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El 12 de julio de 2021, Fernando Simón (Zaragoza, 1963) decidió desaparecer del escenario. Tras quince meses en el foco diario, para lo bueno y para lo malo, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), un organismo del Ministerio de Sanidad casi desconocido hasta la covid-19, se dijo a sí mismo que había llegado el momento de dar un paso atrás después de haber gestionado la peor pandemia en el último siglo. Hacía mucho tiempo que se había convertido en mucho más que un personaje público, era un icono pop, el símbolo de la nueva masculinidad responsable, el prototipo de científico de apariencia extravagante, con una cara que quedaba chula en las camisetas, pero todavía le costaba comprender cómo la discusión política le había podido salpicar de una manera tan agria, a él, que a esas alturas había trabajado con siete ministros del PP y del PSOE (ahora ya lo ha hecho con diez, incluida la actual, Mónica García, de Sumar), y que aunque se sentía más cercano a la izquierda, sobre todo, por su defensa de la sanidad pública, mantenía un perfil moderado.
Probablemente Simón fue uno de los primeros ejemplos de la polarización que ahora sufre la sociedad española y que todo lo contamina: para las personas más cercanas al Gobierno, el 'doctor' Simón (así lo llamaba Pedro Sánchez) era un funcionario público que entregaba su vida y su salud por el bien común; para la oposición, un epidemiólogo que daba bandazos y que se equivocaba más que acertaba. En las redes sociales, los antivacunas lo llamaban el 'médico de la Muerte'. Toda esa exposición le había acabado pasando factura, y no solo a él, también a su familia.
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«España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». Pronunciada el 31 de enero de 2020, justo el mismo día en que Sanidad notificaba el primer contagio de covid-19, un alemán en La Gomera, esta frase persiguió a Simón durante toda la pandemia. También su cambio de opinión con las mascarillas, que al principio no eran recomendables y luego fueron obligatorias durante dos años. «A Fernando se le ha tratado mal. Él siempre dio información basada en la ciencia. Lo que ocurre es que con este virus, lo que sabías un día cambiaba completamente una semana después. Por eso, se le achacan errores que en realidad son cambios en la evidencia científica», explica una persona que en lo peor de la crisis sanitaria hablaba con frecuencia con él. «Simón hizo un buen trabajo, pero se equivocó en una cosa: no podía ser a la vez la persona que dirigía toda la gestión, con las dificultades para organizar todo el sistema que ello implicaba, y al mismo tiempo liderar la estrategia de comunicación en un asunto tan complicado. Esto lo debería haber delegado», concede otro epidemiólogo que compartió muchos momentos con el director del CCAES.
Las apariciones de Simón en una entrevista en El País posando encima de su moto o haciendo deporte de riesgo en el programa de Jesús Calleja parecieron frívolas, o incluso irresponsables, con cientos de muertos todavía al mes, aunque esa ruptura con la imagen del médico encerrado en su despacho se justificó en la necesidad de desconectar de la tensión de lo peor de la pandemia y sobre todo, para ofrecer a la población una imagen de cierta normalidad, empezando por él mismo. En esos últimos meses de 2020 también se metió en una extraña polémica durante una videollamada con los hermanos Pou, los escaladores, cuando hizo un chiste sobre las enfermeras y las enfermedades infecciosas. «Lo siento casi más por mí. Me sabe mal que el esfuerzo de años de quitarme ese bagaje de frases hechas que para nada tienen que ver con mi forma de pensar... Ha quedado claro que todavía tengo mucho camino por delante para aprender», se disculpó entonces. También en sus errores contó con el apoyo de Salvador Illa, con el que formó un equipo sin fisuras.
Ya entonces estaba interiorizando algo que luego no ha tenido reparos en comentar públicamente. «Tras la pandemia, ya no soy la misma persona, me siento observado constantemente», dice Simón, que reconoce que durante mucho tiempo renunció a actividades de su día a día, como hacer la compra en el supermercado, porque la gente se quedaba mirándole.
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Licenciado en Medicina por la Universidad de Zaragoza, Simón completó sus estudios en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Ejerció en África y América Latina, también como cooperante de Medicus Mundi, siempre volcado en las enfermedades tropicales, hasta que en 1998 decidió volver a España. Fue el responsable del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto Carlos III antes de dirigir el CCAES, y la crisis del ébola de 2014 lo llevó al primer plano. Las desastrosas explicaciones públicas sobre la enfermedad de la entonces ministra Ana Mato obligaron al Gobierno a buscar un portavoz. Simón fue entonces alabado por su claridad y su capacidad de comunicación.
En los últimos años, ha aprovechado el silencio mediático para centrarse en reforzar los sistemas de vigilancia de las enfermedades infecciosas. Su nombre apareció como una opción para dirigir la futura Agencia Estatal de Salud Pública, un premio que algunos en el Gobierno querían darle por su labor durante la pandemia, pero él mismo ha descartado que le coloquen a dedo e incluso ha dejado en el aire que vaya a presentar su candidatura al proceso público que se abrirá para elegir al primer responsable de esa entidad. Pero haga lo que haga ya en su vida, siempre será recordado como el rostro de la pandemia.
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