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Hace muchos años, en un lugar del profundo interior de España, vivía lo que ahora llamamos un sénior, un madurito de cincuenta y muchos y poquito menos de sesenta años. El buen hombre tenía una hacienda bien administrada, unos dinerillos que le permitían vivir de ... las rentas, más aún al no tener ni pareja ni hijos (re)conocidos. Tampoco tenía muchas ambiciones ni deseos, con lo que vivía bien, sin estrecheces ni riquezas, haciendo lo que le mejor le venía en gana. Como además era una persona poco problemática, amante del orden en todos los sentidos, pulcro, limpio, ordenado y de costumbres decentes, todos le respetaban y querían tenerle como contertulio en los eventos sociales que conformaban la vida de la respetable y cansina villa donde vivía.
Pero, un día, no se sabe por qué, le entró un ansia. El ansia de hacer algo distinto con la vida que le quedaba. Quizás siempre tuvo en la mente un cable medio averiado, y en un momento dado el cable se cortocircuitó. El caso es que le entraron ganas de dar un vuelco completo a su vida, pesara a quien pesara. Y decidió salir al mundo, cambiar de traje, cambiar de apariencia, y dejar una impronta que hasta ese momento iba dirigida sólo a elegir el color del mármol de su tumba. Naturalmente los que estaban a su alrededor no se lo podían creer. ¿Cómo era posible que un señor tan formal, tal tranquilo, tan de aquí y no de allí, tan buena persona y cumplidor... de repente se revolviese y quisiera hacer lo que antes en su vida no hizo? Debe estar loco, una enajenación es lo que tiene, va a darse y le van a dar muchos palos, él... que además no sabe lo que es el mundo y hasta ahora ha estado en su burbujita.
Por más que intentaron convencer al loco, el loco no se resignó. Vendió lo poco (o mucho) que tenía, convenció a un pazguato de que le siguiera, y se lanzó a esos caminos de Dios a resolver entuertos. Como bien le habían advertido sus amigos, muchos palos recibió, muchas burlas se hicieron a costa de la locura del madurito. Pero él, erre que erre, cada vez que recibía, más reforzaba su determinación de saber que –ahora sí– quien gobernaba su vida era él y no los otros, la suerte, las circunstancias... Al final le trajeron de vuelta a su pueblo, y quedó convencido todo el mundo de que su locura había terminado. Pero cuando un ansia nace, no se apaga sin más de un día para otro. Y al poco tiempo, convenció de nuevo al pazguato para que le siguiera (el acompañante, hay que decirlo, era más sabio de lo que parecía y sabía que ganaba más siguiendo a un loco que haciendo caso a tantos listos que sólo hablaban por hablar). De nuevo salieron a los caminos, de nuevo recibieron lo que no se puede nombrar, y de nuevo les vencieron y tuvieron que regresar. Como nuestro señor había aprendido mucho, prefirió hacer creer a sus convecinos y familiares que ya se había curado de su estúpida locura, que aceptaba su edad y las limitaciones sociales, que volvía a ser de nuevo un ciudadano probo y reprobo... pero era mentira.
Tanto había aprendido que se dio por satisfecho. Ya su ansia la había calmado, ya su vida había tenido sentido, porque el mero hecho de rebelarse frente a su edad, frente a los convencionalismos de lo que se puede hacer o no hacer cuando uno tiene cincuenta y muchos y poco más de sesenta..., esa era su victoria. Un día cualquiera murió nuestro hombre como todos nosotros, o sea, para siempre, y a pesar de que durante algún tiempo sus contemporáneos le tomaron como ejemplo de estupidez, burla y locura, con los años muchos que supieron de sus andanzas y batallitas se preguntaron lo mismo: ¿y si no estaba loco?, ¿y si lo que hizo a su edad fue lo mejor y lo más duradero y valioso que hizo en toda su puñetera vida? Porque quizás a uno no hay que reconocerle por todas las veces que ha dicho sí, sino por esa única ocasión en que se plantó y dijo no. Y el no lo puedes decir a los veinte, a los treinta o a los setenta, pero cuando lo dices es como si un ángel viniera a verte, te pusiera delante un espejo y te preguntara: ¿de verdad quieres acabar tu vida de esta forma, haciendo lo mismo que has hecho hasta ahora?
La respuesta de cada uno es muy personal y –valga decirlo– nadie puede ser tildado de loco o sabio responda lo que responda. Pero a todos aquellos que en algún momento de su vida –corta o larga– dijeron no y se arriesgaron a volver a empezar... a esos no les podemos tachar de imbéciles o de estar haciendo una locura. Simplemente la vida es tan extraordinaria que en cualquier momento podemos vivirla hasta exprimirla al máximo. Vive y deja vivir.
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