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Y ella llega cada año, anónima y enlutada, cuando San Antolín se quiebra de suspiros y alabanzas, de balcones con banderas que de magenta ... arrebatan tanto suspiro cofrade, tanto lirio y tanta cala, aromas de aquella huerta que creó Semana Santa; tanta devoción castiza, la carrera engalanada de nazarenas antiguas, manolas entaconadas, donde mi hija María, primogénita adorada, estrena rosario de perla que balancean miradas de jóvenes que en las esquinas a las zagalas aguardan.
Y ella llega, Soledad, mas Soledad coronada de plata y un corazón con sus plateadas llagas, siete puñales malditos en su alma traspasada, de manto oscuro de duelo y carita enamorada, de rosario que bendicen sus manos entrelazadas que van proclamando a Murcia, y en eso pocos reparan, que sin ti, la madre buena que Sánchez Lozano creara, sin ti, por acabar pronto, el gran Perdón nunca es nada.
Nunca que yo recuerde nadie te escribió una palabra. Ni un romance a ese trono que Carrión imaginara, ni un verso a tu caminar de tulipas tan huertanas que van anunciando al orbe cómo tu hijo engalana con medias bordadas de flores, 'senás' de dulces cuajadas, con aromas de alhelíes que prenden la madrugada, que San Antolín se erige púlpito de la nostalgia, de tantos estantes que fueron y ahora por el cielo andan disfrutando ya en la gloria de sus tarimas amadas; y que sin ti, por acabar pronto, en tu paso soberana, sin ti tu hijo el Perdón apenas sería nada.
Eres Soledad la última que colma la noche amarga, caminando de puntillas, de regidores sultana, y que al regresar al templo, cuando el fervorín estalla, aún aguardas tan callada en la esquina de Sagasta, como una vecina más, apartada y relegada, sin esperar la saeta que nadie nunca te canta, mientras todas las miradas en nuestro Perdón se clavan.
Y aunque nadie en ti repare, allí te eriges galana, reina de San Antolín, que sin alzar la mirada, cualquiera que te contemple en tu esquina abandonada, que sin ti, sin dar más vueltas, sin ti, el Perdón no es nada.
Cuando llegas a Belluga el azahar aletea de brisa divina de incienso que tiñe tu santa madera, y no hay Soledad más bella que el imafronte revela recortada entre los sones que a tu paso centellean con marchas que pregonan que eres sanantolinera.
Mujeres que visten de raso, raso enlutado y magenta, el color de sus fajines, de su alma nazarena. Son dieciocho puntales los estantes que te elevan. Son dieciocho elegidos pues en sus hombros sustentan a la madre del Señor, de San Antolín maestra.
Las calles van colmatadas de tantas sillas repletas. El cielo cuajado de nubes. La tarde color magenta. El incienso en Trapería desdibuja la carrera. Y resuena 'Mater Mea' mientras la tarde cubierta te brinda su última luz camino de las tinieblas. Pastillas de caramelo, de hermosos versos cubiertas.
Aquí, un puñado de habas. Allá, monas de azúcar, tan dulces, tan tiernas y siempre tan deseadas. Por aquel lado, un huevo de plateada cubierta. Y en todo lugar caramelos, repartidos como ofrenda, regalo al desconocido, quizá alguno a alguna suegra, que lo dudo, y hasta habas que son cápsulas que al entregarlas condensan que Murcia en Semana Santa es la esencia de su huerta.
Nadie se pone de acuerdo donde el Perdón se revela. Unos dicen que en la cuesta de su parroquial galana. Otros que al revirar cuando el Arenal alcanza. Que si al cruzar Belluga, donde el Cabildo lo aguarda y el obispo lo bendice cuando su balcón traspasa.
Que un poco más allá, por Calderón de la Barca, en José Esteve Mora o al enfilar la Esperanza... Hay quien jura y que perjura que la procesión estalla al retornar victoriosa mientras enfila la plaza. Pero todos, y es lo cierto, en su percepción no igualan el arte que allí en Vidrieros a la Soledad colmata. Y es ahí, ya de retorno, donde muchos la proclaman: «¡Ya viene la madre de Dios, ya la procesión acaba!».
Y llegas tú, Soledad, de plegarías arropada. Los faroles del Pilar titilan por tu estampa, envidiosos de la luz que emana tu santa cara, mientras las viejas devotas sillas de anea levantan, porque tras pasar María, reina del orbe y las almas, ya se acabó el Perdón, se acabó lo que se daba.
Ya solo queda el consuelo de sentir la madrugada, de esperar un año entero, y otro lunes tan castizo, por verte a ti capitana, reina y madre de la huerta, que todas sus glorias proclamas, porque sin ti, Soledad, carita de niña huertana, sin tu hermandad de murcianas, de manolas enlutadas, sin ti, zarza de San Antolín y mil veces olvidada, no existiría el Perdón ni Cristo que lo fundara.
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