Cuatro Calas: mar de esparto
TERRITORIO SALADO ·
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En la cala más sureña, su chiringuito recuerda una industria de flora, manos y solSi no fuera por las sombrillas playeras de colores, sería fácil imaginar a Liberty Valance, a Jesse James o incluso a 'Caballo Loco' festoneando las ... colinas arcillosas que separan las calas más sureñas de la costa murciana. El oro viejo de los promontorios, y las ondas que les trazó el viento para alzarse sobre el mar, cautivan al que llega con el calor del 'far west' bulléndole en la espalda. Dicen que la cromoterapia funciona en esta orla litoral, donde la luz aviva los tonos naturales del mar, la greda y los espinos, para expandir su energía. En la última, Cala Cerrada, el empresario turístico Andrés Rodríguez ha incorporado a su chiringuito un homenaje al esparto, esa industria exportadora que fue sustento de tantas familias solo con los elementos naturales de la flora, el agua salada, el sol y las manos. Aún se puede ver el resto del murete que los cocedores hicieron en la orilla para escaldar las fibras silvestres con la caldera del sol.
Dónde Cala Cerrada o playa de Los Cocedores (entre Águilas y el municipio almeriense de Pulpí)
Qué pedir Cocina mediterránea, arroces, pescados y ensaladas.
Tener en cuenta Las Cuatro Calas (Calarreona, La Higuerica, La Carolina y Cala Cerrada) son populares y de gran afluencia de bañistas.
Para escuchar de camino 'That train', de Mac Leaphart. Playlist 'Territorio salado' en Spotify.
Su abuelo fue encargado cocedor del esparto que entraba crudo y salía desbravado en un trasiego constante de carretas por estas ensenadas. «Lo sumergían a 17 grados durante 20 días, para después embarcarlo en Águilas en barcazas y cargarlo luego en buques hacia Inglaterra», cuenta el hostelero. Su padre fue pesador de esparto, y él ha querido recordar a estos artesanos, que sufrieron la vida ruda y las enfermedades del esparto, «con el orgullo de unir gastronomía y cultura», afirma.
Objetos trenzados y paneles explicativos conservan la tradición artesana junto a las mesas donde sirven platos mediterráneos de arroces y pescados. Los bañistas toman ahora el sol junto a las cuevas donde su abuelo guardaba a las gallinas y los conejos, en un paisaje que ya nada tiene que ver con aquella vida en polvareda de callos en las manos y piel curtida.
«Los cocedores se dejaron de usar con la caída de esta industria, cuando llegó el nailon en los setenta», cuenta Andrés Rodríguez. Su abuelo murió casi centenario, pero en cierto modo permanece en este original escenario, de encanto agreste como los espartales.
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