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Pepa García
Lunes, 27 de julio 2015, 12:39
Pese a su aspecto formal y su naturaleza aparentemente reservada y seria, el escritor Manuel Moyano (Córdoba, 1963) trata de no tomarse la vida demasiado en serio y desearía que el resto del mundo hiciera igual. Entre risas, confiesa que esa apariencia le ha ayudado en la vida, sobre todo de niño y adolescente: «En general, no he sido el primer sospechoso».
1
-¿Un sitio para tomar una cerveza?
-El Casino de Molina.
2
-¿Qué música le suena en el teléfono móvil?
-No lo sé; la de fábrica.
3
-Un libro para el verano.
-'Hacia los confines del mundo', de Harry Thompson.
4
-¿Qué consejo daría?
-No tomarse nada demasiado en serio.
5
-¿Facebook o Twitter?
-Ninguno.
6
-¿Le gustaría ser invisible?
-A veces.
7
-¿Un héroe o heroína de ficción?
-Dr. Jekyll.
8
-Un epitafio.
-Intentó no tomarse nada demasiado en serio.
9
-¿Qué le gustaría ser de mayor?
-Lo que soy ahora, mejorado y con más tiempo libre.
10
-¿Tiene enemigos?
-Que yo sepa, no.
11
-¿Lo que más detesta?
-La música brasileña.
12
-¿Lo peor del verano?
-El calor.
-¿Buen estudiante?
-Discretamente. He tenido cierta facilidad para aprobar, pero nunca he sido excesivamente aplicado. Nunca me he empleado del todo a fondo.
-¿Travieso?
-Supongo que no excesivamente. Aunque sí tengo una parte de gamberro y otra de formal. Incluso mi apariencia formal me ha permitido a veces ser más gamberro de lo que parecía. De hecho, también escribiendo me gusta ser un poco gamberro.
-Alguna gamberrada confesable.
-De una me acuerdo. Edité una especie de cómic en el colegio, debíamos andar por 8º de EGB, protagonizado por tres curas del colegio. Se iba pasando bajo mano. Era muy bestia. Creo que si lo llegan a pillar, me empapelan.
[Ingeniero agrónomo de formación, solo ejerció tres años como tal, una profesión que lo trajo a la Región, donde se instaló por amor. Y aquí sigue.]
-¿Cómo llega un cordobés criado en Barcelona hasta Molina?
-Por una mujer. [Se refiere a Teresa, 'su' mujer hoy]
-¿Cómo se conocieron?
-Haciendo una gamberrada, por cierto. En una noche de carnaval, yo iba disfrazado y me hacía pasar por sacerdote hindú. Era de los pocos que se disfrazaban en carnaval aquí, por lo menos hace 20 años. Íbamos un grupo haciendo el indio por los pubs y la conocí. Vivía provisionalmente aquí, destinado por una empresa de Barcelona, la Sandoz de agroquímicos.
-¡Qué profesión tan distinta! [También es programador cultural en el Ayuntamiento de Molina]
-Sí. Creo que es bastante común entre los ingenieros agrónomos, quizá porque mucha gente hace esa carrera con cierta idea romántica.
-Pero, ¿por qué? ¿En su época había muchos químicos, se trabajaba poco con las plantas...?
-No, no sé. Como soy de ciudad [vivió en Barcelona hasta los 17 años], siempre he sentido atracción por el campo y también por la biología. Escogí ingeniero agrónomo porque pensaba que era algo más práctico; o que podía ser más rentable. Como a esa edad se cogen las carreras sin saber muy bien lo que quiere uno en la vida... Aunque hoy día tampoco tengo muy claro, puesto a hacer carrera, cuál haría. Y ya he pasado los 50. [Ríe]
De sonrisa amplia y recurrente, este escritor alabado por la crítica y admirado por sus cada vez más numerosos lectores, este año ha publicado 'El imperio Yegorov', finalista del prestigioso Premio Herralde y recientísimo ganador del Premio Celsius de Novela Fantástica en la Semana Negra de Gijón; y también ha reeditado con La Fea Burguesía 'Dietario mágico', un acercamiento a historias sobrenaturales de la mano de curanderos.
-¿Cree en los fantasmas?
-Realmente no, soy escéptico.
