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El carnaval es una fiesta que pone el mundo patas arriba, revierte clases sociales, jerarquías y puestos, y en el cual, decía Goethe, se permite ... casi todo. Simbólicamente, el pueblo se permite cuestionar y rebelarse al orden establecido. Por ello, en numerosas ocasiones, los festejos de carnaval fueron prohibidos en Roma y en otras partes del mundo por miedo a que se borrase la línea entre lo lúdico y lo político. No dista de la realidad la situación política del mundo hoy día: ¿no nos preguntamos muchas veces cómo puede ser que haya miles de personas congregadas celebrando la entrega de una motosierra de parte de un jefe de Estado a un magnate, como símbolo de la desaparición del Estado? ¿No nos preguntamos cómo puede ser que un presidente de una potencia increpe a un jefe político europeo que se encuentra enfrentando una invasión en su territorio, y le pida descaradamente y a viva voz intercambiar recursos naturales por ayuda humanitaria?
Cuando pensamos en qué es la política, seguramente pensamos en transformación, poder, voluntad de cambiar las cosas... Hoy, el politólogo estrella del momento, Giuliano da Empoli, nos dice que la política es ira+algoritmo. La era de las redes sociales y el internet de las cosas nos han llevado a la costumbre de la inmediatez: todo es simple, todo es rápido, todo es inmediato. ¿Por qué la política debería de ser diferente?
Creo que hemos cometido muchos errores desde los espacios progresistas a lo largo de nuestra gestión política. Uno de ellos ha sido negar algunas de las demandas que recolectan los populismos de derecha. Demandas que enojan a la población, la llenan de ira y de impotencia. Nuestras respuestas son y serán otras, pero las preguntas nunca hay que esquivarlas. Debemos discutir seriamente la pérdida de poder adquisitivo de las personas, la pérdida de un proyecto de futuro.
El mundo ha cambiado a velocidades nunca antes vistas y ese cambio paraliza, da miedo. Lo distinto –las crisis migratorias– asustan, amenazan nuestras costumbres. Frente a ello, los populismos de derecha ofrecen una certeza que brinda tranquilidad: «Volver a la España que fue en su momento, dueña del mundo», «hacer a América grande de nuevo», «volver a la Argentina que fue potencia mundial», «expulsar a los inmigrantes que nos quitan nuestros trabajos y nuestro futuro». ¿Qué mejor que mirar al pasado, si, como dice el dicho, todo pasado fue mejor?
Ellos difunden sus 'fake news' o bulos y, peor aún, nutren su propaganda y, mientras que los progresistas salimos a defendernos y a desmentir, sus mentiras ya han sido instaladas, y nuestro cabreo sólo ayuda a su difusión. En este carnaval, la ignorancia y los bulos se han convertido en la principal herramienta de adoctrinamiento de la ciudadanía. Las mentiras tan reiteradamente expuestas suenan a irrefutable verdad, siguiendo la tesis goebbeliana. Asistimos a una involución humana, política y ética, solo comparable al surgimiento del nazismo y el fascismo a principios del siglo XX. Cuando nos identifican despectivamente con un término tan simple como movimiento woke lo que realmente proponen es la cultura de la cancelación del sistema internacional de Derechos Humanos. Nunca el ruido y el insulto han sido más rentables. En Murcia, ser de izquierdas empieza a dar mucho miedito, te señalan por pensar distinto cuando algunos ni siquiera piensan (sólo repiten eslóganes), pero, como afirma el expresidente Zapatero, «a cada insulto que recibamos, nosotros una propuesta, a cada descalificación, una idea, y a cada exageración, una sonrisa».
La ultraderecha cabalga desbocada y, mientras tanto, nosotros no podemos gastar el tiempo argumentando por qué lo que dice la derecha es mentira, perdiendo un tiempo precioso para desarrollar nuestra capacidad de instalar agenda.
Los espacios que no ocupemos nosotros los ocuparán otros. Y si algo ha demostrado la historia es que, cuando los progresismos vacilan, el autoritarismo avanza. No podemos seguir a la defensiva, reaccionando ante cada provocación, dejando que la agenda la marquen otros. Necesitamos estrategias audaces, un lenguaje que conecte y, sobre todo, una acción política que no pierda de vista la realidad material de la gente.
Quizás debamos recuperar la audacia de aquellos que entendieron que la política es, ante todo, disputa y transformación. Si la extrema derecha ha perfeccionado el arte de instalar su relato, nosotros debemos perfeccionar el arte de construir futuro. No desde la nostalgia de lo que fue, sino desde la certeza de lo que podemos ser.
Como afirma el flamante secretario general del PSRM, Francisco Lucas, nosotros, los zurdos, no estamos aquí para retroceder, sino para reclutar talento, asegurar el relevo generacional y seguir avanzando: «... porque en la vida, como en ajedrez, las piezas mayores pueden volverse sobre sus pasos, pero los peones solo 'tenemos' un sentido de avance» (Juan Benet).
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