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FERNANDO MIÑANA
Lunes, 22 de enero 2018, 11:22
Hay coyunturas meteorológicas que nos llevan al extremo. Soplos de aire siberiano que nos hielan el pescuezo o vientos saharianos que nos abrasan. Otros días un vendaval nos despeina y nos llena los ojos de polvo. Y hay fechas en las que el paraguas parece insuficiente para protegernos de lluvias torrenciales que nos empapan de arriba abajo. Pero ¿cuáles son los límites que ha soportado España desde que hay datos fiables? Aquí van algunos de los récords más significativos desde 1920 hasta ahora. Aemet (Agencia Española de Meteorología) solo tiene presentes los que han sido registrados por su red principal.
Observatorios con el instrumental adecuado colocado en el lugar ideal. Porque el mejor termómetro del mundo, por ejemplo, no va a ser fiable si se pone cerca del asfalto que lleva todo el día absorbiendo calor. «Aemet tiene una red muy tupida pero no usa toda, algunas solo están de apoyo. Para datos extremos solo utilizamos estaciones de la red principal, que sí son fiables al cien por cien», explica Rubén del Campo, técnico de meteorología en Aemet, que recuerda que poseen datos desde 1920 pero que hay «registros que la agencia no tiene validados porque no se sabe cómo estaba el instrumental que los tomó». Este climatólogo explica también por qué llegamos a estas cotas.
Temperatura más alta
El récord de calor es muy reciente. Del último verano. El 13 de julio de 2017 se registraron 46,9 grados en el aeropuerto de Córdoba. Muy cerca de los 47 grados, que ya se han asomado a termómetros que no forman parte de la red principal, como los 47,3 que, ese mismo día, en esa misma provincia, se alcanzaron en Montoro. Aemet no homologó este registro. Lo mismo que sucedió en Murcia el 4 de julio de 1994, cuando un aparato de la red secundaria -generalmente con estaciones termopluviométricas- tomó una temperatura máxima de 47,2 grados. Rubén del Campo explica el motivo de estos datos extremos. «Todas las máximas que encabezan este ranking son del sur de España, donde más se siente el calor. Lo habitual es una dorsal anticiclónica que se sitúa en las inmediaciones de la península y estabiliza mucho la atmósfera. Eso propicia que el cielo esté muy despejado y el sol caliente más. Además, el aire que está estancado se calienta mucho por ese sol».
Temperatura más baja
Los vecinos de cualquier localidad española jamás han pasado tanto frío como los de Calamocha el 17 de diciembre de 1963. Ese día el termómetro bajó como nunca. Hasta los 30 grados bajo cero. Este pueblo de Teruel está a 930 metros de altitud y es uno de los vértices de lo que el divulgador científico Vicente Aupí bautizó como el triángulo del hielo y que le une a Teruel y Molina de Aragón (Guadalajara), donde se dieron los dos siguientes registros más bajos: -28,2º (el 28 de enero de 1952) y -28º (el 17 de diciembre de 1963, el mismo día del récord).
Heladas que suelen llegar en plena ola de frío, como argumenta Rubén del Campo. «Lo que ocurre habitualmente es que los días previos se han producido nevadas en esa zona y la nieve se queda acumulada en el suelo. Después llega una masa de aire muy frío, generalmente de procedencia continental, europea. Esa masa de aire se queda asentada sobre la nieve acumulada y acaba enfriándose muchísimo. Encima los cielos se quedan despejados y por la noche se produce un enfriamiento brutal», explica el climatólogo de Aemet.
Precipitaciones en un solo día
Nunca llovió tanto como aquel 3 de noviembre de 1987 -esos otoños de tormentas tremendas en el litoral mediterráneo que inspiraron a Carlos Goñi a escribir su canción 'Lluvia de noviembre- en Oliva (Valencia). Otras estaciones de aquella comarca, La Safor, registraron aquel día números extremos, como los 720 litros en Gandía, que no pasaron a las tablas de los récords porque no los homologó Aemet, que solo tuvo en cuenta los 817 litros por metro cuadrado que cayeron en 24 horas en Oliva. Para tener en cuenta lo excepcional de este dato pluviométrico hay que mirar que la media anual en España ronda los 650 litros. O que el segundo puesto se queda en los 337 litros por metro cuadrado que llovieron en Izaña (Tenerife) el 17 de marzo de 1993, y el tercero en los 330 de San Javier (Murcia) el 4 de noviembre de 1987, un día después del tormentón de Oliva.
Del Campo tiene una explicación para estos fenómenos tan violentos. «Ahora lo llamamos una Dana -el acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos-. Es lo mismo que la gente, especialmente en la zona mediterránea, conoce popularmente como gota fría. Es un embolsamiento de aire frío que se sitúa en las capas altas de la atmósfera. Desestabiliza mucho la atmósfera y en otoño, cuando el agua está todavía muy caliente, se produce un contraste muy fuerte y una inestabilidad muy grande. Entonces envía vientos de procedencia marítima, aire muy húmedo del Mediterráneo, y choca en las montañas del prelitoral».
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