'Cuñados', comedia con denominación de origen

Hoy son tres tristes estrenos los que se asoman a las pantallas regionales, lo que nos faltaba para rematar semanas de semi-vacaciones semidesnatadas. Se nos está haciendo bola la pandemia y no está la cosa para alegrías, por mucho que me empeñe yo en divertiros al tratar de convertir estos artículos en los subtítulos de «Cachitos» (con indudable fracaso en el empeño).

Menos mal que siempre nos quedará el cine y su propósito por hacer que nos olvidemos de la oscuridad del mundo al sumergirnos en la oscuridad de la sala. Por eso hoy nos trae una comedia gallega (desde el 'Airbag' de 1997 no había gallegos más cachondos), titulada 'Cuñados'. En ella, alguno de estos especímenes que tenemos en nuestras familias, ante un revés económico, tienen la brillante idea de secuestrar al cuñado de una mujer a la que extorsionar. Lo malo es que el plan de secuestro es tan chapucero que parece hecho por la directiva de Ciudadanos.

La risa empieza, claro, cuando todo se complica y la que tiene que pagar el rescate esta tan interesada en hacerlo como el marido feliz de perder de vista a su esposa en 'Por favor, maten a mi mujer' (1986). Las situaciones absurdas y surrealistas se ponen a la altura de las comedias españolas de pícaros, enlazando con el humor regionalistamente étnico (parezco del Ministerio de Igualdad) de la andaluza 'El mundo es nuestro'(2012) o la mucho más sofisticada 'Ocho apellidos vascos' (2014), donde los tópicos están al servicio del humor no hiriente, de la parodia sin humillación de tronista. A lo mejor, en otras circunstancias, diría otra cosa, pero tal y como estamos, id a verla. Nos merecemos pasar un buen rato viendo rías y escuchando el acento gallego.

¿Alguno vio la infame 'Lo dejo cuando quiera' (2019)? Iba sobre unos profesores españoles de la universidad que decidían sacarse un sobresueldo rulando «rulas», todo en tono de broma. Los daneses, tan influenciados por su vecina y alegre Suecia (no olvidemos que Ingmar Bergman es de allí), hacen algo parecido en 'Otra ronda', pero por supuesto con tono dramático y hamletiano.

Aquí son profesores de colegio los que se alían para demostrar que manteniendo un constante buen nivel de alcohol en la sangre se es más brillante, feliz y socialmente exitoso (como soy abstemio esto explicaría muchas cosas). El experimento sociológico que plasma ha puesto mucho a los festivales de cine europeos, la pudimos ver aquí en el FICC, e incluso la ha llevado a estar nominada al Oscar al Mejor Director y a la Mejor Película de Habla no Inglesa. El trabajo de los actores es impresionante, pero creo que pasa demasiado rápido de la festividad a lo infausto, lo que no resta ni un ápice a su calidad como película. Siento desengañaros, mis queridos lectores borrachos, no es una loa a la dipsomanía.

Estos profesores son unas monjitas abstemias comparados con lo que ingieren, en bebidas de alta graduación, todos los que salen en las deliciosas clásicas comedias detectivescas de la saga de «El hombre delgado». Desde que empezó con 'La cena de los acusados' (1934), hasta que acabó cinco películas después con 'La ruleta de la muerte' (1947), varias bodegas se habían agotado. Probad a verlas y ya me diréis si no acabáis con resaca.

He empezado hablando de una chapuza de secuestro, y voy a acabar hablando de una chapuza del espionaje que nos cuentan en la alemana 'Guerra de mentiras'. Basándose en un presunto caso real, nos relata como el Servicio Secreto Alemán, que debe parecerse más a la T.I.A. que a la C.I.A., se empeñó en tener la prueba definitiva de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam Hussein, y que colaboró a desencadenar la invasión de Irak. La factura como de documental no creo que le aporte mucho.

El humor alemán es algo tosco, pero funciona en esta película de buenas intenciones que conducen al infierno. El afán de agradar de estos espías acabó peor que los accionistas de AstraZeneca esta semana.

El cine es seguro. Que tengamos una semana de cine.