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Tiene nombre de bien inmaterial de la humanidad. De esa práctica más extendida que reconocida. Del sueño diurno –del cura si es a última hora ... de la mañana, y del borrego si es después de comer–, consciente o no. Esa irremediable cabezada sin pijama, casi en grado de narcosis cuando cae a plomo el calor estival, le quedó como denominación al restaurante más clásico de la playa de Bolnuevo porque era allí, cuando funcionaba como parada y fonda de una costa salvaje, donde iban los pescadores a quebrar la modorra arrastrada desde la madrugada en altamar.
Los que conocen la historia, hablan de un espacio especialmente placentero en medio del entorno casi desértico que debió ser el conjunto de las gredas prehistóricas. Los pescadores hundían con prisa la quilla en esa manta de arena color caramelo y hallaban respuesta a su desazón en la posada. Ya no se duerme la siesta en La Siesta. Más bien al restaurante que dirige actualmente Óliver Gómez conviene llegar muy despierto para saborear buen pescado salvaje en una de sus terrazas. Destaca especialmente el gallopedro, bocado fino y sabroso, y el pulpo a la gallega, ineludible en las cartas costeras.
Dónde: Playa de Bolnuevo (Mazarrón).
Qué pedir: Marisco de la bahía, gallopedro, pulpo y croquetas caseras.
Tener en cuenta: Reservar con una semana de antelación. Abre los 365 días del año.
Para escuchar de camino: 'La Partida', de Sous Le Ciel de Paris y Hélios Fernández. Playlist 'Territorio salado' en Spotify.
El hostelero ha querido dar un salto de calidad en el restaurante, bien surtido de marisco de la bahía de Mazarrón y cuidadas recetas tradicionales, como las croquetas caseras. Sentarse a paladear un vino con cualquiera de los platos mediterráneos, mientras contemplas ese enorme mural de azules y dorados que nunca cansa a la vista, adquiere grado de felicidad, o al menos de su excipiente.
La Siesta luce galones superiores a los de un chiringuito playero, aunque se encuentra en plena playa. Esa condición se traduce en una alta demanda, por lo que hay que reservar una semana antes como mínimo. Y no descuidarse en invierno, cuando los turistas europeos abundan por la zona con la alerta encendida en busca de las mejores mesas.
No abandone La Siesta sin llevarse el regusto de las delicias de canela con pasas o una buena tarta de chocolate, que reparan el ánimo tanto o más que una siesta con orinal y despertador de cuerda, como las que practicaba el literato Cela.
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