voluntaria. Y llevamos ya tres años ofreciendo alojamiento a personas refugiadas en Molina de Segura, con la manutención completa. Nos permite alargar su estancia lo suficiente como para que encuentren su independencia y su autonomía. Eso significa papeles en regla, trabajo y vivienda. No siempre lo conseguimos.
-Su mejor verano...
-El primero con Amigos de Ritsona en Grecia. Mejor y peor a la vez. Mejor por lo que ha supuesto en cuanto a mi trabajo y a las referencias sobre el proceso migratorio. Y peor, porque la realidad es cruda, muy cruda y hay que encajarla.
-Si pudiera teletransportarse, ¿a dónde iría?
-A Donosti.
-¿Qué necesita para ser feliz?
-Buenas amistades, amigas sororas, eso es fundamental; que mi familia esté bien; y mis necesidades básicas cubiertas.
-¿Qué quería ser de pequeña?
-Cantante. Y lo he conseguido, canto muy bien. Estudié Interpretación Musical.
-¿Qué le divierte?
-Cantar, bailar, salir con mis amigas, ligar. Lo que a todo el mundo. Y el contacto con la naturaleza.
-¿A qué dedica su tiempo libre?
-Pues a lo que me divierte.
-¿Qué es lo más importante?
-Ser capaz de entender a la persona que tienes delante.
-¿Quién le ha marcado?
-Mi madre, sin lugar a dudas. María José Iriarte. Cuando cumplí 18 años me fui al Registro Civil, sola, me cambié los apellidos de orden y puse primero el de mi madre.
-¿Qué descubrió y no olvida?
-Que hombres y mujeres deberíamos ser iguales en derechos y no lo somos. Lucho para serlo.
-¿Qué es injusto?
-Las desigualdades sociales, de género, raciales, de clase, religiosas. Tenemos para elegir. Y el maltrato al mundo animal y al mundo natural. Esto no solamente es tremendamente injusto, sino que es autodestructivo. Somos una especie de kamikazes.
-¿Qué la motiva?
-La esperanza que todavía albergo de cambiar las cosas. Creer en la justicia porque es un acto de fe.
-¿Qué le defrauda?
-Los hombres, constantemente. Y el patriarcado en general.
-¿A qué tiene miedo?
-A una vejez miserable. Antes ni lo pensaba, ahora sí. Porque lo veo más cerca y más posible. Y tengo miedo al fascismo, pero no es un miedo paralizador, ¿eh? [avisa].
-¿Qué le da fuerza?
-Mis amigas.
-¿Qué es lo más preocupante?
-El avance de la ultraderecha. En todo el mundo, no solo en España. Y el cambio climático. Que van de la mano, casualmente también.
-¿Pensó que iba a ser tan rápido?
-No. Creo que ha sido una sorpresa para todos. A ver, son lo que son, pero no han tardado ni un segundo. Y han ido antes a por las mujeres y el colectivo LGTBIQ+ que a por los migrantes. Están muy preocupados por la mitad de la sociedad que sí somos votantes: las mujeres. Porque los migrantes, la mayoría ni votan.
-Pleno agosto, más de 40ºC, ¿le preocupa la ebullición global?
-Claro. Muchísimo. Es patente. Ayer me preguntaba por qué hasta ahora casi todos los mensajes de organizaciones preocupadas y ocupadas por el cambio climático eran de 'todavía estamos a tiempo'. Lo dudo. Es verdad que la Tierra tiene una capacidad regeneradora sorprendente (eso sí que es sorprendente, más que el avance de los fachas). Pero está siendo muy bestia. Y la negación del cambio climático es algo que de verdad me sorprende; que la gente se lo crea me parece pasmoso.
-¿Alguna solución?
-Ya me gustaría. Lo que sí tengo claro es que nuestra forma de consumo es fundamental para cambiar las cosas. El cambio climático es producto del capitalismo. La industria textil es altamente contaminante y no paramos de comprar ropa. Falta mucha conciencia y mucho reconocimiento de los privilegios propios, y capacidad de renunciar a ellos. Y quien dice ropa, dice maquillaje, tomates en invierno o aguacates todo el año... No es sostenible. No puede ser. Incluso los movimientos migratorios tiene que ver con el cambio climático porque ya no tienen qué pescar ni qué cultivar en sus países. Es muy bestia. Y nada nos salva de ser refugiadas climáticas. Mira donde estamos. Y da la sensación de que cada vez vamos a mayor velocidad abocadas a una distopía muy difícil de manejar.
-¿Qué piensa si oye 'mena'?
-Me resulta tremendamente doloroso [se rompe Begoña, y llora; no puede hablar]. Me parece tan desalmado. Y además gente que se tiene por abanderada de la defensa de la familia... ¿Cómo puede ser? [Ya recompuesta, añade.] Cuando aparece un niño o niña muerta en nuestras orillas lo llamamos tragedia, pero es un asesinato y el crimen empieza llamándoles 'mena'.
-¿En qué confía?
-En mí y en mi perro 'Canelo', que no me da disgustos.
-¿Qué hace falta?
-Más amor. Y no tener vergüenza de decirlo. No hablo de amor romántico, ¿eh?
-Un deseo.
-Pues la igualdad social.
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