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Es posible que recuerden la pegadiza canción de Julio Iglesias con este título: 'La vida sigue igual'. Me ha venido en las últimas semanas a ... la cabeza por varios asuntos que muestran cuán recurrente suele ser lo que nos acontece. Me centraré en el tema que me toca más próximo, por ocupación y devoción.
Este verano ha circulado por redes y foros un 'Manifiesto de los científicos españoles ante la situación de la investigación en el país'. En él, un grupo de varias decenas de nuestros más relevantes científicos hacen una llamada a la sociedad, y a los responsables políticos, sobre la penosa situación de la ciencia en España. Comienza el escrito con una exposición de la situación que les reproduzco íntegra aquí: «La situación de la ciencia en España es indigna de un país desarrollado y celoso de su independencia. La política científica, uno de los grandes descubrimientos institucionales de los Estados modernos, es parte esencial de la política general, tan importante como la económica, la educativa, la internacional o de defensa. Por ello, es desalentadora la falta de atención del Gobierno y de las fuerzas políticas y económicas del país a esta realidad. Con una torpe visión del futuro, hemos postergado los aspectos creativos de la investigación a un pragmatismo a corto plazo propio de una sociedad de tipo colonial. Por dignidad intelectual, por el prestigio de nuestro país y por responsabilidad hacia generaciones venideras, esta situación debe cambiar. Los científicos españoles reclamamos nuestro derecho y asumimos nuestra responsabilidad de hacer una ciencia mejor y más útil para el país, y pedimos a los administradores del Estado que asuman la suya de facilitar los medios adecuados para el desarrollo de nuestra investigación».
Y se proponen soluciones: «Para potenciar la investigación, nuestro país necesita una universidad científica. Los departamentos universitarios tienen que ser centros de investigación, con una ponderada dedicación a la tarea de formación de profesionales y a la investigación». Terminando con una exposición de anhelos y deseos: «Nuestro país difícilmente alcanzará un desarrollo cultural y material equilibrado y un mínimo de independencia si no entendemos que el progreso se basa esencialmente en el conocimiento. Los administradores del Estado tienen que ser conscientes de la necesidad de impulsar nuestra investigación y de la responsabilidad histórica que tienen en esta empresa».
Como han leído, se trata de un firme alegato en la defensa de la investigación científica como una herramienta fundamental para el bienestar de la sociedad. Yo suscribo el texto en su integridad, como supongo harán la mayoría de los científicos y probablemente también muchos ciudadanos. Me parece en plena vigencia en una situación en la que la escasa financiación y las trabas burocráticas lastran el quehacer de los científicos españoles obligándonos a competir en la carrera del conocimiento con los pies atados y las manos ocupadas en rellenar papeles.
Por supuesto, amigo lector, esta llamada de atención sobre nuestra ciencia le habrá resultado tan normal como recurrente. Es posible que vaya en el mismo saco que los llamamientos a mantener los montes cuidados para evitar incendios forestales que se repiten cada año, la indignación por el perenne conflicto en Palestina o las hambrunas en el cuerno de África.
Lo que, sin embargo, puede que les sorprenda es saber la fecha en la que este texto se publicó en una tribuna abierta del diario 'El País': el 8 de octubre de 1980. Sí, han leído bien, hace más de 40 años, la élite de los científicos españoles levantó su voz frente a una situación de abandono. Impresiona recordar que algunos de los firmantes eran las mayores luminarias de la ciencia y la intelectualidad patria del siglo XX. Severo Ochoa, premio Nobel por su trabajo en los EE UU, pero entonces ya medio de vuelta a España, el físico Nicolás Cabrera, el filólogo Rafael Lapesa, el bioquímico Francisco Grande Covián, o el recientemente fallecido Santiago Grisolía, se encontraban en la lista.
Por supuesto, la ciencia en España ha cambiado en estos 40 años, mejorando tanto en cantidad como en calidad, pero la sustancia de las críticas de este manifiesto sigue estando completamente vigente. Y esto no es de recibo en un país que en muchos otros aspectos sí ha cambiado muy profundamente. La universidad languidece perdiendo continuas oportunidades de ser un auténtico motor de progreso y cuna de conocimiento, mientras muchos jóvenes dotados para estas tareas apuestan por triunfar en otros lugares. Es triste que todo siga igual y que en 40 años no se haya hecho caso a las recomendaciones de este manifiesto.
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