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Hubo un tiempo en que los viernes eran días de estrenos. Un tiempo en que acudíamos a nutrir largas colas ante las taquillas, para asistir a la proyección de películas que ansiábamos ver. Antes (si eráis inteligentes), me habíais leído, aunque al parecer me hacíais la cobra, porque si no, no entiendo taquillazos como el de 'El rey León' (2019), 'Avatar' (2009) o los Torrentes.
Pero luego llegó está época en que la primavera se huele a través de mascarillas y las flores se tocan con guantes, y donde los espectadores lloramos. Eso no es nada comparado con los lamentos del sector de la exhibición, atrapado en un cierre cierto y una apertura incierta. Saben que serán de los últimos en abrir, y no saben si será en unas condiciones que les permita la rentabilidad mínima para sobrevivir.
Los 700 cines de España duermen el sueño de los justos, y sus carteles podrían ser objeto perfecto de robo de aquel adolescente que los sustraía (¿era en esa obra maestra de 'Los cuatrocientos golpes'?). Ese cierre representa la pesadilla de los 23.000 trabajadores de este sector, que pierde cada mes de clausura 50 millones de euros.
Así que la Covid-19 quizás sea el meteorito que acabe con el mejor entretenimiento (en público) que tengo. Quizás tengamos que educar a nuestros nietos en las sensaciones que teníamos al sentarnos en la oscuridad, con unas palomitas, a dejar que nos secuestraran durante dos horas de la realidad. Cómo aquel tierno proyeccionista que acumulaba fotogramas para enseñar a su joven aprendiz lo que eran los besos, en unos de los finales cumbre de la historia del cine, el de 'Cinema Paradiso' (1988).
O habrá que explicarles qué era ese lugar donde todos los nazis se congregan para disfrutar (y morir), en esa fantasía esperpéntica que es la 'Malditos bastardos' (2009) de Tarantino, igual que lo hacen los bichos gamberros de 'Gremlins' (1984), (si os fijáis, la escena de Quentin es una copia de la otra, no es de extrañar porque Tarantino es un gran plagiador/evocador/homenajeador).
Nos costará que entiendan que en un tiempo las películas se veían en una especie de sábana gigante que ocupaba toda una pared, y no de una finísima lámina de material ultramoderno que no deja colgar ni el toro ni la gitana. Y más aún que de detrás de ese telón blanco, algunas veces, se escapaban personajes que se convertían en el objeto de deseo y amor de una ama de casa sin esperanza, como en uno de los Allen más amargos, 'La rosa purpura de El Cairo' (1985); o en el amigo flipante de un niño sin amigos, como el Schwarzenegger de esa película fallida, pero divertida, que es 'El último gran héroe' (1993).
Hoy ya veis que estoy pesimista. Imagino cines vacíos y rancios, como el que estaba lleno de espejos en la escena en que todo se descubre de la sincopada 'Misterioso asesinato en Manhattan' (1993), de la que ya os he dicho que está en mi lista de las más reídas. O repletos de los fantasmas de taquilleras con cara avinagrada, como la interpretada por Anabel Alonso en 'El crimen del cine Oriente' (1997), un raro intento de hacer cine negro patrio.
Pero no quiero dejarme llevar por el abatimiento. Soy optimista por naturaleza (mi madre tenía razón en lo de que era un poco tonto), y estoy seguro que veremos otra vez los cines como en los estrenos a los que asistía María Vargas en 'La condesa descalza' (1954). Como decía Evelyn Waugh en su mejor novela, que este sea una elegía ante un ataúd vacío.
No quiero cerrar hoy este negociado sin acordarme de Marcos Mundstock, que junto con su grupo Les Luthiers, me han hecho carcajearme con su humor sutil, inteligente y metalingüístico. Hace poco vi su última película, dirigida por Campanella, 'El cuento de las comadrejas' (2019), que tiene mucha mala leche pero a la que le falta algo del toque de alta comedia que trata de conseguir. Es un buen homenaje el visionarla. Gracias por tantas risas.
Que tengáis una semana, sin el alter ego de Johann Sebastian Mastropiero, de cine.
Series para ver en el confinamiento. Parte VI. Había pensado que siempre estamos con las plataformas, pero en las cadenas convencionales quizás hubiera series que estén a su altura. Por desgracia he descubierto que no. Sin embargo hubo una época que sí. Me he decantado por lo reciente, y lo bueno es que las que he encontrado las tenéis en los webs de sus empresas.
Reivindico la inteligente 'Los misterios de Laura' (TVE), con la maravillosa naturalidad de María Pujalte haciendo de una Colombo femenina metida en casos como del Cluedo. A 'Aquí no hay quien viva' (Antena 3), infinitamente mejor que su secuela (de cuyo nombre no quiero acordarme), con uno de los repartos corales mejor ensamblados, y algunas frases épicas. Y a otras dos que causaron sensación en Telecinco en su momento, con descubrimiento de estrellas actuales, pero a las que el tiempo no ha tratado muy bien: 'Aida' y 'Siete vidas'.
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