Secciones
Servicios
Destacamos
Qué pena que no exista un virus de la cultura. Un virus inocuo, en cuanto a mortandad; sería todo lo contrario: activísimo en cuanto a ganas de vivir, ilusionante, creador de esperanzas para un mundo mejor. En cambio, la lotería del destino nos ha tocado con otro, de los patológicos, de los malos, de los que no se van ni a cocotazos. La cultura ha sido de los grandes damnificados por la pandemia, sobre todo la que vive del contacto, de la práctica grupal, de la necesidad de compartir el hecho creativo. También otras actividades cotidianas se desarrollan en círculos en los que las personas se juntan y arrejuntan: bares, restaurantes, zonas de copas, tiendas y supermercados, pequeñas y grandes superficies en las que se compran cosas. Estamos acostumbrados a compartir la vida, abrazarnos cuando nos saludamos, besarnos en las mejillas, darnos apretones de manos, todo lo que signifique cordialidad, simpatía, demostración de amistad... o algo más. El coronavirus nos ha cambio este hábito. Y otros también, pero destaco este pues supone una disminución de la actividad social en la que nos movemos.
Como quiera que tenemos sobrada información de la manera como afecta todo este fenómeno a la actividad cotidiana, en forma de índices de paro, controles o descontroles de los rebrotes, comparativas entre países y autonomías, salidas de tono de políticos que mezclan independentismo con rastreadores de contagios, que intentan poner una señal a los apestados para que todo el mundo sepa que lo son, como los antiguos sambenitos, toda una locura por no saber qué hacer en momentos como este, bien está poner una pica en el Flandes de la cordura. Una pica en forma de ánimo para que el alimento de la cultura no falte, como no falta el papel higiénico en los anaqueles de cualquier tienda. Ya me daría con un canto en los dientes si la cultura se consumiera como determinados productos de moda durante la pandemia.
A una parte de esa cultura, por razones obvias, poco o nada ha sido afectada por el confinamiento y posteriores fases restrictivas hasta la normalidad. Me refiero a autoras y autores de novela, de poesía, de ensayo; a pintores y pintoras, escultores y escultoras, que sólo necesitan lienzo o papel, arcilla o granito, y un buen surtido de colores y espátulas, para plasmar el motivo deseado. Esos han superado con creces los inconvenientes antes citados, y bien que nos alegramos. Espero que, pasados unos meses, muestren sus obras hijas de tan rara situación. El debate más común de la cultura se sitúa en las actividades necesitadas del gentío, del lleno, del agotadas las entradas. De ahí que, entre abrir o no abrir los teatros, programar o no programar conciertos, suspender o no suspender festivales, se han consumido largas discusiones.
La experiencia, hasta ahora, demuestra que ir al teatro no ha producido daño a nadie. Frente al descontrol de determinadas discotecas en las que ha prevalecido hacer caja sobre la cordura, los festivales de julio se están saldando con la victoria de la sensatez. Días pasados he estado en Almagro para participar en el acto homenaje a Paco Leal. Subimos ocho personas al escenario, una a una; tras la intervención de cada cual, un técnico cambiaba la funda de los micrófonos; otra, limpiaba el atril; otro, las barandillas que daban acceso al tablado. El público estaba en sillas separadas metro y medio o más. La entrada y salida del acto se realizó de manera controlada. Lo mismo que se hacía en todos los espacios del festival, y que ha llevado a tener más público del esperado, y saldar el certamen con máxima nota. Tanto Ignacio García, el director, como su equipo, pusieron en marcha el protocolo de la sensatez. Y a pesar de no cubrir las cuatro semanas habituales, ni utilizar espacios tan emblemáticos como el corral de comedias precisamente por precaución, Almagro ha vivido su fiesta mayor sin incidentes. Noticias me llegan de que en Mérida pasa tres cuartos de lo mismo. Por lo que tenemos que felicitarnos, ya que son muestras de mesura y sentido común.
Porque, como venimos oyendo estos días, el covid ha venido para quedarse, y hemos de aprender a convivir con él, en espera de la vacuna salvadora. Por eso, el otro virus, el de la cultura, llama a nuestra puerta para que leamos, vayamos a exposiciones, llenemos los aforos permitidos de teatros y auditorios, en una palabra, nos contagiemos de lo que nos tenemos que contagiar.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.