

Secciones
Servicios
Destacamos
Rubén Jara (Murcia, 1967), jefe de servicio de la UCI del Hospital Virgen de la Arrixaca. Padre de cuatro hijos; las primeras fueron las mellizas, ... que hoy tienen 16 años. Ha vivido unos meses de enorme tensión en el trabajo. A Nick Carraway, uno de esos personajes inolvidables de Scott Fitzgerald, su padre le dio un consejo que jamás olvidó: «Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste». A su padre, Rubén Jara le debe lo que es: médico de cuidados intensivos. La vida al límite.
–¿Qué no puso nunca en duda?
–Que quería casarme y tener una familia. Cuando nos casamos Natalia y yo, los deseábamos pero no venían los hijos. Estuvimos cinco años buscándolos y, de repente, llegaron las mellizas, y en el plazo de poco más de tres años ya teníamos a nuestros cuatro hijos. Aquello fue como echar una chalupa en una gran tormenta, contigo dentro, y ahí te las apañes. Tormenta en sentido literal: para uno mismo, para la pareja y para todo, porque es una prueba de fuego. Dicen que los hijos unen, pero lo que hacen es que te sujetan. Te someten a una prueba salvaje.
–¿Cómo recuerda esos primeros años?
–Cuando estaba metido en ese ajo, muy implicado en los cuidados de los niños, se convirtió en una adicción; no me hubiese importando llegar a tener hasta ocho hijos. Ese proceso de recompensa cerebral que hace que la gente se haga adicta a algo, a lo que sea, te engancha. El problema es que cualquier adicción puede ser destructiva si no la controlas. La llegada de las mellizas fue increíble. La ola estaba a treinta millas de la costa, y mi mujer ya la venía venir, ya sabía lo que eso traería consigo; yo pensaba que no sería para tanto [sonríe]. Estos dos bichitos nacieron pesando dos kilos y pico, pero no hubo problemas. Tener hijos te pega una hostia que te vuelve la cabeza del revés. Cuando ellas nacieron, revisé toda mi vida al milímetro, desde los primeros recuerdos de infancia.
–¿Qué es lo que menos le gusta de su forma de ser?
–Soy posesivo, ansioso, y tengo miedo como todo el mundo. Cuando era pequeño, teníamos una perra en nuestra casa. Mis hermanos bajaban a pasearla, pero a mí me daba miedo hacerlo por si se perdía. Estaba preocupado por si se escapaba. Y yo pensaba: 'Si esto me pasa con un perro, cuando tenga un hijo no voy a poder vivir, voy a tener un temor terrorífico a que le pase algo, a que no pueda protegerlo'.
–¿Y entonces?
–El día a día te va enseñando que es imposible controlarlo todo; tienes que hacer todo lo que puedas, pero sin obsesionarte.
–¿De crío cómo era?
–Era bueno, y creo que maduro. Me gustaba respetar las normas, y a los mayores los entendía bastante bien, quizás demasiado.
–¿Qué aprendió?
–A que se puede convivir muy bien aunque se tengan ideas e intereses diferentes. Mi padre es hijo de un republicano fusilado en el 43; vivió una postguerra muy dura, aunque su familia hizo el esfuerzo para que pudiese estudiar la carrera en Madrid. Mi madre es católica tradicional, hija de un franquista. Una mezcla muy bien llevada, curiosamente. No todos tenemos que pensar igual.
Un sitio para tomar una cerveza. En Portmán.
Una canción. 'Every Breath You Take' (The Police).
Un libro para el verano. 'La conjura de los necios', de John Kennedy Toole.
¿Qué consejo daría? No hagas daño.
¿Cuál es su copa preferida? Ron.
¿Le gustaría ser invisible? En algunos momentos, sí.
Su héroe o heroína de ficción. Mortadelo y Filemón.
Un epitafio. «Perdone que no me levante».
¿Qué le gustaría ser de mayor? Olímpico.
¿Tiene enemigos? No.
Lo que más detesta. La mala fe.
Un baño ideal. Al atardecer, en las calas de Mazarrón.
–¿Qué quería ser?
–Médico, desde siempre. Y creo que porque mi padre lo era. Si hubiese sido carpintero, a lo mejor lo habría sido yo también. Me iba con él muchas veces a las visitas a domicilio por las pedanías, montado en su moto, que llevaba incorporada una emisora de radioaficionado.
–¿Por qué apostó por ser médico de cuidados intensivos?
–En tercero de Medicina me dio por ir a la que ahora es mi UCI, por las tardes; me llamaba mucho la atención, aunque al principio no me enteraba de nada, claro. Me gustó, aunque era consciente de que se trata de una especialidad muy dura, que puede llegar a tocarte la moral bastante. Soy muy consciente de lo que son los designios de la vida: a lo mejor una persona muy joven se muere, a raíz de un golpe tonto, sin que hayamos sido capaces de sacarlo adelante de ninguna de las maneras; y también puede que a una persona de 80 años se le pare el corazón, le des un masaje, se reanime y salga adelante y pueda vivir unos años más; estas posibilidades se escapan a nuestro control.
