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Gonzalo Bosch
Sábado, 5 de abril 2025, 12:14
El mundo de la psicología ya avisó tras la covid que toda una generación de jóvenes y niños podrían ver marcada su personalidad por la ... vivencia de la pandemia y su consecuente confinamiento. Tras las inundaciones provocadas por la dana aquel 29 de octubre, todo un grupo de jóvenes valencianos les ha tocado vivir, por desgracia, una segunda tragedia en muy poco tiempo. La mente de todos ellos quedará marcada para siempre, pero en el caso de Lydia, su vida entera ha sido sacudida.
«He llegado a sufrir cuatro contagios de covid, el primer de ellos en enero de 2021. Aquella vez, estuve en cama durante dos meses, como si fuera una gripe muy fuerte», relata. Lydia cuenta que, a partir de ese momento, notó que lo que le había ocurrido no era algo normal: «Sufría disneas -falta de aire- habituales y deterioro cognitivo, pero se me pasó. El problema es que un mes después volvieron los síntomas más extraños».
Lydia no cesó en visitar a su médico de cabecera para saber qué podía estar pasándole. «Todas las tonterías desaparecerán, eso me decían los médicos que no sabían qué podía ir mal», explica acongojada. Los especialistas llegaron a hacerle creer que todo estaba en su cabeza. Con las vacunas, nuevamente tuvo fuertes episodios de fiebre. En adelante, Lydia dio positivo en Covid tres veces más, siendo en enero de 2024 la última, la que le dejó prácticamente inmóvil: «No me ha creado problemas en las piernas, si no una fatiga permanente que no me deja casi ni andar».
Hasta 180 pulsaciones por ducharse o 140 por peinarse. Tras innumerables médicos y especialistas, dieron con el diagnóstico: covid persistente y Encefalomielitis Miálgica (síndrome de la fatiga permantente), probablemente provocado por el virus. «He tenido médicos que han llegado a insultarme, a decirme que me lo inventaba todo», lamenta. El apoyo que no encontró en los profesionales se lo dio el Colectivo Covid Persistente de la Comunidad Valenciana. «Mis compañeras lo son todo para mí, me han salvado la vida. Sin ellas ya habría tirado la toalla», confiesa Lydia.
A Lydia le atendieron durante un tiempo en la unidad de especialistas de covid persistente del Hospital General de Valencia, pero a las pocas semanas cerraron el servicio: «Ahora vuelvo a vivir malas experiencias porque, aunque saben lo que me pasa, la mayoría de médicos desconocen la enfermedad y me dan el alta. Ahora me pregunto qué va a ser de mi, sin poder trabajar ni ganar dinero». Y es que, cuando realiza muchos esfuerzos, Lydia puede sufrir episodios de malestar post esfuerzo (PEM): «Me canso tanto que necesito reposo, algunos son reversibles pero otros no. Por eso, ahora tengo que pensar muy bien si me ducho por estar limpia o seguir viva».
La mujer, residente en un bajo de Parque Alcosa (Alfafar), estaba tumbada en su cama un 29 de octubre: «Me levanté, me asomé a la ventana, y vi agua marrón en la calle. Pensé que se habría roto alguna alcantarilla». A los dos minutos, su vecina llamó a su puerta. Había visto en la televisión que el barranco se había desbordado y debían salir. «Con una muleta me subí despacio al primer piso mientras veía como el agua empezaba a entrar en el portal», explica, mientras recuerda que acabó pasando la noche con 20 vecinos que se resguardaron en la misma casa que ella.
La casa de Lydia acabó destrozada. Ella pasó cuatro días con su vecina sin bajar. «Allí no vino nadie. Nos quedábamos sin comida ni agua, hasta que un grupo de voluntarios iba puerta por puerta preguntando por necesidades y nos atendieron».
Cuando os días pasaron y la emergencia comenzó a coordinarse mejor, su tía de Massanassa la acogió en su casa, un segundo piso con el ascensor averiado por la riada. «Ella está mayor y no me puede ayudar mucho. Mis padres viven en Denia casi todo el año y a mi viajar me sienta muy mal. Además, hay ruidos o ambientes que si no son tranquilos también me cansan mucho, por eso creímos que era la mejor opción».
Lydia es una de esas personas vulnerables que lleva cinco meses sin ascensor pese a que sus dolencias le limitan mucho su movilidad. «Ahora solo bajo para los médicos, el resto de mi día es sofá o cama». La vida de Lydia se ha convertido en una pesadilla. «Cuando sé que me toca salir, necesito estar tres o cuatro días de reposo absoluto, sin moverme de la cama, para coger fuerzas. Y cuando vuelvo, son otros tres o cuatro días de recuperar el aliento», sentencia profundamente apenada.
«A veces no he podido ni coger el móvil, el agotamiento es tal que te piensas que ahí te quedas», asegura. Sin embargo, coge fuerzas para atender este periódico y contar su historia. «Yo no lo hago por mi, lo hago por todos los ancianos y personas con discapacidad que no pueden salir de casa, que somos muchos. No puede ser que cinco meses después haya hogares sin ascensor. Vivir así es muy duro. Esa gente merece, al menos, poder bajar a la calle y tomar un poco el sol», insiste a Las Provincias.
Y, pese a todo, Lydia sólo puede pensar en sus compañeras del Colectivo Covid Persistente. «Sólo pido que nos escuchen, que nos crean, que investiguen estas enfermedades. De covid persistente seremos unos dos millones en España. Existimos, nuestra enfermedad es invisible, pero nosotras no. Pedimos una atención médica digna», asegura, y añade, »es horrible que la gente piense que te puedas inventar las dolencias o la fatiga. Yo ahora sólo escucho a mi doctora, mis compañeras y mi cuerpo. Porque a veces, forzarnos a movernos más de lo que nos dice el cuerpo nos puede invalidar«.
Preguntada por cuántos años tiene ahora, Lydia contesta: «Desde que pasé los 25 ya no cuento mis años. Lo único que te puedo decir de verdad, es que me siento como una anciana de 90 años».
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