Tim Burton en estado puro en 'Bitelchús, Bitelchús'

Tim Burton es sin duda uno de los directores más originales del cine actual (que quede claro que eso no tiene por qué ser un piropo). Tiene una filmografía de iconografías exuberantes, un universo propio que no para de visitar, algunos (escasos) aciertos y un ego inconmensurable que, precisamente, empezó a afianzarse con el triunfo en 1988 de 'Bitelchus' (que para ahondar en la desgracia también catapultó la carrera del sobrevalorado actor Michael Keaton). Con este párrafo ya supondréis que mi alegría porque se estrene 'Bitelchus, Bitelchus' se asemeja más a la del primer lunes de septiembre que a la de la adelantada Navidad del dictador Maduro del uno de octubre.

La historia del histriónico fantasma, que mezcla humor y terror, se retoma en la misma casa que en la primera y con la misma familia, lo que permite la vuelta de Winona Ryder, la incorporación de la 'Miércoles' Jenna Ortega y la presencia de la siempre estimulante Monica Belluci. El resultado no estará a la altura de sus fans (lo siento por mi hermana, que idolatra incompresiblemente a Burton), pues es puro onanismo creativo, un ejercicio metareferencial que se convierte en auto homenaje o, más probablemente, en reunión de amigos a costa de la productora que lo ha financiado. Cruzaré los dedos para que nunca llegue 'Bitelchús, Bitelchús, Bitelchús'.

'El 47' es la recreación de un relato de David contra Goliat que sucedió en los años setenta del pasado siglo. Durante el desarrollismo se formaron en Barcelona barriadas de infraviviendas (favelas con barretina), en las que se recogía el aluvión de inmigrantes que sostenían la economía catalana. Zonas sin servicios ni atención de las autoridades, que carecían de autobús hasta que un conductor, interpretado por Eduard Fernández, demostró que era posible que lo tuvieran. Como en la argentina 'Elefante blanco' (2012), las acciones de un hombre son sólo una excusa para narrarnos la sociedad que se encuentra en los márgenes, pero no consigue emocionarnos al resultar algo impostada y, a veces, proselitista.

Un film de terror encabezado por el siempre excelente Javier Gutiérrez nos sitúa en 'Estación Rocafort', una parada de la Línea 1 del Metro de Barcelona (juro que tanta Cataluña no es cupo), que es también el título de este largometraje en el que una chica, junto a un duro ex policía, tratan de desentrañar los misterios que se encierran en ella. La película se deja ver porque la has visto mil veces antes, pues está poblada de elementos recurrentes que el espectador maneja con soltura: el policía descreído de Gutiérrez (un trasunto de Germán Areta), el ambiente claustrofóbico, y la mezcla de lo sobrenatural en un crimen.

Cierra los estrenos de este viernes la historia real de un humilde pescador que se hizo amigo de un pingüino que le visitaba cada año, que es digna de Disney, y quizás de ser alimento prohibido para diabéticos. La salva de ambas cosas el enfoque realista, con el adorno justo tributario del cine, la cautivadora fotografía de la naturaleza, y el gran trabajo de uno de mis actores favoritos, el contundente Jean Reno. Una buena distracción familiar que no es empalagosa.