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Grabado en el que se muestran las ciudades que resultaron dañadas por el terremoto de Torrevieja en 1829. Francisco Sala
Torrevieja, una ciudad acostumbrada a lidiar con los terremotos

Torrevieja, una ciudad acostumbrada a lidiar con los terremotos

En el último año, se han registrado en el entorno de la Vega Baja 32 seísmos, según los datos recogidos por el Instituto Geográfico Nacional

Jueves, 10 de octubre 2024, 12:36

La Vega Baja es territorio de terremotos. En la historia los ha habido a cientos y a cada cual más devastador. El último de mayor entidad que queda en la memoria de los presentes es cómo se llegó a sentir con claridad el de Lorca, con sus 5,1 grados en la escala de Richter. Pero, según indica el Instituto Geográfico Nacional, en el último año, en el ámbito de la comarca más sureña de la provincia de Alicante, se han producido 32 fenómenos sísmicos. Un registro que da buena prueba de hasta qué punto los habitantes están acostumbrados a pequeños temblores que rara vez superan los 2 grados de magnitud.

El último gran fenómeno que ha despertado alarma ocurría este pasado martes. Cuatro terremotos se sucedían durante la noche, todos con epicentro en el mismo ámbito: la orilla oeste de la Laguna Rosa, entre los términos municipales de Torrevieja, Los Montesinos y San Miguel de Salinas. Un enjambre sísmico que no ha vuelto a tener su reproducción en las jornadas posteriores, pero que mantuvo a muchos en vilo ese día.

Torrevieja es, de hecho, el nombre que lleva aparejado el desastroso terremoto de 1829 y 6,6 grados en la escala de Richter. Es, que se conozca, el seísmo más devastador del que se tiene constancia en toda la Vega Baja y seguramente de toda la provincia.

Pese a que el epicentro se presupone que pudo estar en el entorno de Almoradí -todavía no se sabe con exactitud-, fue, sin embargo, bautizado con el nombre de la ciudad de la sal, puesto que la práctica totalidad de la población tuvo que ser reconstruida después.

Apenas ninguna casa quedó en pie tras el temblor. Tan grabado quedó en la memoria de los torrevejenses aquel fatídico día que hoy, tantos años después, el Ayuntamiento sigue organizando jornadas sobre geología y emergencias, así como simulacros a gran escala con motivo del aniversario de este suceso cada 21 de marzo.

Simulacro de terremoto celebrado en 2023 en un centro educativo de Torrevieja. Eva Moya
Imagen principal - Simulacro de terremoto celebrado en 2023 en un centro educativo de Torrevieja.
Imagen secundaria 1 - Simulacro de terremoto celebrado en 2023 en un centro educativo de Torrevieja.
Imagen secundaria 2 - Simulacro de terremoto celebrado en 2023 en un centro educativo de Torrevieja.

Aquel desastre quedó tan bien documentado que se ha escrito sobre el mismo cientos de libros y emprendido numerosas investigaciones. Uno de los que ha ahondado en aquellos fatídicos días ha sido el cronista oficial de la ciudad, Francisco Sala, que incide en que, pese a que la devastación material fue especialmente significativa en Torrevieja, hubo mayores padecimientos entre poblaciones del interior de la Vega Baja, entre ellas, como no podía ser de otra forma, la localidad epicentro del desastre.

«En Almoradí, que tenía entonces una población de unos 3.500 habitantes, se contaron 192 muertos y 150 heridos. Hubo un total de 388 casas asoladas y sesenta y nueve quebrantadas; un puente destruido, además de dos iglesias y cuatro ermitas. Las casas destruidas supusieron el 13% de todas las destruidas en la comarca», cuenta el historiador torrevejense.