-¿Y en la vida después de la muerte?
-No creo que exista. Ni siquiera sé si quiero que exista.
-¿De dónde viene su vena literaria?
-Es difícil definir. Empezó a gustarme leer y los seres humanos tendemos a la imitación, somos primates. Uno lee, siente placer y, de alguna forma, quiere hacer también eso. Creo que la cosa empieza así.
-Pero, ¿desde pequeño?
-No, no. Bueno yo empecé a hacer pinitos sin ningún tipo de pretensión. Me salía de forma natural sentarme y escribir. De hecho, pretensiones tardé mucho en tenerlas. Por eso soy un escritor de aparición tardía.
-¿Qué tiene de especial Molina para el arte?
-En los regidores hay un interés por la cultura, en cuanto que se ha dedicado alguna parte del presupuesto y del esfuerzo a promoverla. Hasta el punto que, en algunas áreas, destaca por encima de todos los municipios que lo rodean. Creo que es algo que depende más de las personas que de los partidos.
-Medio en broma, medio en serio, la leyenda del meteorito va cobrando relevancia y la generación que ha surgido a su amparo cada vez le da más credibilidad.
-Bueno, yo no pierdo de vista que es una broma [Ríe]. Pero es cierto que, en realidad, hasta que llegué a Molina, con 28 o 29 años, no empecé a escribir cosas publicables. O sea que, si no fue el meteorito, algo había aquí. [Vuelve a reír]
-Y visto el éxito de los efluvios, ¿hacen peregrinaciones al cráter o rituales en honor al meteorito?
-Se hizo una a la matriz de todo, al propio meteorito, que está en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, para adorarlo. Fue una embajada de Molina allí y contribuyó al nombre de Molina.
-Pero hay nuevos aspirantes.
-Aquí hay una confluencia de factores, entre ellos el meteorito, que ha ido generando una especie de caldo de cultivo literario. De hecho, de los que estamos en la orden y otros, de Molina es el 30%, el resto es de fuera.
-¿Y qué otorga el meteorito: el don de escribir o de ser leído?
-[Vuelve a reír] El don de escribir con más opciones de ser leído.
-¿Qué le ha enseñado la vida?
-La edad. A tomarme la vida con más tranquilidad y a relativizarlo todo, dentro de lo posible.
-¿Y qué no aprende ni a golpes?
-Pues, contradiciendo lo anterior, a no ser capaz de relativizarlo todo.
-¿Qué hay que evitar?
-Me vienen pecados capitales a la cabeza: la avaricia, la codicia... Todo eso hay que evitarlo. Hay que evitar perder de vista que todo es relativo, efímero y que estamos de paso. Entonces, todo tiene la importancia justa, que, en el fondo, es ninguna.
-¿Qué no soporta?
-Al final, todo vuelve a lo mismo. No soporto que nadie se tome las cosas demasiado en serio, porque creo que es el origen de los demás males. Alguien es avaricioso porque se toma el dinero demasiado en serio; o alguien es terrorista porque se toma una idea demasiado en serio.
-Un consejo.
-No tomarse nada demasiado en serio. ¿Lo puedo decir? [Vuelve a reír]
-¿A qué dedica el tiempo libre?
-Me gusta ir a comer, me refiero a ir a restaurantes. No hace falta que sean caros. Me gustan más, a priori, los mesones y restaurantes rústicos que los de alto postín. Me gustan las cosas más toscas, pero aprecio siempre las novedades. Y desde luego, me encanta viajar, pasear, leer, ir al cine, tomar cervezas con amigos...
-En su vida, ¿qué no puede faltar?
-Viajar es a lo que más me costaría renunciar. Y viajar no exige ir a la otra parte del planeta. A veces es salir a 50 kilómetros de aquí: la idea de descubrir algo, de romper la rutina.
-¿A qué no está dispuesto?
-A hacer ala delta y deportes de riesgo en los que me juegue la vida. A esta edad ya no estoy por la labor de sufrir innecesariamente.
-¿Qué le hace feliz?
