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El corazón de Murcia solo una noche al año apaga su alumbrado sin que las centralitas de las compañías energéticas se colapsen. Todos saben la ... razón del apagón. La ciudad queda a oscuras, solo iluminada por ese Cristo de San Lorenzo que inunda de fervor y refugio la estación de penitencia más triste y solemne de la Semana Santa. Se trata del imponente desfile que anoche celebraron los hermanos de la cofradía que desfila de riguroso luto, cumpliendo la tradición de guardar voto de silencio en todo su recorrido.
Sus voces parecen prestárselas a los cientos de cantores que, repartidos en diecisiete corales a lo largo del recorrido, elevan sus cánticos al Cristo del Refugio. Solo se escucha la campana que ordena al trono andar y detenerse. Aunque, en realidad, no existe casi un instante de silencio en su caminar por Murcia, pues los cantos de las corales se suceden a cada paso, manteniendo su eco hasta la siguiente interpretación.
El Señor de San Lorenzo, atribuido a Jacobo Florentino, cumple este año cinco siglos de historia a sus quebradas espaldas. Fue tallado entre 1522 y 1526 e incorporado a la cofradía cuando fue fundada tras la Guerra Civil.
Antes de iniciarse el desfile, en el interior del templo, la violinista Clara Pérez Meroño cautivó a los cofrades con una soberbia interpretación mientras el gran portón del templo se disponía a abrirse para anunciar a la ciudad que Cristo ya ha muerto.
Si emocionante es la salida, no le va a la zaga la recogida de la procesión, cuando todos los penitentes clavan sus rodillas al suelo y, escoltado por la Guardia Civil, el Refugio retorna a su sede. Todo está cumplido. Para muchos será un orgullo haber realizado otra estación de penitencia en sus espaldas y sus pies.
No es posible celebrar, como ayer coincidían muchos murcianos, una procesión más solemne ni existen cofrades que desfilen con más recogimiento en esta Semana Santa murciana donde un cierto caos, si bien siempre medido y siempre tan espléndido, caracteriza la mayoría del resto de procesiones.
La noche no puede ser más nazarena. Aún parecen resonar los sones 'coloraos' de la segunda procesión que organiza la Archicofradía de la Sangre, allá al otro lado del río, en el barrio. Es la estación de penitencia de la Soledad del Calvario, aquella que procesiona a Jesús de la Redención, al Cristo del Amor y a la Soledad.
Y solas, casi desiertas, se quedan las calles murcianas ya llegada la madrugada, casi conteniendo el aliento porque, en tan solo unas pocas horas, la plaza de San Agustín será un hervidero de nazarenos 'moraos' para componer la mañana del Viernes Santo más hermosa del planeta.
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