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Portero de discoteca: un trabajo oscuro

Portero de discoteca: un trabajo oscuro

El número de porteros de discoteca se ha reducido a medida que han cambiado los hábitos de ocio y la noche ha ido perdiendo fuelle

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 15 de marzo 2019, 10:55

Nadie está dispuesto a que le partan la cara por velar por la tranquilidad de la fiesta. Ser portero de discoteca supone pasar frío en invierno y sudar en verano, trabajar los fines de semana, estar de pie durante horas y aguantar las impertinencias de borrachos y drogatas. Esta labor desagradecida carece ya de cualquier glamour, si es que algún día lo tuvo. Antes se podía aguantar porque al menos la tarea estaba bien pagada. Pero los tiempos de buenas retribuciones han pasado al olvido. La noche se llenó de intrusos malencarados con mucha mano larga y poco refinamiento en el trato personal. Desde que se implantó una acreditación cuya tenencia obliga a superar un test psicotécnico, la criba de candidatos a custodiar la portería de un local es más rigurosa. El ocio nocturno no goza de buena salud. Los gustos de los españoles se asemejan cada vez más a los de los ciudadanos de la Unión Europea, donde el entretenimiento diurno goza de más predicamento que la noche.

«Este oficio no da lo suficiente para dar de comer en casa. De los ingresos exclusivos de portero viven muy pocos, únicamente los que trabajan en locales que abren todos los días, que son muy escasos. La mayoría tenemos otro trabajo. Casi nadie recibe un sueldo fijo, el salario varía en función de las horas y del tipo de establecimiento», asegura un informático que quiere permanecer en el anonimato y que lleva 23 años dedicándose a ser guardián de la francachela.

Los locales nocturnos no ven el final del túnel. El número de este tipo de establecimientos sigue cayendo desde la crisis. Así, entre 2017 y 2019 el retroceso fue del 6,1%, al pasar de 17.591 negocios a 16.524, según datos de la consultora Nielsen. Los empresarios achacan el cierre del trasiego noctámbulo al envejecimiento de la población. Ya hay capitales de provincias donde han desaparecido las pistas de baile y la bola de espejos. Y una consecuencia natural es que los porteros de discoteca son cada vez menos.

«Muchos proceden de países del Este y son más proclives a la violencia»

José María Benito - Unión Federal de Policía

«Antes la gente estaba dispuesta a salir adelante con lo que fuera. Ya no»

Antonio Piñol Subdir. - Política Interior de Madrid

«Desde la tragedia del Madrid Arena hay más educación recíproca»

Sergio Blanco - Empresario de ocio nocturno

El ejemplo de la Comunidad de Madrid ilustra a la perfección lo que está pasando en el gremio. Solo 2.230 personas tienen la acreditación en vigor para ejercer de 'controlador de acceso a espectáculos públicos y actividades recreativas'. Desde que se convocó el primer examen, en 2009, 6.126 trabajadores estuvieron en disposición de ejercer el oficio. A la vista de que 3.896 no renovaron el permiso, que se debe actualizar cada cinco años, está claro que el trabajo ha perdido atractivo. Para Antonio Piñol, subdirector general de Política Interior de la Comunidad de Madrid, los locales nocturnos no atraviesan un «momento boyante». «Entre 2009 y 2012, durante los años más duros de la crisis, la gente estaba dispuesta a salir adelante haciendo lo que fuera. Ahora ya no. Al haber cerrado algunos locales, la oferta de trabajo también es menor. Los establecimientos de hostelería que se abren son sobre todo de jornada diurna. La hostelería tradicional está ganando terreno a la recreativa basada en el baile y la música».

Discotecas míticas y salas de conciertos afamadas han echado el cierre. Gran Velvet (Barcelona), Young Play (Hernani, Guipúzcoa), Gabana (Madrid), Chocolate (Sueca, Valencia) o Space (Ibiza) han sucumbido. La guerra al ruido, el incremento de los controles policiales, la subida de los impuestos indirectos, la competencia de bares y pubs, así como la multiplicación de ofertas de ocio son, entre otras, las causas de la decadencia.