Grabado del derrumbe de la parroquia de la Purísima. F. Sala

Testigos directos muy implicados en la tragedia fueron el entonces obispo de Orihuela, Félix Herrero, y el ingeniero José Agustín de Larramendi, artífice de la reconstrucción de muchos de los pueblos asolados en la Vega Baja y diseñador del entramado urbano de la Torrevieja que conocemos hoy día. Al vasco, de hecho, se le considera un pionero de las medidas contra terremotos al instar a que las calles se hicieran más anchas y las casas más bajas.

Respecto al prelado oriolano, en aquel momento en permanente contacto con el entonces rey Fernando VII vía epistolar, se lanzó desde la capital comarcal en una comitiva de carretas y numerosos hombres para tratar de salvar a cuantos supervivientes quedaron entre los escombros en poblaciones con la propia Almoradí, Benejúzar, San Bartolomé o Rafal. Todo ello con el fin de que recibieran a la mayor brevedad atención hospitalaria en el único sitio y más cercano que había, que era la propia Orihuela.

Hallazgos milagrosos

Si bien muchos de los heridos fallecieron por el camino o al poco de llegar, aquella expedición de rescate hubo de deparar también hallazgos milagrosos. Es el caso de un bebé que encontraron en Almoradí. Se hallaba entre dos trozos de pared. Tras pasar cinco días sin alimento, estaba intentando tomar del pecho de su madre fallecida, que le tenía en brazos en el momento del seísmo. El niño acabó a cargo del propio obispo de Orihuela, así como otros tantos huérfanos de la catástrofe.

En el caso de Torrevieja, hay testimonios de marineros que zarparon en barco, también cargados de heridos, en busca de llegar a Alicante con tal de salvar las vidas de sus seres queridos y amigos. Uno de los fallecidos, según queda constancia, fue el propio párroco de la Purísima y su familia que quedaron sepultados bajo la torre del templo, que se vino abajo. La actual iglesia de la plaza de la Constitución vino a sustituir a aquella en 1844, cuando se inició su reconstrucción.

Muertos

El propio Sala, que ha abierto en su casa familiar de la calle Azorín un pequeño museo dedicado a la ciudad con piezas y fotos de sus colección, conserva algunos de los azulejos de las antiguas casas derruidas por el terremoto, así como constancia de sus víctimas. «Cuando ocurrió el terremoto de Torrevieja contaba con 1.943 habitantes, a los hay que agregar los de La Mata, que eran 176. En la relación de daños de Larramendi figura con 32 muertos y 67 heridos», indica Sala.

Azulejo previo al terremoto conservado por el cronista Francisco Sala en su archivo. Eva Moya

Con la reconstrucción ya prácticamente terminada, Torrevieja volvería sufrir una serie de terremotos en 1869, cuando sus habitantes todavía recordaban los devastadores efectos del seísmo de 1829. Los temblores llegaron a alcanzar una magnitud de 4. En aquella ocasión, los recuerdos llevaron al pánico a la población, que pasó varias noches durmiendo en las calles, en cabañas y chozas improvisadas ante el temor de que sus viviendas se les vinieran encima. Incluso hay testimonio de unos mercantes noruegos que, en el momento del seísmo, temieron ver hundida su fragata cuando se dirigían a Torrevieja a cargar sal. En aquella ocasión, por suerte, no hubo apenas que lamentar daños humanos, sí materiales en edificios como, de nuevo, el Ayuntamiento y la iglesia.

Sala no ha sido el único que se ha aproximado a estos estudios. Recientemente se ha hecho especialmente conocido por sus apariciones televisivas el geólogo de Rojales Nahúm Méndez, habitual de los actos que se celebran en Torrevieja en memoria del suceso. El año pasado presentaba algunos de los resultados de sus últimos estudios, en los que, entre otros, documentaba con recortes de prensa el último terremoto de magnitud en la ciudad salinera en julio de 1909.

En sus múltiples charlas, Méndez ha abogado por no menospreciar el valor destructivo de los terremotos y alertar de que otro suceso como el 1829 puede volver a producirse.

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