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Magdalena abre las puertas de su establecimiento con la mejor sonrisa, orgullosa de ser cabopalera. A. s.
La diosa del lado oscuro

La diosa del lado oscuro

Magdalena Alonso, dueña del café bar Yemanjá en Cabo de Palos, cree en la magia y en la fuerza interior: «En Hong Kong lloré mucho. Me hacía mi chorizo criollo y mi 'poshito' relleno»

Miércoles, 22 de agosto 2018, 03:42

Malenita, los búhos traen suerte», cuenta Magdalena que le dijo su padre, un gallego instalado en Buenos Aires. «Debajo del búho me había dejado mil dólares antes de volverse a Argentina. Nunca me los gasté», describe el salvavidas que el emigrante le dejó para que ella se sacudiera el síndrome de Ulises después de regresar de unos años en el lejano oriente y de un desamor. Ya ha encontrado su Ítaca: «Me siento cabopalera. Soy superfeliz».

Le dijeron que su orilla del puerto era «la zona oscura, pero no me importó», se congratula Magdalena de haber acertado en convertirse en la diosa Yemanjá del lado sombrío del pueblo costero. Su café bar no tiene nada de lóbrego. Inspirado en la diosa afrobrasileña protectora del mar y de las mujeres, que se trajo de un viaje por Bahía, Magdalena cree que su local está protegido por la deidad de la melena nocturna. «Tengo mucha fe y creo en la magia y en las causalidades», explica en ese pequeño universo de encantamiento que ha creado en Cabo de Palos, escoltada por la hilera de escuelas de buceo. «Caipiriña, capiriroska, capirisima», ofrece en una pizarra para las noches frente al faro. «Quiero que todo salga lindo», dice como por ensalmo. Para eso trabaja todas las horas que le dan sus fuerzas en servir a la clientela «ensaladas veganas y vegetarianas, pero también chorizos criollos con chimichurri, provolone, pulpos, bacalao y carpaccio, cenas con velitas y servicio muy agradable», ofrece la hostelera bonaerense.

  • Quién Magdalena Alonso.

  • Qué Dueña del bar Yemanjá.

  • Dónde Cabo de Palos (Cartagena).

  • Gustos La cocina sana y la música.

  • ADN Emprendedora y sociable.

  • Pensamiento «Cada vez tenemos más de todo, pero no lo compramos con dinero, sino con tiempo»

Un océano y toda una vida la separan de su infancia en la ciudad porteña. «La recuerdo guapísima. Todo lo bueno que hay en mí es de mis padres. Su apoyo incondicional, nuestras vacaciones en Brasil, los asaditos de mi padre, las partidas de tenis con mi madre», se asoma Magdalena al catalejo del tiempo. Así que cuando puso medio globo terráqueo por medio y se marchó a vivir tres años a Hong Kong, «lloraba mucho, a todas horas, como si tuviera cinco años», recuerda de su aventura asiática. «Me compré un fax para escribir a la familia, porque las cartas tardaban muchísimo», se diluyó en la soledad Magdalena. «En aquel piso 17, había días que al anochecer no había hablado con nadie. Me miraba al espejo y decía 'hola'», se recuerda en el silencio de vidrio. Por la ciudad irrespirable paseaba muda una argentina locuaz: «A los de fuera que vivimos allí nos llaman 'wailos', fantasmas blancos», se veía deambulando entre palabras ininteligibles. «Las chinitas se reían de mí porque uso un 41 de pie, y eso para ellas es una ordinariez», pisó fuerte Magdalena por tierras lejanas, donde aprendió a «saber que uno es el único que puede cambiar las cosas. La felicidad está dentro de ti».

«Había días que al anochecer no había hablado con nadie. Me miraba al espejo y decía 'hola'»

«Soy muy hormiguita»

Tuvo que sacar coraje sureño para afrontar las dificultades. «Vendí seguros, limpié casas y trabajé en lo que pude mientras crié a mi hija después de la separación, pero he disfrutado mucho de ella», se aferra Magdalena a «mi tesón. Soy muy hormiguita».

En Hong Kong y en Cabo de Palos se hizo la misma pregunta: «¿Qué es lo que Malenita necesita para vivir feliz acá?». Si en la Asia hiperpoblada combinó el kung-fu con «mis 'poshitos' al horno y mis milanesas», en la orilla del naufragio del Sirio creó su templo hostelero. «Soy feliz con poco. Soy muy 'gasolera'. En mis días libres cocino en casa. Hago una 'paletisha' de lujo», ha echado el ancla.

No comprende que haya personas que crean que «se van a llevar el coche a la otra vida. Cada vez tenemos más de todo, pero no lo compramos con dinero, sino con tiempo». Apuesta por «ponerle ganas a la vida, porque en un momentito te cambia». Magdalena se lo dice claro a los que viven la vida a través de la cámara del móvil: «¡Vivílo, loco, que se te escapa!».

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