«Viene gente muy colocada. Te llaman descerebrado, te escupen e intentan agredirte. La semana pasada llegó uno con un pico de botella...», relata un portero

El caso de Álvaro Ussía, un joven de 18 años que perdió la vida hace diez años a causa de una paliza propinada por tres porteros de una discoteca de Madrid, indujo a regular las funciones de un colectivo pródigo en macarras. Diez comunidades autónomas (Galicia, Castilla y León, Cantabria, La Rioja, Madrid, Aragón, Región de Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña y Baleares) exigen superar un examen para poder ejercer de controlador de accesos. A ellas se sumará pronto el País Vasco, que ya ha aprobado el primer reglamento para regular la actividad. Estar limpio de antecedentes penales es un requisito imprescindible para ejercer el oficio. «Con ello nos hemos quitado de encima a indeseables que manchaban nuestra reputación. El gimnasio ya no es el lugar idóneo donde reclutar a porteros», dicen fuentes del sector.

Rafael de Castro, presidente de la Asociación Nacional de Porteros Profesionales (ANPP), sabe de lo que habla porque trabajó a las puertas de una discoteca. En 1985 creó la primera empresa dedicada a seleccionar y preparar a este tipo de personal. Ahora posee otros negocios relacionados con la hostelería y la seguridad. Para De Castro, no es cierto que el interés por el oficio haya decaído, aunque concede que dentro del grupo hay una gran movilidad laboral. «La clave está en que es una profesión de paso para hacer otras cosas».

Aforo

El contador de personas es un instrumento imprescindible para controlar el aforo. Este viene determinado por la superficie del local, las puertas de emergencia y otros factores. En Barcelona se han probado medios telemáticos pero no han tenido éxito porque se quedan colgados con cierta facilidad. Tampoco han funcionado bien los tornos.

La prueba para adquirir el título de portero de discoteca no es especialmente difícil. La evaluación psicotécnica es algo más exigente, pero tampoco demasiado. Al fin y al cabo, las atribuciones de los porteros de discoteca son limitadas, y consisten básicamente en controlar el aforo, comprobar la edad de los asistentes, la adquisición de la entrada y vigilar el interior del establecimiento. Así pues, no están sujetos a la ley de Seguridad Privada. Registrar objetos personales, paquetes, mercancías y vehículos es una labor que corresponde realizar a los vigilantes de seguridad. Por eso a veces controladores y vigilantes de seguridad trabajan juntos, por ejemplo en los grandes conciertos y festivales.

Recelos policiales

Si a los porteros de discotecas y salas de fiesta se suma el personal que se responsabiliza de la entrada a casinos, cines, teatros, auditorios y demás locales, resulta que el grupo está integrado por unos 120.000 trabajadores, según las estimaciones que maneja la ANPP.

Las suspicacias que concitan entre las fuerzas de seguridad no han desaparecido, pese a los avances dados en la profesionalización del colectivo. José María Benito, portavoz de la Unión Federal de Policía, aboga por la desaparición de la figura del portero de discoteca y su sustitución por la del vigilante jurado. «Un profesional ofrece más garantías porque sabe cómo actuar. Si uno va a una tienda de ropa, no se encontrará con un portero, sino con un vigilante de seguridad. En muchos casos estos controladores proceden de países del Este -como rumanos, búlgaros, eslovenos, rusos- y son más proclives a la violencia. No sé por qué nunca llaman a la Policía cuando hay problemas», alega Benito, quien sostiene que los miembros del colectivo se arrogan atribuciones que no les corresponden. «Ejecutan sin control el derecho de admisión porque ignoran la legislación y cometen errores».

No está en absoluto de acuerdo Rafael de Castro: «Lo que importa de un portero es la mente, no la musculatura. Si hay un portero que no está bien de la perola, la culpa la tiene el dueño de la sala. Si no sabe hacer su cometido o es violento, lo mejor es despedirle».

Ramón Cossío, portavoz del Sindicato Unificado de Policía (SUP), subraya que la Ley de Seguridad Privada impide a los controladores de acceso ejercer competencias de orden público. «Los porteros deben llevar el carné acreditativo de portero en un lugar visible para ser identificados», destaca el representante sindical.

