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Trajes finos, flashes, caras ocultas tras máscaras, ruido, ovaciones y aplausos, protagonistas luciéndose en un escenario... Aunque lo parezca, no estamos haciendo un repaso de los carnavales, sino de lo que ha acontecido en los pasados días en nuestro Congreso de los Diputados.
Y es ... que se ha presentado este martes y miércoles una moción de censura al Gobierno por segunda vez en esta legislatura, por un espacio que, en esta oportunidad, ha decidido cambiar al protagonista y enviar a un candidato a presidente con la muy respetable edad de 89 años, que dice que no quiere ser presidente, que ha pasado por cinco partidos políticos (protagonizando alguna moción ya en el pasado como la que desalojó al alcalde Barranco de Madrid en el 89) y, como dicen las malas lenguas, formando parte de la lista de ministros del general Armada en aquel intento golpista de principios de la transición democrática. En definitiva, un candidato muy fiel a su ego, que admite estar ahí pese a saber que la moción no prosperará. ¿Con qué objetivo, entonces, un partido político comprometido con los valores de la España Una, Grande y Libre realiza tal movimiento de recursos, tiempo y personas en un contexto de elecciones, sin esperar ningún resultado? Podemos pensar que justamente con el objetivo que han alcanzado: tener mayor visibilidad en un escenario electoral que parecía haberlos dejado relegados. Y es que Vox ha perdido, en estos últimos meses, el protagonismo mediático que solía tener. La única salida viable es, entonces, utilizar las instituciones democráticas para aparecer en la tapa de los diarios (y lograr que hasta este equipo les dedique un artículo.)
La intervención de Tamames en el Congreso fue fiel al ideario de Vox y, al igual que en todos los actos de este partido, más allá de la reivindicación de los valores del nacionalismo español y de la conquista, no hubo grandes revelaciones. Es fácil para un partido que nunca ha gobernado brindar un discurso bonito lleno de ideales, pero con poco contenido. Tamames intentó aprovechar el asiento que le prestó Abascal para rodearse de cámaras, materializando una escenografía muy pobre en comparación con el titular del escaño. Fue inevitable comparar su imagen de derrota con la entrada triunfal de Abascal en la Plaza de Toros de Murcia que, por un instante, nos pareció la reencarnación de El Cid Campeador.
Y curiosamente, pero como suele pasar mucho en este tipo de actos, quien ha salido fortalecido es el Gobierno de coalición: no se le puede negar a Pedro Sánchez lo buen político que es, la entereza de sus discursos, la capacidad de aprovechar el momento en que un país entero lo está mirando para enumerar todos y cada uno de los logros de su gobierno y, además, hacer eco de su propia campaña de cara a las próximas elecciones, fortaleciendo la visión de país que su partido promulga: una España protagonista, parte de una Europa verde, progresista, digital e inclusiva. Incluso Yolanda Díaz aprovechó la ocasión a la perfección para presentar las políticas sociales de la legislatura (uno de los mejores legados de este gobierno) e impulsar su liderazgo en el movimiento político Sumar con el beneplácito de Sánchez.
Por la tarde, Aitor Esteban e Iñigo Errejon le pusieron un espejo a un candidato veleta que se representaba a sí mismo. Una vez más, el PNV evidenció que una derecha fiel a la tradición liberal y demócrata-cristiana es posible y necesaria para nuestro país. Ciudadanos puso todo su empeño en revivir al muerto, y el independentismo catalán evidenció, desde otra lógica territorial, su parecido con Vox.
Todos los espacios alinearon sus intentos de identificar al PP con Vox, una oportunidad de lujo para que los populares aprovecharan su intervención del miércoles para marcar las diferencias y revindicar el espacio liberal-conservador que les es propio, pero el miedo escénico ante las próximas convocatorias electorales les llevó a despreciar la ocasión ausentándose de sus propios intereses.
Solo nos resta una pregunta para concluir este vodevil: ¿no tiene consecuencias este tipo de actos? Claro que sí. Hemos construido nuestros sistemas democráticos sobre la base del consenso y del diálogo, sin embargo, es cada vez más frecuente que en ciertos sistemas políticos se utilicen estos instrumentos –que originalmente fueron creados para situaciones de emergencia– con el fin de acalorar los debates partidarios. El riesgo es que, si a la democracia no se la toma en serio, si nos vemos una y otra vez en la situación de cuestionar el poder del gobierno electo por el voto popular, empiezan a generarse una serie de fuerzas centrífugas que desestabilizan al acuerdo democrático de base: el pueblo gobierna por medio de sus representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal. En países como Perú, por ejemplo, se ha llegado a jugar de tal forma con estas herramientas que han pasado 6 gobiernos en 5 años. Estará en las manos de los españoles y españolas decidir de qué forma quieren construir política: para la mejora ciudadana o para la tele.
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