Pancho Varona, el cómplice de oro de Joaquín Sabina

Hay canciones que te cobijan cuando arrecia el temporal. Que te abrazan a la hora del desamparo. Que bifurcan el camino en mitad del temblor, apaciguando el vértigo, disipando la neblina que amenaza con cegar el retrovisor, que recogen la maleta del suelo y sujetan el paraguas a medio gas bajo la lluvia. Que te retuercen y alumbran. Que son desconsuelo y redención. Que incitan al desparpajo de los intentos de rima adolescente. Que señalan la salida de emergencia a las alturas y te colocan en tu sitio. Que rompen y recomponen. Que silencian el rumor fantasmal de lo perdido y descubren los tesoros del quizá. Que constituyen, en definitiva, parte del castillo de arena desde el que cada cual observa su propio porvenir.

Y Pancho Varona, mano derecha del Maestro Sabina, bombines fuera, es cómplice de un buen puñado de estos pequeños grandes milagros cotidianos que adornan la banda sonora de varias generaciones.

¿Quién no ha caído rendido una y mil veces a los pies descalzos de pura musicalidad de clásicos como 'Con la frente marchita', 'Peces de ciudad', 'Aves de paso', 'Peor para el sol', 'A la orilla de la chimenea', 'Eva tomando el sol', 'Cuando aprieta el frío', 'Y si amanece por fin', 'Contigo' o 'Ruido'? ¿Si salimos fuera del abrigo sabinero? Pues la cuenta sigue aumentando con joyas de la talla de 'No me importa nada', 'Camino de vuelta', 'Las letras de tu nombre' o 'Luna de plata'.

Una sensibilidad extrema y una inteligencia melódica envidiable que, combinada con la generosidad de quien no ansía más focos que los que habitan en los hombros cedidos en forma de pañuelo de lágrimas o cumbre de celebración compartida, dependiendo de la situación y la necesidad, dan como resultado la figura imprescindible del gran Pancho Varona.

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