Los nocherniegos de hoy no tienen nada que ver con los que les precedieron. Los 'cabeza rapadas' y los 'heavies' son rarezas, tribus urbanas que habitan en las reservas de especies estrafalarias y que solo se ven en las exposiciones fotográficas. Las antiguas peleas de bandas enemigas se han extinguido. «La violencia multitudinaria la protagonizan ahora los hinchas de fútbol», dice el informático que trabaja de portero en un club de música en vivo.

Al detalle

  • Acreditación Diez comunidades autónomas (Galicia, Castilla y León, Cantabria, La Rioja, Madrid, Aragón, Región de Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña y Baleares) exigen una acreditación para ejercer el oficio de controlador de accesos, categoría en la que se incluye el portero de discoteca. Pronto el País Vasco se sumará a estos territorios. El carné de portero obliga a carecer de antecedentes penales y superar un examen teórico y una prueba psicotécnica. Todas estas regulaciones surgieron al calor de la muerte de Alvaro Ussía, quien perdió la vida en 2008 como consecuencia de una paliza en la que estuvieron implicados tres porteros de la discoteca El Balcón de Rosales, en Madrid.

  • 6,1% es la proporción en que se ha reducido el número de discotecas en apenas dos años, entre 2017 y 2019. Su cifra ha pasado de 17.591 establecimientos a 16.524, según datos de la consultora Nielsen. Las causas son muchas y variadas, pero una de las principales es que los españoles gustan cada vez más del ocio diurno. Por ejemplo, el consumo de aperitivos ha crecido un 15%, el de vermú un 4,2% y el de tinto de verano un 10%. La toma de alcohol se ha desplazado de la noche al día. En España se consumen 3.326 millones de litros de bebidas al año, lo que comporta un gasto de 8.874 millones de euros. La ingesta de cerveza ha aumentado un 3% y la de vino un 1%, mientras que la de refrescos se ha reducido un 30% y la de bebidas espirituosas un 60%.

  • Control de entradas Según datos de la Asociación Nacional de Porteros Profesionales (ANPP), en España existen 120.000 controladores de accesos si se suman los empleados que se encargan de vigilar la entrada a casinos, cines, teatros, auditorios, discotecas y demás locales recreativos.

  • 2.230 personas son titulares en la Comunidad de Madrid del carné para ejercer el oficio de controlador de accesos. Un número que ha ido decreciendo mucho. En 2009, lo tenían 6.126 trabajadores. El alto precio de las tasas, 102,01 euros, disuade a muchos de presentarse. Se criba además a quienes desconocen el español, la lengua de la prueba.

Los porteros de la segunda década del siglo XXI ganan menos, pero viven más tranquilos. «Un controlador cobra entre doce y quince euros la hora. La verdad es que la tragedia en el Pabellón Madrid Arena, en 2012, se ha traducido en más educación del cliente hacia el portero, mientras que éste trata un millón de veces mejor al usuario. Eso no quita para que haya siempre un cliente tuercebotas o un portero con la mano sueltecita», cuenta Sergio Blanco, dueño de la sala de conciertos ContraClub, en Madrid.

Si bien los apuñalamientos e intercambios de disparos no han desaparecido, los incidentes a las puertas de tugurios de toda laya son más infrecuentes. «Sigue habiendo follones, pero son más aislados», sostiene Benito.

Drogados hasta las cejas

Uno de ellos ha tenido lugar hace pocos días. El portero de una discoteca en Reus (Tarragona) agredió a una madre y a su hija de 19 años que querían entrar en el local para festejar el carnaval. En un vídeo grabado por un testigo, se puede observar cómo un hombre embiste a las dos mujeres y les da un empujón brutal. Y este mismo lunes un seguidor del Ajax de Ámsterdam fue detenido por intentar apuñalar al portero de un club que le impedía la entrada a él y a sus compañeros. Al arrestado, de 23 años, se le intervino un arma blanca de unos 25 centímetros de longitud.

«Algunos van buscando la bronca para poder ir a juicio y sacarse un dinero»

Miguel - Portero de discoteca

«Me han roto dos costillas, me han tiroteado y dado navajazos»

Francisco - Portero de discoteca

«Te miran con asco. Una vez no me dejaron entrar por ir con un 'piercing'»

Airam - Cliente

El consumo de cocaína y drogas sintéticas en locales nocturnos está haciendo que inmovilizar a un tipo pasado de vueltas sea un auténtico quebradero de cabeza para las fuerzas de seguridad. «Una compañera me dijo hace días que ahora se lo piensa mucho para dar un 'gomazo' porque los usuarios de drogas, por lo general policonsumidores, se han vuelto intratables», dice un agente.

