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A pesar de los agoreros que anuncian el comienzo de la tercera guerra mundial (en mi vida ya he visto 'empezarla' seis veces), se nos ... está quedando un octubre pinturero, con un clima de mayo, una tranquilidad de febrero y un navideño diciembre ya presente en los lineales de los supermercados. Es una pista de aterrizaje perfecta para una presunta genialidad de Martin Scorsese.
En 'Los asesinos de la luna', el clásico realizador se lanza a una producción de época con todo lo que sabe hacer, que es mucho, y nos regala más de tres horas (quizás excesivas) de un drama criminal que transcurre en los años veinte de Estados Unidos. Una tierra baldía ocupada por indios, a los que se les hace menos caso que a los palestinos, se convierte en objeto de deseo al descubrir petróleo en ellas. Eso desata odios tan inhumanos como un misil en un hospital cuando los blancos deciden que el buen y obediente salvaje es tan prescindible como un israelí para Hamas.
Los dos actores fetiche del director, el cada vez más difuminado Leonardo DiCaprio y el cada vez más devaluado Robert De Niro, protagonizan una película río, donde los asesinatos de los nativos son investigados por un rudimentario FBI, como ya pasaba en 'Arde Misisipi' (1988). Así que Scorsese copia un poco a Alan Parker, pero también a sus peleas entre bandas de 'Gangs of New York' (2002), y le añade una buena dosis de petróleo y amargura de 'Pozos de ambición' (2007). Lo que ocurre es que lo mete en su Thermomix y añade sus maravillosos condimentos, como la descarnada fotografía. Lo único forzado es la historia de amor interracial. Aunque creo que la obra no da todo lo que podría, es gran cine en todos los sentidos (a pesar de la falta de costumbre, es una suerte seguir reconociéndolo).
La película 'Mi otro Jon' nos recuerda que hacer algo benéfico no justifica poder hacer cualquier cosa. Es una comedia española, optimista y bien intencionada, pero con un guion sacado de la versión no actualizada de un GPS de coche. Una anciana (me cuesta decir esto de una actriz tan vivaz como Carmen Maura), quiere ver el mar antes de morir pero la única manera de hacerlo es meterse en el cuerpo de un hombre. Así consigue llegar a La Palma de Gran Canaria y en ese momento la historia se transforma en un publirreportaje de las Islas Afortunadas, y se agradece.
Es un despropósito hasta el punto que a veces te parece estar viendo una broma de «Inocente, inocente» (esa escena del laboratorio con Aitana Sánchez Gijón merece un Razzie). Lo mejor son, además de la Maura, las tres amigas que la acompañan, con la que forman un póquer de ases de actrices veteranas, divertidas y que salvan cualquier situación formado por Marisol Ayuso, María José Alfonso y María Luisa Merlo. Esperemos que su director, Paco Arango, al que agradecemos que haya parido un trabajo cuya recaudación va a la lucha contra el cáncer, legue a las escuelas de cine este ejemplo de cómo desperdiciar a cuatro de las mejores intérpretes españolas, para que no lo repitan.
Me enamoré de la obra de Johannes Vermeer en una exposición que vi en el Museo Thyssen. El pintor de la luz reflejó en sus cuadros como nadie la cotidianidad de los Países Bajos del siglo XVII. Su costumbrismo barroco sin manierismos legó a la posteridad sólo treinta y tres cuadros (el hombre trabajaba menos que el moderador de redes sociales de Trump). La mayoría se han visto en una reciente muestra que podemos visitar viendo el documental 'Vermeer. La mayor exposición de la historia'. Un auténtico orgasmo visual.
A pesar de las portadas en letras rojas de la actualidad de vez en cuando surge alguna esperanza. Primero fue la cancelación de «Sálvame», y ahora el probable final de los Globos de Oro (el equivalente en premios cinematográficos a las carreras de camellos de la feria). No tienen patrocinadores, no tienen estrellas y no tienen televisión que los retrasmita. Justicia poética ganada a pulso por su opacidad, falta de rigor y carencia de sensibilidad. Que tengáis una semana de cine.
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