Votar contra el plan de ahorro energético
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Cuando un partido gobierna lo hace para el bien común; cuando actúa desde la oposición, parece que lo único que rige su acción es el beneficio para sus siglasEl otro día paseaba por la orilla del río Meno, en Frankfurt. Era cerca de la medianoche, en las proximidades del enorme e impresionante edificio ... que sirve de sede al Banco Central Europeo. No me encontraba en cualquier lugar, sino en el corazón financiero de la Unión Europea. Me llamó la atención lo escasamente iluminada que estaba aquella zona. Y de repente me acordé de la cruzada que Ayuso y Feijóo lideran contra las medidas de ahorro energético aprobadas por el Gobierno, y que, en ese tono apocalíptico y populista que caracteriza su discurso, se sustancia en la máxima: 'España es el país más oscuro del mundo'. Ante ese paisaje urbano tan falto de iluminación, pensé: «No, España no es el país más oscuro del mundo». Una gran economía como Alemania ha aprobado unas medidas de ahorro energético casi calcadas a las de España. Y ni allí ni tampoco en Italia tal labor de obligada y urgente legislación ha generado la cacofonía de declaraciones absurdas e insolidarias que ha protagonizado el debate político patrio durante el pasado mes de agosto.
Si tan incomprensible reacción hubiera venido de un partido como Vox –cuya única misión es desestabilizar el orden establecido con vistas a recoger el voto del caos y del odio–, no me habría sorprendido lo más mínimo. Pero que este programa de ahorro energético –urgido por la Unión Europea– haya contado con la oposición de un partido de gobierno como el PP no deja de producirme perplejidad. Feijóo sabe perfectamente que si, en las actuales circunstancias, él hubiera sido el presidente del Gobierno, habría hecho lo mismo que Sánchez. De hecho, cuando Rajoy ganó las elecciones en 2011, la política de recortes que aplicó fue draconiana. Había una urgencia económica y se aplicaron todas las medidas necesarias para evitar el rescate. Los trabajadores públicos y de la empresa privada tuvieron que acatar el recorte de sus sueldos y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo. Las comunidades autónomas –también las gobernadas por el partido político del mismo color que gobernaba el Estado– tuvieron que soportar la inflexibilidad –y, en ocasiones, insolencia– de muchos de los ministros. Aquellos –al igual que estos– fueron tiempos jodidos, en los que hubo que tomar decisiones completamente impopulares. De ahí que, casi una década después, sorprende que una formación política tan pragmática como el PP se muestre tan alejada de la realidad.
Ejercer la oposición es un arte que, en España, no se ha terminado de entender. Cuando un partido gobierna, lo hace para el bien común; sin embargo, cuando ese mismo partido actúa desde la oposición, parece que lo único que rige su acción es el beneficio para sus siglas. Siempre he creído que una buena labor de oposición ha de partir de un ejercicio de empatía y de intersubjetividad: ¿qué tendría que hacer yo si fuera quien gobernara? Cuando se gestiona, el margen de acción se estrecha y los brindis al sol lanzados desde la estrategia opositora aterrizan en la realidad y se dan de bruces contra esta. Feijóo –que, por ahora, se comporta igual que Casado solo que hablando pausadamete– no se está comportando como un buen patriota –concepto estrella del neonacionalismo imperante–. Su principal objetivo no es contribuir al bien de España, sino desgastar a Sánchez. Y, con tal de lograr el máximo éxito posible en este propósito, está cayendo en contradicciones programáticas de base. La suerte que tiene es que, para desgracia de todos, el éxito político no se mide en la actualidad por la coherencia, eficacia e inteligencia demostradas, sino por el grado de odio que seas capaz de generar contra el adversario. Mientras esta sea la regla de oro que rige la vida pública, la política española no podrá escapar de la mediocridad en la que se halla inmersa. Feijóo –al menos hasta el momento– no ha corregido ni en un matiz el tono vulgar que marcó su antecesor. Es posible que gane las próximas elecciones, pero, en este proceso, habrá obrado contra el bien común de los españoles.
En el caso concreto que ahora nos incumbe –las medidas de ahorro energético aprobadas por el Gobierno–, hay un aspecto que acentúa esta inhibición ética del partido de la oposición: Feijóo es consciente de que cualquier medida de ahorro –por mor de las restricciones que implican– resulta antipopular, en tanto en cuanto implica una merma de nuestra calidad de vida. El ahorro energético se ha tornado urgente e inevitable por la guerra de Putin en Ucrania, pero, a medio y largo plazo, habrá que profundizar en él para frenar los efectos del cambio climático. La baza que está jugando, en este sentido, Feijóo es completamente populista y propia de la política más zafia: casi nadie duda ya de la realidad destructiva del cambio climático, pero, de una manera generalizada, el ciudadano quiere que el combate contra él se lleve a cabo sin que su forma de vida se vea afectada. Un imposible. Ha llegado el momento de tomar decisiones –y decisiones que alterarán nuestro modelo de vida–. Afirmar que hay que actuar contra el cambio climático y oponerse, al mismo tiempo, a todas aquellas medidas que alteran nuestro modo de vida es de un cinismo e insolidaridad que no tiene –o al menos no debería tener– cabida en la política actual.
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