-Iba a responder con una tautología: sentirme feliz. Pero no para de venirme a la cabeza una cita de Borges que decía algo así: 'Si en la juventud buscaba la noche y la felicidad, en la madurez busco las mañanas y la serenidad'. Creo que lo que me hace feliz es la serenidad; y esa serenidad incluiría minimizar las preocupaciones y disfrutar de lo que tienes alrededor: desde tu familia y tus amigos hasta todo lo que tienes. Y, por supuesto, no seamos tan zen: conseguir objetivos. Si uno se propone hacer un viaje de una costa a otra de Estados Unidos, conseguirlo me hace feliz. Y haber publicado un libro ahora con Anagrama también me hace feliz.
-¿Qué es un libro?
-Sobre todo, no debe ser solo letra muerta. No puede ser una simple sucesión de páginas impresas con palabras. Tiene que ser algo que te emocione, que te llegue y que sientas que estás casi en una especie de contacto espiritual con la persona que lo ha escrito, que la sientas viva.
-¿Con qué sueña?
-Mentiría si no dijera que sueño con escribir una gran novela que me permita no tener que escribir ninguna más.
-¿Seguro?
-Sí, sí, retirarme. [Ríe] No retirarme, pero sí llegar como al tope y, ya, relajarme. Eso desde el punto de vista literario. Y, en general, aspirar a la serenidad absoluta, zen, que nada te hiera en el universo.
-Pero escribe porque le gusta.
-Sí, sí, por supuesto. Pero hay un momento en el que el hecho de escribir puede verse pervertido por cosas que van más allá del placer de escribir.
-¿Ha tenido que firmar algún contrato draconiano que le obliga a escribir x novelas en x tiempo?
-No, yo no puedo firmar eso porque soy un poco vago; sería un suicidio. O, a lo mejor, estaría bien porque me obligaría. Quizá lo que necesito es que alguien me ponga una pistola en la nuca. [Otra vez ríe]
-¿A quién se encomienda?
-A mi propio cerebro, pero a la parte que no controlo de él. Deseo que se ponga en marcha y genere cosas que vayan más allá de lo que yo preveo. Porque si todo lo que escribes lo tienes previsto, te sale un... Confío en mi parte irracional.
-¿Tiene manías para escribir?
-Tengo que estar solo y sin ruidos. Para mí es impensable escribir oyendo música. Porque escribir es parecido a componer. Construyes las frases con una musicalidad interna. Y, desde luego, estar lo más cómodo posible, físicamente.
-¿A quién le gustaría parecerse?
-A mí mismo en mi mejor versión.
-¿Qué cambiaría?
-Que la gente fuera menos estúpida en general, porque la estupidez, a menudo, es el origen del mal.
-¿Cuál sería su verano ideal?
-Uno que durara doce meses. Con calor incluido.
-¿Y su mejor verano?
-Por un lado, los veranos de la infancia en Córdoba y, de los más recientes, el viaje que hicimos cruzando EE UU en coche. Hay un antes y un después de ese viaje para mi familia. Nos unió más, aunque no es que estuviéramos desunidos, pero hicimos algo que no hace casi nadie. Mis hijos tenían 13 (Marta) y 17 años (Carlos), y si ya para un adulto es una experiencia brutal, imagina lo que es para unos niños cruzar de California a Nueva York todos los estados en coche.
-Un recuerdo imborrable.
-No todo se puede contar.
-¿Es supersticioso?
-Objetivamente, no, pero todos tenemos una tendencia al pensamiento supersticioso. Por ejemplo, tendemos a creer que si todo te va muy bien, algo se va a torcer en algún momento. Ese pensamiento creo que lo tenemos todos y no tiene lógica ni base científica.
-¿Para cuándo su próximo libro?
-Tengo tres parados en boxes y no sé en qué orden van a salir. Pero en el plazo de un año saldrán, probablemente, dos libros más.
-¿Dónde nacen sus historias?
-No tienen un origen uniforme. Suelen venir de la confluencia de varios elementos que se ensamblan de forma un poco milagrosa en tu cabeza. Milagrosa no en el sentido divino, sino en el de que ese ensamble se produce de forma no dirigida por ti. De repente surge una chispa. ¡Eureka!
-¿Qué no escribiría nunca?
-No escribiría algo que desprecie el valor artístico de la literatura. Al margen de que lo consiga o no, cuando escribo pretendo hacer arte, aunque suene un poco... [Ríe] No puedo escribir sin esa pretensión.
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