Miguel trabaja los fines de semana como portero en una discoteca del centro de Madrid y dice que tiene que aguantar de todo. «La gente va muy colocada. La semana pasada vino uno con un pico de botella; otro me intentó pegar. Te llaman de todo: retrasado, mongólico, descerebrado... Todos los fines de semana te escupen, insultan e intentan agredirte. La gente se pasa mucho, conoce sus derechos pero no sus obligaciones. Son groseros, altaneros, maleducados y violentos, no solo con nosotros, también con la Policía», argumenta Miguel.

Con un repaso somero de la hemeroteca se constata que los lugares de ocio nocturno siguen siendo un foco de conflictos. Según la Policía, a veces los controladores son sorprendidos portando armas cuya reglamentación está en el limbo, en unos casos, o directamente prohibidas en otros. En algunas reyertas a los porteros se les han encontrado pistolas eléctricas, gas pimienta y bastones extensibles, que de ningún modo puede manejar el personal ajeno a la seguridad.

«Antes se ligaba en la 'disco'; ahora en Tinder»

Ante el umbral de una discoteca de moda en el centro de Madrid, varios porteros se preparan para una noche de trabajo. Mientras la gente está de farra, ellos curran. Visten de negro, lo que les confiere un aire respetable y severo a la vez. Todos llevan en el oído un auricular con micrófono para ponerse en comunicación con los trabajadores del interior y escuchar sus requerimientos en caso de que haya alguna trifulca. En la mano portan un contador de personas con el fin de calcular el aforo. Los hay corpulentos y de gesto temible, pero también tipos que pasarían por padres de familia ejemplares. El estereotipo de portero bravucón y macarra tiende a desdibujarse. Al calor de las nuevas legislaciones autonómicas que regulan la labor de los controladores de accesos, a los vigilantes se les pide más mano izquierda y menos derechazos directos al mentón, destrezas para lidiar con clientes de aliento aguardentoso y hablar balbuceante. «Que no entren los británicos», dice Miguel con acento asertivo. Al cabo de media hora prohíbe la entrada a un tipo que le cubre de improperios. A Miguel no le ha gustado su pinta: barba de tres días, cabeza rasurada y cierto desaliño.

La tarea de un portero se asemeja mucho a la de un árbitro de fútbol. Los dos están acostumbrados a permanecer impertérritos cuando mientan su linaje y las costumbres sexuales de su madre. «Los clientes abusan cada vez más. Saben que en caso de conflicto, nosotros llevamos las de perder. Puede que algunos de nosotros todavía se crean Rambo, pero son la excepción. También hay algunos que van buscando bronca para poder denunciarte, ir a juicio y sacarse un dinero, porque nosotros estamos muy indefensos», cuenta Miguel.

Barba dibujada con tiralíneas, porte estatuario, barbilla prominente y verbo persuasivo, Miguel habla con amargura de un oficio que conlleva más penalidades que gratificaciones: «Aparte de los clientes, que están muy crecidos, hay que aguantar el frío y el sueño. Ha habido veces que de camino a mi casa me he salido de la carretera por culpa de las cabezadas que iba dando».

El ContraClub, en el madrileño barrio de La Latina, es un local de referencia del indie-rock y la canción de autor. En él actuaron cuando aún no eran famosos Mikel Erentxun, Iván Ferreiro, Coque Malla, Zahara y Sidecars, entre otros. La sala de conciertos la regenta ahora Sergio Blanco, de 38, quien en su juventud ejerció de portero de discoteca. Su caso es la encarnación palmaria de cómo un currito de la noche se reconvierte y transfigura en empresario, nocturno y diurno. Porque aparte de programar su sala, Sergio Blanco lleva una empresa que organiza conciertos y procura porteros, azafatas y trabajadores de la limpieza a quien lo demanda. A su entender, la decadencia del guardián del garito está íntimamente relacionada con el declive de la vida noctívaga. «Antes el negocio era muchísimo más rentable de lo que es ahora. Los jóvenes actuales son más de estar en casa. Si te das cuenta, la publicidad está enfocada al 'quédate en casa, pide comida y cena en casa, ponte un videojuego y pégate un maratón de series en casa'. Mi generación frecuentaba las discotecas para bailar, ligar o beber. Ahora lo segundo se hace sin mucha dificultad; basta con sacar el teléfono y conectar el Tinder para tener una cita».

