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La incertidumbre es el principal enemigo de la economía. Los mercados suelen descontar la procedente del entorno político y de las guerras comerciales, pero a veces aparece un 'cisne negro', un suceso inesperado y de gran impacto, como la pandemia del SARS en 2003 o el accidente nuclear de Fukushima I en 2011, que pone en jaque la economía mundial. El Covid-19 es mucho más peligroso, desde el punto de vista económico, que el SARS, porque en 2003 el peso de China en el PIB global era el 4% mientras que hoy en día es el 17%. Y, además, si el miedo, e incluso el pánico, se introducen en la ecuación, por su gran facilidad de contagio, puede convertirse en un virus 'mortal' para la economía mundial.
La ciudad de Wuhan, foco del virus, es un potente centro industrial y de comunicaciones en China, con un PIB equivalente al de Portugal y gran presencia de fabricantes de coches chinos y de pequeñas y medianas empresas proveedoras del sector automovilístico mundial. La falta inicial de ayuda institucional, por el retraso de la declaración formal de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por un mal conteo de las víctimas, produjo una reacción rápida y activa, sin precedentes, de ayudas entre empresas, adelantándose a los gobiernos. Aquellas con cadenas de suministros relacionadas con China se preocuparon por la salud de los empleados, por garantizarse el suministro y por ayudar a evitar la propagación del virus, cediendo equipos tecnológicos para nuevos hospitales, expertos para orquestar la respuesta o dando financiación blanda a sus proveedores. De esa forma se ha llegado a contener los contagios, rebajando, por tanto, el coste económico final que resultará de esta epidemia.
Es cierto que este coronavirus va a reducir el crecimiento en la zona euro, pero algunos estudios internacionales ya hablan de que la mayor parte de esa pérdida se absorberá al año siguiente, prediciendo un crecimiento en 2021 de un 1,9%, tres décimas más de lo hasta ahora previsto ¿Por qué entonces esta reacción tan exagerada de las bolsas? Han caído con estrépito, pero no hay que olvidar que hace unas semanas alcanzaron máximos históricos pensando que no pasaría de Asia, y ahora, al llegar de forma explosiva a través de un país casi en recesión como Italia, vuelven a equivocarse escuchando algunas voces que ya preconizan un nuevo «castigo divino».
El problema es de confianza, pero ¿cómo se regenera? La Reserva Federal, presionada por Trump, que quería un estímulo electoral, ha rebajado los tipos de interés en medio punto, dejándolos entre 1% y 1,25%, pero esa exagerada reducción quizá haya transmitido la sensación contraria. ¿Y qué ha hecho Europa? Los ministros de economía de la zona euro se han limitado a recordar algo que ya existía, la flexibilidad del déficit para casos de especial emergencia. En mi opinión, se han olvidado de establecer medidas que ayuden a las empresas con clientes o proveedores en China y a las del sector turístico, a través de ayudas fiscales de aplazamiento de pagos del IVA o de la Seguridad Social, ayudas para la suspensión de jornadas o créditos blandos para superar las faltas de liquidez temporales. Al final se verán obligados a hacerlo, pero será tarde como casi siempre.
A España este 'cisne negro' le ha pillado con el paso cambiado. No parece el momento para aumentar impuestos, ni para la inversión pública, porque no hay margen presupuestario por el elevado déficit. El Gobierno se verá obligado a revisar su política económica, bajo la estricta supervisión de las autoridades europeas, y a aplicar medidas correctoras efectivas, más coordinadas y con menor sensación de 'guerra interna' e improvisación.
¿Cuáles serán los efectos económicos finales del Covid-19? Nadie lo sabe todavía porque continúa evolucionando. Pronto habrá una vacuna y todo se normalizará, aunque quizá vuelva el próximo invierno. En todo caso, dejará algunas pequeñas empresas por el camino, y su efecto sobre las grandes dependerá de cuánto daño produzca en sus capacidades, qué consecuencias tendrá a largo plazo y qué periodo de recuperación necesiten.
En estos momentos todos debemos ser prudentes, mantener la calma y hacer nuestro trabajo: los gobiernos estableciendo medidas sanitarias y económicas que frenen su propagación y sus efectos; las empresas ayudando con sus recursos a otras empresas, clientas o proveedoras suyas, a resolver sus problemas puntuales; y los ciudadanos comportándonos en nuestro quehacer diario de una forma prudente, sin exageraciones que contribuyan a un pánico artificial nada edificante ni productivo.
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