
Ver 54 fotos
Secciones
Servicios
Destacamos
Ver 54 fotos
No por venirse anunciando por esos blancos heraldos que son los pétalos de azahar, sorprendió menos el retorno de la primavera a las añejas ... calles murcianas. Porque en Murcia, como cada año desde hace muchos, la primavera entra escoltada por el primer desfile del Amparo, el que parte de San Nicolás y al que este viernes acompañó el sol, empeñado en disfrutar del cortejo para mayor pena de los estantes, que son los que arrimaban el hombro y que para ellos queda el sufrimiento de que la tarima, a cada paso, les diera 'bocaos', como dicen en la huerta. ¿No querías buen tiempo? Pues toma tres tazas.
«¡El calor de este año no es normal, pijo!; pero peor fue en la pandemia», advertía un cofrade llegando a Belluga, empavonado el rostro de sudor aunque contento, «porque ya acabamos con las malditas mascarillas».
Y arrancó el Amparo siguiendo una interminable estela, tan tradicional ya, de gitanos de brazaletes rojos, carritos de chucherías que empujan vendedores gritones, globos perdidos al cielo, familias cargadas de hijos, abuelos que apresuran el paso y muchos, muchísimos paquetes de pasteles de carne tan calientes como fríos están los botes de cerveza que los acompañan. Hoy, porque sabemos en qué acaba la Pasión, no hay vigilia que guardar.
Primavera en Murcia. El Amparo saca a las calles su Ángel, primer paso de la Semana Mayor, que va señalando al cielo. O acaso pidiendo un quinto fresco para anunciar el cortejo de túnicas azules que se adentra camino de la Catedral en su estación de penitencia.
Procesión de grandes imagineros y tronistas, como José Hernández Navarro, ese genio al que hace tres décadas le encargaron el segundo paso de la tarde: la Sagrada Flagelación. Una feliz idea que tuvieron Alfonso Requena y Manuel Pérez. Grandes nazarenos.
Décadas de nazarenía en un paso cuyos estantes portan al murciano modo: ese caótico vaivén bien medido y con gracia, al ritmo de la música que hace retemblar los edificios. Dos décadas, por cierto, cumple la Burla del Amparo: los carros bocina y los tambores reconocidos entonces por las constituciones de la cofradía en el 2003, aunque ya llevaran dos de andadura.
Son esas típicas trompetas de hojalata con ruedecillas, auténticas reliquias que no existen, al menos que este cronista sepa, en parte alguna del mundo. Y si las hay, imposible será que allí atesoren nuestros pasos. Andan los tercios haciendo lo que su nombre indica: burlándose del mismísimo Dios. Y lo hacen, cuando menos, desde el siglo XVII, que pronto se escribe.
El catálogo de escultores que propone cada año el Amparo reviste un gran interés. Ahí encontramos a Antonio Labaña, que imaginó las tallas de Jesús ante Pilato. O Nicolás de Bussy, quien firmara el Jesús del Gran Poder, al que todos llaman Cristo de los Toreros aun siendo nazareno.
Pasa el Encuentro camino del Calvario, de Fernández-Henarejos, quien pintó magistralmente a la Verónica con ropajes del tiempo de Salzillo, por honrar al genial escultor. Junto a la mujer santa, el llamado Jesús de la Humildad cargando la enorme cruz de cantoneras doradas. Hace doblete el escultor con un San Juan, coronado de plata por orfebres de la tierra.
La tarde va declinando bajo un cielo despejado. No es poco en esta tierra donde, con demasiada y triste frecuencia, la lluvia también se presenta a disfrutar de la Semana Santa. En esta ocasión, es el sol el que acaricia los pasos en su retirada, provocando las primeras sombras que auguran la noche.
Existe cierto momento mágico en el declinar del día. Es un instante que miles de murcianos aguardan de año en año, pues condensa un rito con el que Murcia sería otra ciudad. Se produce cuando la primera Dolorosa, de las muchas que en esta semana adornarán las calles, recorre los primeros metros sobre la carrera nazarena. Ya el jueves por la noche recibió, a la puerta de San Nicolás, donde alguien avisado mandó podar los gandules que horadaban su fachada, una serenata de lujo a cardo de la tuna de Medicina. Ole.
Es la Dolorosa que algunos atribuyen a Salzillo y que atesora anécdota propia y legendaria. Cuentan las crónicas que falleció una rica joven murciana, a la que velaron en su capilla, presidida por esta imagen.
El sacristán intentó robarle un anillo. Pero no lograba sacarlo del dedo. Así que empleó unas tijeras para cortárselo. Eso provocó que la chica, que no andaba tan muerta, se despertara. Y así le salvó la vida, más que la Virgen, el ladrón.
La salida del titular de la cofradía, el Santísimo Cristo del Amparo, siempre es ovacionada. Pedazo de cabo de andas Ángel Pedro Galiano, digno sucesor de su padre y también presidente de la cofradía. A los pies del Señor, su corona de espinas, porque ya decía Galiano padre que bastante sufrimiento tenía su Cristo para ponérsela.
Es este un Cristo que avanza entre incienso y aromas de flores frescas, este viernes cubiertos sus pies de rosas rojas. Y que también provoca que los espectadores se levanten de sus sillas por vez primera en la recién estrenada Semana Santa.
El desfile avanza cadencioso y solemne, sin prisa porque el tiempo no amenaza lluvia, disfrutando las estrechas callejuelas, que son las más nazarenas, las esquinas donde los estantes demuestran su valía al girar los pasos, la llegada ante la Catedral y la legión de murcianos que disfrutaban ese museo que el Amparo saca a las calles.
Es la procesión azul una inmensa representación plástica de la Pasión. Y su último cuadro resulta para muchos grandes cofrades el más bello. Se trata del tradicional encuentro entre María Santísima de los Dolores y el Cristo del Amparo al retornar el cortejo, ante la puerta de San Nicolás. Plaza pequeña que rebosa fieles por sus cuatro esquinas.
Cuando retiembla en la plaza el último toque del cabo de andas y ambos pasos retornan al templo, ya bajo una madrugada estrellada y entre los sones del himno nacional, se da por inaugurada la Semana Santa de la huerta, del barroco, de la alegría y del azahar. Sin ella, sin duda, Murcia sería menos Murcia. Y ojo, que esto solo ha hecho nada más que empezar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.