Rita, que debe de rondar los 20 años, y sus amigas discrepan entre sí sobre la influencia de las herramientas informáticas en la concurrencia a discotecas. «Se sigue yendo igual de fiesta, primero te pones moco y luego vas a guarrear», ilustra Rita. No está sin embargo de acuerdo su amiga: «A una discoteca voy a pasármelo bien; si quiero ligar cojo el Tinder». Rita ha tenido malas experiencias con porteros, aunque admite que en el gremio hay de todo. «Una vez los porteros empezaron a ligar con mi amiga, le dijeron que era muy guapa y tal y cual. Entonces el novio se mosqueó. Les dijo que dejaran de ligar con ella. Al final se enfadaron con él y no dejaron entrar ni a mi amiga ni al novio».

Los viejos antros para tomar una copa y bailar sufren los embates de una competencia inesperada: botellón y 'lateros', esos vendedores ilegales de bebidas que esconden su mercancía en alcantarillas y papeleras. Son la pesadilla de los dueños de locales. «En vez de ir a la barra, muchos clientes salen fuera a comprarles una lata de cerveza. Antes eran chinos, ahora bangladeshíes. Los clientes arman ruido y dejan la calle llena de basura. Nosotros no tenemos la culpa», afirma el dueño de un pub del barrio madrileño de Malasaña.

Francisco lleva el pelo recogido en una coleta corta y en su rostro tiene marcados los sinsabores de una dedicación peligrosa. Una cicatriz que le alcanza casi hasta el ojo, producto de un botellazo, le ha dejado desfigurada la nariz. «Me han roto dos costillas, el tabique nasal lo tengo deformado, me han tiroteado y me han dado dos navajazos. La nariz me la rompieron con un casco de botella, cuando intenté evitar que unos cinco o seis adultos pegaran a dos chavales de 18 años a los que estaban masacrando. Estuve de baja ocho meses». No es un hombre fornido, pero a sus cincuenta años tiene un cuerpo atlético. Trabaja en un hospital y no recomendaría el oficio de portero de discoteca a nadie: «Después de 20 años estoy loco por dejarlo, sigo trabajando porque no hay más remedio, tengo una hija y mi mujer está en paro. Ahora estoy preparando unas oposiciones».

Mientras pulsa el contador de personas, habla con Gabriel, un repartidor de hielo que conoce también el carácter desabrido de la noche y que le acaba de comprar un café para mantenerse despierto. «Es mi único vicio». Los dos están convencidos de que la sociedad ha retrocedido en lo que atañe a la educación y el respeto. Mientras sorbe el café, se despide de la clientela con un buenas noches al que no todos responden. «Se ha perdido el aprecio por la vida. El peor público es el extranjero. La gente latina suele ir muy armada y les da todo igual. Yo lo achaco a las drogas de diseño, que son muy baratas. He visto a una chica retorcerse de convulsiones. Le pregunté qué había tomado y me dijo que unas pastillas que le vendieron por tres euros. A saber qué tenían».

El intrusismo y la irrupción de empresas que procuran controladores de acceso a las discotecas han devaluado los salarios de los porteros, según Francisco, que aduce que «hay mucho cabestro en este oficio».

Los bares, que en Madrid pueden estar abiertos hasta las dos de la madrugada, van cerrando y la calle se despuebla de gente. En la plaza de Tirso de Molina, un grupo de chavales apuran unos botellines. «Todo el que haya ido de discotecas ha tenido alguna vez una mala experiencia. Sin llegar a la violencia, te miran con asco y te empujan. Hacen una utilización muy déspota de su poder. A mí no me han dejado entrar por ir con un 'piercing' después de guardar la cola», se lamenta Airam.

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