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En nuestra última columna de opinión enumerábamos las razones por las cuales España –y todos los sistemas democráticos, a nuestro entender– necesitan una derecha demócrata-cristiana fiel a sus tradiciones, que no manche su aparición en la escena política con discursos vacíos y carentes de ... contenido. En esta ocasión y en pos del equilibrio que defendemos, nuestro análisis nos obliga a afirmar lo mismo, pero del espectro contrario. Y es que, sin dudas, la izquierda lleva años dándonos tema de conversación.
La promesa de una nación fuerte, independiente, industrial, pujante, donde las clases obreras no vean vulnerados sus derechos, con un sistema de salud y educativo público y de calidad, y con igualdad de oportunidades para todos, fue lo que llevó a movimientos como Unidas Podemos a sorprender en las urnas. Y también al peronismo en Argentina. Una sociedad cansada de vivir en las diferencias que vislumbró a un salvador en medio de tanta tormenta. Afirman muchos politólogos que ambos fenómenos se asemejan, sobre todo por su autoproclamación como movimiento ciudadano y en la construcción del discurso: ya hemos nombrado a Ernesto Laclau y su construcción de la identidad populista a partir de un significante vacío fácilmente rellenable de cuantos deseos, ilusiones y aspiraciones se pueda, y en el caso del peronismo, el concepto de «interés popular» ha pasado del proteccionismo de la industria, al neoliberalismo económico, a la aniquilación de cualquiera que se autoproclame comunista en el territorio nacional, a la apropiación de los símbolos patrios, y podríamos seguir...
En la realidad, son los hechos los que hablan. A la luz está que ninguno de los dos partidos ha sido capaz de encontrar la fórmula para conducir a las respectivas naciones hacia el triunfo de la clase media, como tanto han prometido. En algunos casos, aún peor, las clases medias son las que más se han visto castigadas, y las burguesías de ambos países continúan allí, igual de consolidadas que antes.
Ernesto Sábato mantenía que la izquierda europea era más bien de revoluciones fracasadas y, a poder ser, en América Latina. Tal vez por eso, la 'gauche divine' europea se trabaja más las revoluciones imposibles aquí, en casa. Y quizá por eso, muchos votantes de la clase obrera prefieren las papeletas del Partido Popular y Vox, mientras que a las izquierdas les vota, preferentemente, el personal cultivado de las grandes ciudades y la juventud idealista. En Argentina, mientras tanto, las juventudes comienzan a volcarse a fenómenos peligrosos de promesas neoliberales extremistas, políticas que ya hemos visto y que no han hecho más que arrasar con el aparato público.
El discurso en Argentina no se ha renovado: el peronismo continúa con la lucha contra la 'oligarquía' desde hace ya varias décadas, sin resultado transformador alguno. Y mientras allí el modelo peronista entra en un nuevo declive, propio de las luchas de poder y las disputas intrapartidarias, sumado a la crisis económica sostenida y a una inflación galopante... en España el esquema Podemos se reorganiza, poniendo palos en las ruedas del proyecto Sumar. Yolanda Díaz y quienes la acompañaron el pasado domingo evidenciaron que no solo tienen una visión clara de qué país desean construir, sino que también aportan la frescura y el oxígeno necesario a un sistema político que cada día necesita más de los jóvenes. Una iniciativa que nace con la voluntad de revalidar el actual gobierno de coalición integrado por ministros y ministras de centro-izquierda, verdes y, mayoritariamente, por socialistas (los herederos de Pablo Iglesias Posse y los que se escindieron y se sumaron a la Tercera Internacional Socialista). Un gobierno que hace suyas las reivindicaciones obreras y feministas.
No pedimos demasiado: queremos revoluciones posibles, la reconstrucción de la industria nacional, la transformación del sistema educativo, la racionalización de la universidad pública, la fiscalidad progresiva real, una agricultura viable y sostenible, la garantía de independencia del Poder Judicial, medios de comunicación públicos e independientes, la reforma de la Administración y del Estatuto de la Función Pública o el desarrollo de una economía del conocimiento generadora de empleos decentes y proyectos de vida dignos. El interés general siempre se enfrenta a algún interés corporativo. Habrá que trabajar para juntar gente, despertar de algunos sueños y no resultar simpático a algunos. Incluso a los nuestros (sean los que sean los nuestros).
Puede que algunos aprendices de brujo, comunicólogos o telepredicadores (mayoritariamente miembros de la pequeña burguesía funcionarial y docente, así como destacados activistas del oenegismo ilustrado) aspiren a representar a las clases trabajadoras, a los inmigrantes, a los parados, a aquellos que trabajan, pero no llegan a fin de mes, a la legión de pobres que ha dejado como una estela de infamia la(s) crisis financiera(s). Pero, a nuestro juicio, son personas como Pedro Sánchez y Yolanda Díaz quienes mejor han defendido sus intereses en estos últimos años. ¿Y en la Región de Murcia? Pues, aplicando la misma lógica, Pepe Vélez y Óscar Urralburu (si le dejaran). ¿Y en Argentina? Nos vamos para allá y les contamos.
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