–¿Suele perder los nervios?
–Tengo genio, eso sí. Es uno de mis defectos graves. Tengo un genio terrible, un volcán ahí dentro, aunque mucha gente me dice que no lo parece en absoluto. No siempre la gente te ve como eres. Recuerdo que un día, jugando al fútbol sala, me dijo el entrenador: '¡Rubén, vas a tirar el último penalti porque tú eres muy tranquilo!'. ¿Yo soy tranquilo, de qué?, pensé. Yo me veo a mí mismo como un saco de nervios, y los demás me ven tranquilo. Creo que mi parte racional controla esos impulsos y logra llevarme a un equilibrio.
–¿De qué fue consciente muy pronto?
–De que nos vamos a morir. Con 5 años, ya lo tuve clarísimo. Y esa certeza, y todos esos pensamientos recurrentes sobre la muerte, me provocaron la mayor angustia que he tenido en mi vida. Pensaba mucho en la eternidad...
–¿La hay?
–No lo sé, ya lo veremos.
–¿Dónde se encuentra bien?
–Fíjese qué curioso. Me gusta ir a misa con la familia; no me gusta el rito, ni el boato, pero en ese acto soy capaz de parar y pensar, de reflexionar y hacer un poco de examen. Y me viene muy bien.
–¿Reza para pedir ayuda?
–Sí, sí lo hago, sí.
–¿Qué ha pensado siempre?
–¡Que mi mujer le trae un aire a Ingrid Bergman, guapísima!
–¿Qué le hubiese gustado?
–Mucho, tocar el piano bien, pero soy malísimo, pijo; y muchísimo, ser por ejemplo atleta, un deportista de élite, pero no tengo ninguna condición para ello; lo que sí me pasa es que el deporte me encanta. Ahora practico bicicleta de montaña.
–¿Le ha salvado la vida a gente?
–Sí.
–¿Eso le hace sentirse especial?
–He salvado vidas, pero también reconozco que, a veces, me he sentido culpable cuando las cosas han ido mal.
–¿Qué se le quedó grabado?
–Tuve que decirle a una madre, que me miraba fijamente pidiéndome que le dijese la verdad, que su niña se iba a morir. No pude controlar las lágrimas, y yo no quiero llorar delante de los familiares.
–¿Come usted carne?
–Sí.
–¿Qué habito al alcance de todos recomienda?
–Caminar, sin duda. No daña las articulaciones, mueve el corazón a una frecuencia adecuada, consume calorías, genera poco estrés, te hace dormir mejor...
–¿Alcohol bebe?
–Sí, pero no a diario.
–¿Y fuma?
–No, pero lo intenté. Hay que ver lo tontas que somos las personas [ríe]. Con 13 años, por esa gilipollez de pensar que te hace más hombre, más mayor, lo probé. Me pillaba una cogorzas terroríficas y me ponía a vomitar como un loco.
–¿Qué le pone nervioso?
–Viajar en avión. He estado en Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá, en muchos sitios de todo el mundo, pero me sigo poniendo muy nervioso cuando tengo que coger uno. De hecho, la única vez que he visto mi cara transformada por el pánico fue en el espejo del baño de un avión, cuando de pronto empezó a moverse por unas turbulencias. ¡Pánico total!
–¿Qué lugar le maravilló?
–Cuba es una isla maravillosa, pero ves tanta miseria... Aquello es una puta ruina. Me hace gracia cuando la gente recomienda determinados regímenes y determinadas maneras de gestionar los recursos.
–¿Qué necesitaba?
–Descansar, hemos salido [los sanitarios] tocados del coronavirus, y eso que hemos tenido la suerte de que el sistema en Murcia no se ha colapsado porque no ha habido tanta demanda y hemos podido atender a los pacientes con tranquilidad; pero la situación nos ha generado mucho estrés, mucha ansiedad...; el no saber hasta dónde iban a llegar los contagios... Yo estuve 70 días seguidos yendo al hospital, y cuando por fin empecé a relajarme, me encontraba jodido, sí.
–¿La ciudadanía está respondiendo bien?
–La ciudadanía responde al miedo, y es responsable lo justo. Hay, por ejemplo, jóvenes que, como no se ven en peligro, actúan de un modo muy inconsciente. Eso es un problema, porque sabemos que esto no se ha terminado.
–¿Qué piensa?
–Que va a haber rebrotes pequeños, y que las autoridades tienen ahora medios y conocimiento para poder controlarlos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.