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J. CANO / F. TORRES / Á. FRÍAS / P. LAMADRID
Martes, 29 de enero 2019, 11:48
El pequeño Julen logró lo que casi nadie puede: unir a un país entero, que se volcó con la familia y los más de 300 integrantes del operativo. Durante trece angustiosos días, mineros, bomberos, guardias civiles, ingenieros y profesionales de otros ámbitos lucharon contra las entrañas del cerro de la Corona para llegar al niño de dos años y medio, que se cayó en un pozo a setenta metros de profundidad. La montaña les planteó un sinfín de complicaciones a cada paso que daban, pero no se dejaron vencer por los obstáculos y trabajaron codo con codo hasta lograr encontrar al pequeño que desgraciadamente había fallecido el 13 de enero, fecha en la que se produjo el accidente. «Fue angustioso. Luchábamos contra la lógica para intentar hacer un milagro, pero lo único que nos movía era la esperanza, sabiendo que el desenlace racional era el que fue», señalaba el asturiano Juan López-Escobar, delegado del Colegio de Ingenieros de Minas del Sur, que estuvo presente en el operativo. «Había una presión tremenda para hablar de plazos, de tiempos, y racionalmente era algo que no debía hacerse», abundó, porque en una obra como la que se hizo en pocos días era sumamente difícil fijar tiempos.
Un extremo que confirmó el director técnico de la Brigada de Salvamento Minero, Sergio Tuñón, en la rueda de empresa que ofreció, acompañado por el presidente de Hunosa, Gregorio Rabanal, tras regresar a Asturias. «Teníamos que ir adaptándonos» a las circunstancias, explicó, al tiempo que agradeció la colaboración de todos los participantes en el dispositivo. Los ocho miembros de la brigada fueron los encargados de horadar un túnel de cuatro metros de longitud para llegar hasta el pozo donde se encontraba Julen.
Bajaban en un jaula especialmente construida para esta operación y, una vez en el interior de la montaña, picaban la roca a mano, con martillos neumáticos. «Tras las primeras tareas éramos bastante optimistas, pero al poco tiempo apareció la famosa cuarcita», que les obligó a recurrir a cuatro microvoladuras por su dureza. Si bien es cierto que no se encontraron con peor escenario previsto, «sino con el intermedio», apuntó Tuñón. Los mineros asturianos estuvieron más de 30 horas trabajando de forma ininterrumpida para construir el túnel, en estrechísima colaboración con los especialistas de la Guardia Civil.
De hecho, cuando ya estaban cerca de la zona en que se encontraba Julen, bajaban acompañados por un agente de la Benemérita para que actuara como testigo de cara al proceso judicial abierto para investigar el caso. Nicolás Rando fue el guardia civil que recuperó el cadáver del niño. Su vida y su rutina de trabajo se detuvieron el 13 de enero. A las 19 horas, su jefe, que dirige el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM), le llamó: «Ven mañana, que esto va para largo».
Rando recuerda los primeros días como los de los inventos, «con mejor o peor resultado», centrados todos en retirar ese tapón de arena húmeda detectado por las cámaras de 71 metros de profundidad. La idea era succionarlo, pero entonces «surgió el problemón», relató el agente. Se rompió la manguera y se quedó atascada con la cámara dentro. Apareció agua (freática) de las paredes del pozo. Los ingenieros decidieron que la tierra estaba demasiado dura como para seguir succionando, y empezaron a plantear opciones.
Entonces, los mineros se reunieron y se empezaron a valorar opciones y diámetros de las infraestructuras que se iban a crear para el rescate. «Dijeron que menos de un metro de diámetro. Nos fuimos a Alhaurín a ver la cápsula para adaptarla al rescate y hablamos con los GEAS (actividades subacuáticas) para el tema de la respiración», explicó Rando. Percibía la tensión de esas obras, que se topan una y otra vez con contratiempos provocados por la extrema dureza del terreno. Y había que abrir la montaña en canal». En el puesto de mando avanzado del operativo, donde los mineros trazaban todos los detalles del plan de rescate, ayudados por los bomberos y por los agentes del GREIM, con los que hicieron «buenas migas», se conjuraron todos. «Nos dijimos que ya de allí no salimos hasta que encontráramos a Julen».
Tras superar todas las adversidades, el «encamisado», por fin, encajó en el pozo y los mineros podían iniciar el descenso. En la primera bajada, ya se dieron cuenta de que la roca «no tenía mala pinta». Fue en lo único que se equivocaron. «El primer descenso se hizo para comprobar que la ventana estaba bien orientada. Una grúa bajaba y subía la cápsula, mientras una excavadora sujetaba el tubo del pozo en el que estaba niño para que no hubiera vibraciones, y teníamos otra excavadora más por si la celda no subía», añadió.
El equipo de mineros estaba formado por seis picadores y dos ingenieros, que dirigían el operativo. «Abajo no había turnos. Allí se estaba hasta que ya no se podía más. La frase era: 'Me voy que ya no puedo ni sujetar el martillo'». A la hora y media, subieron diciendo que la roca era muy dura y había que hacer la primera microvoladura. Después vinieron tres detonaciones más. «Hubo un momento en que se metieron tres mineros, a hierro, y le dieron un buen avance. Llegaron a los 2,5 metros. Y ahí se tomó la decisión de que, a partir de ese momento, iba a bajar siempre un guardia civil con los mineros para ejercer las funciones de policía judicial. Si estaba vivo, para socorrerlo, y si no... para coger vestigios y hacer la inspección ocular. La esperanza nunca la perdimos», confirmó.
Tras unos 3,7 metros excavados, «dimos unos golpes al tubo del niño. Hicimos una cata y vimos que la tierra era diferente. Mi compañero metió una cámara por el agujero que abrimos. Y vio al niño». El mando del dispositivo reunió a guardias civiles, mineros y bomberos y les pidió que siguieran trabajando igual, con la misma discreción, porque la familia tenía que ser la primera en saberlo. En el siguiente descenso bajaron tres agentes del GREIM -Rando entre ellos- y un minero, por si había que seguir picando.
«Me tocó a mí», reconoció Rando, que quien sacó a Julen. «A partir de ahí, tuve sensaciones encontradas. Un cierto alivio por haber terminado el trabajo terminado. Pero enfurecido por el resultado. No le doy vueltas. Hemos movido tierra como para parar siete aviones, hemos conseguido llegar a él y lo hemos sacado. No estaba vivo, eso es lo peor. Pero lo hemos dado todo». Estaba mentalizado porque «sabía que iba a tener que hacerlo» dado que es experto en rescate de montaña. Pero cuando lo dejó en la carpa, donde esperaban dos forenses para los que habían grabado toda la escena con una GoPro, se tuvo que ir solo a un lugar apartado de la plataforma de trabajo y se derrumbó.
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