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Salió la Piedad al encuentro de sus hijos y Cartagena enmudeció en señal de respeto y profunda devoción. Calló por un instante esa Cartagena ... mariana, costumbrista y procesionista que previamente se mostró bulliciosa al paso de los tercios de capirotes, de los granaderos y, sobre todo, de una miríada de alegres nazarenos ajenos al momento histórico que estaban viviendo, tremendamente ilusionados por ver quién era capaz de despacharse en menos calles los caramelos que llenaban sus moradas bolsas de terciopelo.
La Virgen de la Piedad cumplió cien años en su ciudad el pasado 6 de abril pero lo celebró este Lunes Santo derramando su bendición sobre su pueblo. La Virgen centenaria fue dueña y señora de la Procesión de las Promesas, que organiza la Cofradía Marraja para dar respuesta a las necesidades de aquellos devotos que quieren elevar sus oraciones y sus súplicas a la madre del hijo de Dios.
Comenzó puntual el primer desfile marrajo de esta Semana Santa en un ambiente excepcional. A las nueve estalló sobre el despejado cielo el cohete que anunció a la ciudad que Santa María de Gracia abría sus puertas para la salida de un cortejo encabezado por el estandarte de la cofradía, con el grupo de acompañamiento de la Agrupación de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el primer gran contingente de nazarenos repartiendo caramelos y algunas postales. «Cómo tocan los zagalicos», decía un espectador al final de la calle del Aire, al paso de los granaderos cadetes, marciales y espoleados por un curioso duelo de redobles, rufando con distinta sonoridad, en la sección de tambores de la banda.
La música es parte esencial de los desfiles cartageneros pues facilitan el sostenimiento del orden que, junto a la flor y la luz, constituyen sus pilares fundamentales. Al penitente tenso y cansado una buena marcha en procesión le sabe mejor que un caldo espeso y calentico. La Agrupación Musical Cartagena acompañó al tercio completo del Santo Cáliz, riguroso en su desfile, encabezado por la cruz reliquia del siglo XVII de la cofradía, con las pinturas atribuidas a Francisco Aguilar.
Avanzaban los nazarenos como marabunta pintando de morado calles enteras. La misma del Cañón, en el momento de abrir camino al tercio titular de granaderos, desfilando con sus clásicas marchas, y al tercio del trono insignia, ese grupo de capirotes encabezados por el sudario réplica del que ejecutaron la bordadora Consuelo Escámez y el pintor Francisco Portela y que acompañan al tronito que reproduce la cúpula de la basílica de la Caridad. La banda de música Nuestra Señora de la Soledad, de Molinos Marfagones, interpretó la marcha 'Santísima Virgen de la Piedad'.
Todo en esa noche extraordinaria estuvo consagrado a la mayor gloria y honor de esa madre centenaria que muchos cartageneros identifican con la Virgen de la Caridad, que lleva tres siglos entre nosotros.
Cartagena bullía, pero en la calle del Aire se hizo el silencio por unos segundos a las diez y dos minutos de la noche, cuando la Piedad se asomó a la rampa de Santa María de Gracia mecida por sus portapasos y escoltada por soldados del Tercio de Levante de Infantería de Marina. Repicaron las campanas en señal de júbilo y la Sociedad Artística Musical Santa Cecilia de Pozo Estrecho estrenó en procesión 'Promesa', la marcha que ha compuesto José Alberto Pina para este centenario. El trono, cuajado de rosas beis y varas blancas, avanzó por las calles del primer tramo de procesión veloz, llevado por los aplausos del público, algunos vivas lanzados desde los balcones –como el del escultor Juan José Quirós– y la música de la Agrupación Musical Sauces, que intercaló 'Plegaria' por la no menos clásica 'Virgen del Tura'. No aflojó la extraordinaria banda ni cuando El Chiclanero le cantó una saeta a la protagonista de la noche desde uno de los balcones de Capitanía General.
En la presidencia de la procesión fueron el hermano mayor marrajo, Francisco Pagán Martín-Portugués, el capellán, Fernando Gutiérrez Reche, y la alcaldesa de Cartagena vestida de nazarena. Noelia Arroyo es madrina del centenario de la Virgen en representación de todos los cartageneros.
Y por detrás del trono, miles de personas siguiendo el camino de esperanza de la Virgen en una noche especial para quienes tienen fe y devoción por Ella en cualquiera de sus advocaciones. Porque la Piedad se encontró por las calles de Cartagena con la Soledad, expuesta en la Capilla Marraja para veneración por quienes transitaron por la calle Mayor, y con la Caridad, en su basílica.
Ese fue otro momento cumbre de la noche, cuando pasadas las doce menos cuarto, la Virgen de la Piedad se aproximó al templo de la Patrona, con la Serreta atestada de público y los tres cohetes preparados para ordenar la paralización momentánea de la procesión hasta cumplimentar a la Patrona. Nadie quiso perderse el instante en el que esas dos Vírgenes que llevan a sus hijos muertos en sus regazos se hicieron una sola. Fue el momento de las ofrendas a la Caridad, con especial atención a ese ramo de rosas negras que, bastantes décadas después, recuerda a las bravas vecinas del Molinete que defendieron su fe y tradición en tiempos convulsos. La salve cartagenera cerró ese momento extraordinario y puso en marcha de nuevo el cortejo para dirigirse hacia Santa María de Gracia de recogida.
En la rampa del templo, el pueblo cartagenero dedicó la última salve del día a una Piedad que es centenaria pero que anoche se hizo eterna. Por siempre.
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