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A vueltas con la telemedicina

La cercanía personal, el roce y la palabra se constituyen en elementos terapéuticos de primera magnitud

Lunes, 14 de septiembre 2020, 09:00

Entre la variedad de términos médicos popularizados a rebufo de la pandemia viral, destacaríamos la telemedicina. Es esta un desempeño creciente –surgido al amparo de las preponderantes tecnologías de la comunicación– para tratar de solucionar problemas de salud en situaciones especiales, condicionadas por la lejanía geográfica. Desde su implantación, ha demostrado indudables ventajas en áreas concretas, como la transmisión de imágenes diagnósticas, el seguimiento periódico de algunos parámetros en procesos crónicos o la interpretación de lesiones de la piel. Su potencial se nos antoja considerable en la asistencia sanitaria, con la constante adaptación a los cambios fruto del progreso. Hasta no hace tanto, el global de esta asistencia estaba centrado en las enfermedades infecciosas o en resolver problemas agudos, en los que conviene por obvio acudir al contacto directo. Aunque, actualmente, el grueso de los cuidados está orientado hacia el descomunal volumen de enfermos crónicos. En este contexto, el recurso de los dispositivos electrónicos para control de determinadas medidas –véase como más habituales la tensión arterial, la glucosa o los registros cardiacos–, los consejos sobre estilos de vida saludable o la solución de dudas terapéuticas, se vislumbra de enorme utilidad. Y ello en aras de un control efectivo, sin necesidad de forzosos desplazamientos a los centros sanitarios.

Sin desdeñar su valor en cometidos relacionados con actividades administrativas, en lo referente a la asistencia sanitaria pura habría que enmarcar la telemedicina en un contexto adecuado, sin desnaturalizar la relación médico-enfermo. Aunque sea recurrente decirlo, es en su esencia la interacción entre dos personas: el enfermo y quien le dispensa la atención. Incluso en la etimología, pues deriva la palabra asistencia del latín 'ad sistere': estar sentado al lado de alguien. Sería lo opuesto a 'tele': lo que se ejecuta a distancia. De tomarse todo esto en sentido estricto, colisionaría de modo frontal con lo que se entiende como naturaleza esencial del acto médico. Pues se trata de una actividad que se elabora desde la 'humanidad' que comportan la mirada, la palabra y el contacto físico, entre una persona que sufre y otra que le brinda su ayuda. Es por lo que la universalización de ese proceder suscita algunas reticencias, acerca de cómo se engarza con el reverenciado y tradicional trato directo. El 'quid' de la cuestión sería conjugar ambas realidades, complementándose, sin renunciar a los beneficios de ambas.

El elemento nuclear de la asistencia ha girado a lo largo del tiempo no solo alrededor de los hechos objetivos y mensurables. Para captar al ser humano en toda su dimensión es necesario considerar el elusivo universo de los valores que atesora, imposible de plasmar en datos matemáticos, con cifras de análisis y toda suerte de tecnología para el diagnóstico. En ese trato personal hay cuestiones que no pueden constreñirse a asépticos parámetros estadísticos, ni a la fría realidad de una voz distante, por competente que sea. El aura de dos personas, frente a frente, transmite sensaciones imperceptibles, rasgos de la personalidad, modos de afrontar la enfermedad, gestualidades diversas, tanto como silencios elocuentes o expresiones verbales desaforadas, integrándose en un todo unitario. El modo de focalizar las dolencias, de comunicar lo que se siente más allá del puro padecimiento físico y, por otra parte, la manera de cada profesional de interpretar los síntomas, no es posible sin esa cercanía de la que han sido adalides no pocos maestros del arte de la medicina, a partir de una pericia técnica indudable.

Tal compendio servirá para el propósito esencial de generar confianza mutua, para acoger al otro con educación y delicadeza, mostrando interés por sus cuitas, sosteniendo la mirada apartada de ingenios electrónicos. Con la palpación del cuerpo enfermo y con la auscultación. En su fundamental ensayo sobre esa relación, explica Laín Entralgo que hay momentos incognoscibles, que solo proporcionan una certeza con la interacción entre esos dos actores. Afirma rotundo: «Nada hay más fundamental y elemental en el quehacer médico que su relación inmediata con el enfermo». Una aproximación alejada de aquella mentalidad mágica, propia de sociedades primitivas, cuya intención residía en sanar al enfermo por interposición, invocando fuerzas ajenas. O en el extremo opuesto, la mentalidad técnica, cuyo único interés reside en el diagnóstico, recopilando datos, cifras, registros e imágenes mostrados en la pantalla del ordenador.

Como colofón a este encuentro, resulta que la cercanía personal, el roce y la palabra se constituyen en elementos terapéuticos de primera magnitud. Esa palabra que explica, desmenuza, reconforta, apoya y, en último término, consuela son sillares sobre los que se asienta la alianza entre el médico y el enfermo, al permitir acceder a las honduras del sentimiento. Con el apoyo futuro –por supuesto que esencial– de la telemedicina.

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